Punto de vista

Acerca de la vieja y de la nueva política

20/04/2015
P
or Daniel D’Eramo (*)

Cada vez que lo electoral comienza a ganar terreno en la agenda de la política un buen número de dirigentes y candidatos, por lo general con escasa tradición política, dicen ser los representantes de la nueva forma de hacer política (LNP) que una ciudadanía cansada con las viejas y desprestigiadas prácticas estaría reclamando. Se trata de una idea o mejor dicho de una consigna que en verdad me convence cada vez menos si es que alguna vez lo hizo.
En su relación con lo nuevo, lo viejo supone una mirada que interpreta el pasado en procura de encontrar las razones a partir de las cuales lo nuevo asoma. Así la vieja política se reconoce en la herencia de los partidos de masas que surgen a principios del siglo XX y cuyos referentes típicos en nuestra historia nacional son sin dudas el radicalismo y el peronismo. Bajo una curiosa negación de la perspectiva histórica que toda relación entre lo viejo y lo nuevo supone, se ignora que se trata de organizaciones partidarias que en el contexto de surgimiento y evolución de la democracia representativa fueron cada una en su tiempo precisamente lo nuevo, frente a lo que de viejo y anacrónico tenían primero la república conservadora (con sus partidos de notables) y luego una democracia negada a la representación y participación de la clase obrera industrial. Fue Max Weber quién con notable lucidez advirtió el crecimiento de estas organizaciones burocráticas, como una tendencia inexorable de socialización y democratización de las sociedades capitalistas de occidente, necesitadas de legitimación democrática.
Nuestra historia de construcción y consolidación democrática está, con sus aciertos y sus errores, fuertemente ligada al protagonismo de esos grandes partidos burocráticos y a su capacidad de agregar, articular y movilizar las demandas de los sectores populares. En su confrontación con “la vieja forma”, (LNP) termina siendo una nueva manera de desvalorizar y descalificar la política y lo político; en esa línea de interpretación, la organización, la militancia y los rituales colectivos serían parte central de un populismo iatrogénico y anacrónico que (LNP) está llamada a superar.
Si (LNP) parece clara y distinta cuando la pensamos como contracara de lo viejo, resulta borrosa y ambigua cuando intentamos definirla por la positiva. Frente a la vieja política del aparato y de las grandes convocatorias y movilizaciones, (LNP) aparece ligada básicamente a cuestiones como la prescindencia de aparatos partidarios; profesionalización y el gobierno en equipo; dirigentes honestos; una relación de cara a la gente y libre de manipulación; sinceridad y promesas realizables; una política libre de ideología. En la práctica la separación no es tan nítida ni tan real. Pensemos por ejemplo que el reemplazo del aparato partidario por una relación más cercana y menos intermediada entre los dirigentes y la gente autorizaría a ver en Menem y Colazo, dos auténticos referentes de (LNP). Tampoco la aparición de nuevos dirigentes admite pensar en una nueva política claramente diferenciada de las viejas formas. Basta ver cómo, la necesidad de contar con un aparato partidario que se asemeje a aquellos que LNP dice aborrecer, para poder construir un efectivo poder territorial (otro elemento básico de la vieja política) es una de las obsesiones de Macri y del Pro, tal vez quintaesencia de LNP.
Sobre la línea de interpretación y significación de un determinado pasado histórico, (LNP) se afirma sobre la base de una crisis eterna de representatividad, desde la cual se pretende interpelar a un nuevo sujeto político bastante esquivo y volátil: lo único que quiere “la gente” es que los políticos le resuelvan sus problemas cotidianos. Recordemos que este sujeto emerge en los ochenta en el contexto de lo que dio en llamarse la transición y consolidación de la democracia. Paradoja aparente y al margen, la idea de una crisis de representatividad política se instala con fuerza en Argentina durante el propio proceso de consolidación de una democracia de partidos.
La literatura especializada coincide con diversos énfasis y matices, en que una gradual transformación organizacional de los partidos burocráticos de masas de principios del siglo XX, la volatilidad del voto y la adopción del marketing electoral como herramienta y especialmente el progresivo protagonismo de los medios de comunicación aparecen como las condiciones bajo las cuales se manifiesta la crisis o metamorfosis de la representación política. La consolidación de una democracia representativa en crisis va mutando según Bernard Manin hacia una “democracia de audiencia” centrada en la constitución de un foro mediático de deliberación y participación pública desde el que será interpelado el sujeto de (LNP).
El proceso de democratización post–autoritaria, no dejaba lugar para el discurso llano y directo de la anti–política con los que el poder militar justificaba los recurrentes procesos de interrupción del orden constitucional. Frente a lo inexorable de la ola democratizadora que deslumbraba a Samuel Huntington era necesario encontrar un discurso livianamente popular y pretensiosamente desideologizado de defensa de la institucionalidad democrática que fuera capaz de construir ciudadanías desencantadas y por tanto gobernables en América Latina. El discurso de (LNP) ocupó ese lugar y se fue afianzando sobre la comprobación, –que mucho debe a la crisis y a la metamorfosis de la representación–, de que organizaciones políticas emergentes y en general carentes de arraigo popular comenzaban a mostrar una capacidad relativa para agregar y articular intereses y demandas en el marco de una competencia partidaria aborrecida en los tiempos de la “vieja” política. La crisis de 2001–2002 con el “que se vayan todos” no solo hizo visibles los síntomas de la crisis de representatividad, sino que intentó generar una nueva política con tendencia asamblearia y por ende claramente antagónica al discurso neoliberal de (LNP) que se beneficiaba de la apatía de los 90.
Sin embargo la resolución de la crisis vino curiosamente por la vía de la vieja política (dirigentes más o menos reconocidos, liderazgos con aprobación popular; organización y militancia y sobre todo reconstrucción de una mística popular capaz de devolverle vitalidad a la democracia recuperada. Desde 2003 la política y la democracia se relegitiman claramente por la vía de lo tradicional. Hay aquí un dato de la realidad ninguneado y despreciado por parte de los adalides de (LNP).
En la historia política la referencia a “lo nuevo” es bastante vieja. Lenin hablaba de la nueva política económica de su gobierno bolchevique y su implementación requirió del uso de la vieja burocracia zarista. En medio de un orden social totalitario y burocratizado Stalin se atrevió a prometer el nacimiento de un nuevo hombre. Bajo la denominación de nueva derecha o nuevo conservadurismo (la contradicción habla por sí misma) se agrupan los postulados más añejos de la política del siglo XIX. Imposible comprender los postulados de lo que se conoció como la nueva izquierda desenganchándola de la tradición marxista. Es sobre la base de adaptaciones de la nueva gerencia pública que estamos asistiendo a un proceso de recuperación del Estado en América Latina. Como puede verse lo nuevo tiene se expresa en términos ideológicos, teóricos e instrumentales.
En esta como en toda crisis, hay como afirma Antonio Gramsci una coexistencia de lo viejo –que no termina de morir–, con lo nuevo que no alcanza a nacer. Las crisis en las formas de hacer política se resuelven dentro de la política y por tanto en medio de la crisis, es decir haciendo precisamente política. Y hacer política es acción instrumental pero también y principalmente expresión simbólica (Lechner) de un estar juntos (Arendt).
Sin dudas y no se tratará de meros y neutrales cambios instrumentales, las tecnologías de la comunicación son parte de algo efectivamente nuevo y poco explorado aún en cuanto a las formas de practicar la política y a lo cual el discurso de (LNP) suele presentar como el solucionismo tecnológico de la crisis y de individuos de la libre expresión y de la acción espontánea. Lo cierto es que desde el punto de vista de la política como actividad humana que surge en y desde lo público nada hay de nuevo viejo. Lo viejo de la política reaparece más vivo que nunca y lo nuevo no termina de alumbrar.

(*) Docente–Investigador ICSE–UNTDF.