Repasando la Historia

Transformaciones vinculadas al establecimiento de la Subprefectura

21/05/2015
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or Lucas Potenze (*) (Especial para El diario del Fin del Mundo)

Los últimos años anteriores a la instalación de la subprefectura y a la casi inmediata erección del territorio nacional con la designación del gobernador Félix Paz, estuvieron plagados de microhistorias que, tal vez, no merezcan un lugar central en los libros de historia pero que para nosotros, que nos proponemos recordar a Tierra del Fuego desde Tierra del Fuego, merecen, por lo menos, ser comentados para que aquellos nombres no queden injustamente en el olvido.
Anotemos entonces algunos acontecimientos que sólo figuran en los márgenes de la historia oficial. Por ejemplo: la primera expedición a Tierra del Fuego, que correspondió en realidad a los chilenos y que fue dirigida en 1879 por el entonces gobernador de Magallanes, el teniente Ramón Serrano Montaner, quien atravesó la isla desde la Bahía Gente Grande, en el Estrecho, hasta San Sebastián, en el Atlántico. Esta expedición reveló que allí existían tierras excelentes para la ganadería, y al año siguiente Jorge Porter recorrió la bahía de Porvenir y descubrió la existencia de vestigios de oro en la sierra Boquerón. La noticia comenzó a atraer a aventureros de todo el mundo que se lanzaron a la aventura de hacerse ricos con el oro fueguino. Al año siguiente (1883), el gobierno del país vecino realizó las primeras concesiones de tierra siendo los principales beneficiarios el portugués José Nogueira y el asturiano José Menéndez, quienes unos años más tarde fundarían la Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego. Obviamente, la llegada de buscadores de oro en forma desordenada y anárquica a una tierra donde todavía no había ningún tipo de justicia instalada, implicó una serie de enfrentamientos con los aborígenes selk’nam, con lo que comenzó el proceso de extinción de esa raza.
También en la Argentina, como adelantáramos en un artículo anterior, había aparecido oro. La historia tuvo mucho de casual: en 1884, un navío francés, el Arctique, había naufragado en la zona de Cabo Vírgenes, sin víctimas mortales, y un tiempo después un grupo de tehuelches visitó la zona del naufragio con la intención de recoger los restos que pudieran aprovecharse del barco hundido. Se dice que en tal expedición un indio tehuelche, hijo del cacique Foyel, de nombre Lukache, encontró una veta de oro e inmediatamente la noticia fue conocida, primero en Punta Arenas y luego en Argentina. Inmediatamente se lanzaron hacia la zona multitud de buscadores y, sumado este hallazgo con los que se habían hecho en la costa del Estrecho, se empezó a formular la leyenda de que la Tierra del Fuego era una zona tan rica en oro como en su momento lo habían sido California o Alaska y se convirtió en la gran atracción de inquietos y ambiciosos trotamundos que llegaron desordenadamente al lugar.
Pronto los oreros (nombre dado a los buscadores de oro) cruzaron de Chile al norte de la Tierra del Fuego Argentina y los encuentros con los aborígenes se hicieron más frecuentes y violentos. Los mineros robaban mujeres y mataban a los hombres que no podían defenderse, con sus primitivos arcos y flechas, de las armas de fuego que traían los nuevos visitantes.
A todo esto, en uno de los últimos pero no por ello menos importantes actos de fe en la potencialidad de la acción misionera, en 1882 Thomas Bridges había traducido el Evangelio de San Lucas a la lengua yámana. Poco antes, la misión había creado una escuela, a cargo de John Lawrence con la ayuda de la Sra. De Bridges, su hermana Joanna Varder y la Sra. Clara Lawrence, donde por primera vez se comenzó a dar enseñanza más o menos sistemática a los niños indígenas. La asistencia a clases era variada, siendo la mayor parte de los alumnos varones adultos quienes, durante la época de cacería, frecuentemente dejaban de asistir a clases. Estas consistían principalmente en tareas prácticas como costura y cocina para las mujeres y carpintería, herrería y agricultura para los varones, lo que no quitaba que se enseñara también lectura, canto, cálculo, historia y geografía, especialmente sudamericana. A la vez, se realizaban reuniones los domingos para adoración e instrucción religiosa, y enseñanza de cánticos religiosos y oraciones. Esta escuela, junto con el asilo de huérfanos, se mantuvieron aún después de la instalación de la subprefectura, y aunque el número de asistentes fue mermando al paso que bajaba la población yámana, es una de las pocas instituciones que todos los viajeros que hablaron de Ushuaia durante los últimos años del siglo XIX (Payró, Eyzaguirre, Martial), ponderan con la única reserva (Eyzaguirre) de que la enseñanza se realizaba en inglés y no en español y que se celebraban fechas tales como la del cumpleaños de la reina Victoria, aunque tanto Payró como Canclini destacan las ceremonias que a partir de 1884 se comenzaron a realizar en las fechas patrias argentinas.
De todos modos, la misión vivía ya sus últimos años: la instalación de la subprefectura y luego de la capital de la provincia hacían imposible la manutención de una suerte de isla cristiana poblada por misioneros e indígenas, quienes tarde o temprano deberían entrar dentro de la estructura de la sociedad argentina. Ya en sus primeros años, el contacto del personal de la subprefectura y luego de los habitantes de la ciudad con los aborígenes significó la transmisión de enfermedades y, sobre todo, la entrada del alcohol entre éstos últimos, lo que produjo consecuencias terribles en su conducta, en su cultura y en su salud.
Insertemos aquí una anécdota, vinculada con un personaje que a todos nos resulta simpático: En 1882, Thomas Bridges tuvo noticias de que Fuegia Basket, la última sobreviviente del grupo de aborígenes llevados a Inglaterra por Fitz Roy, aún vivía en las islas del Occidente del Estrecho y resolvió visitarla. La mujer, ya anciana y enferma, podía aún hablar algunas palabras de inglés pero le costaba mucho recordar los principios religiosos que le habían enseñado. York Minster, su esposo, haba muerto hacía varios años en una pelea entre grupos alacalufes y ella se había vuelto a casar con alguien mucho menor que luego la había abandonado. Vivía pobre e infeliz, triste y sin esperanzas, aunque Bridges rescató que recordara con afecto al capitán Fitz Roy y a algunos otros de sus compañeros y que no considerara que su “secuestro” fuera la causa de sus penurias. Fuegia se encontraba enferma, triste y desdentada y Bridges apenas si pudo intentar darle el consuelo que ofrece la religión a los moribundos. Poco después, en 1883, dejó de existir.
Pero sigamos con la historia, que como dijimos, en 1884 cambia de dirección: Thomas Bridges comprendió rápidamente que, una vez instaladas las instituciones argentinas, su presencia en la misión dejaba de tener sentido. Otros se ocuparían de la incorporación inevitable de los yámanas a la sociedad argentina y la actividad misional, que por definición está vinculada a espacios a donde no ha llegado aún la jurisdicción de los estados –nación, ya resultaba anacrónica tal como se la había concebido. Muy poco después de la fundación de Lasserre toma tres decisiones fundamentales que han de transformar la historia de los siguientes quince años de Ushuaia. Por un lado presenta su renuncia ante la Sociedad Misionera de la Patagonia; por otro, solicita la nacionalidad argentina, ya que planea quedarse en Tierra del Fuego, y finalmente, solicita del gobierno nacional la adjudicación de una porción de tierra para crear una estancia, con la idea de que, independientemente de su provecho económico, pudiera servir para proteger a los indígenas, a quienes contrataría como peones y podría continuar con su labor educativa y misional desde otro lugar. De todos modos, se compromete a continuar a cargo de la misión hasta que se designa e a su sucesor.
En 1887, apenas tres años después de la fundación de Ushuaia, el gobierno nacional concede al ingeniero rumano Julius Popper una inmensa concesión de tierras en el norte de la isla para la explotación del oro que allí pudiera encontrarse. Ese mismo año el presidente Juárez Celman encarga a Ramón Lista a realizar una exploración por la misma zona para informar sobre sus potencialidades económicas, agrícolas, ganaderas y minerales, la existencia y condición de los aborígenes y otros datos que pudieran orientar una futura colonización. Ramón Lista inicia su expedición acompañado –y esto no es un dato menor– por monseñor Giuseppe Fagnano, prefecto de la congregación salesiana para la Patagonia Sur, tema al que próximamente nos referiremos.
Simultáneamente, llegan a la isla, donde jamás había habido un médico (salvo tal vez la ocasional presencia de Bynoe, el cirujano de la expedición de Fitz Roy), dos profesionales del arte de curar, el médico Edwin Espinall, enviado desde Inglaterra para dirigir la misión en lugar de Bridges, y el cirujano Polidoro Segers, un joven belga, amante de la música y buscador incansable de aventuras, que había acompañado a la expedición de Ramón Lista en el norte de la isla y que resolvió luego instalarse en Ushuaia. Con justicia, se lo recuerda como el primer médico de nuestra ciudad (aunque el título lo obtuvo años después, en la Universidad de Chuquisaca) y está inmortalizado en una calle que lleva su nombre cerca del centro de la ciudad.
Muchas cosas más podemos decir de esos años fundacionales. En 1887 aparece en Buenos Aires el artículo “Viaje al país de los Onas” donde Lista cuenta las conclusiones del viaje de reconocimiento realizado el año anterior, mientras que su acompañante, el salesiano Giuseppe Fagnano, comienza a pergeñar cómo va a ser la instalación de la orden en Tierra del Fuego. En el plano económico, don Luis Fique, uno de los agregados que llegó con Lasserre en su primera expedición y que llegó a dirigir la subprefectura de Tierra del Fuego, renuncia al servicio oficial e instala en Ushuaia el primer comercio: un almacén de ramos generales llamado con acierto “El primer Argentino”, tal vez el primer establecimiento comercial en el sentido moderno del término que hubo en nuestra ciudad, y que se mantuvo como tal hasta que fue destruido por un incendio en 1945.
Muchos otros pequeños acontecimientos ocurrían en el pequeño y aislado poblado, el más austral del mundo y probablemente uno de los más pobres y olvidados por las autoridades nacionales. En realidad, nadie tenía una idea medianamente clara y factible de cómo sería el desarrollo del nuevo territorio, pero ya en esos primeros años aparecían los gérmenes de una economía posible: los grandes bosques nativos, la feracidad de sus campos de pastoreo, su ubicación providencial para ayudar a la navegación interoceánica, la existencia –sí que en cantidades pequeñas– de vetas de oro y la estremecedora belleza del lugar, permitían al viajero, al científico o al funcionario augurar un futuro promisorio par el nuevo territorio nacional. Cierto que todo estaba aún por hacerse y los recursos técnicos y humanos no eran lo que abundaba. Además, desde el poder central tampoco se manifestaba un interés visible por priorizar el desarrollo de estos territorios lejanos e inhóspitos, por lo cual podemos suponer que lo que se aproximaba era una época de aventureros y pioneros (especies que nunca faltan en las sociedades jóvenes) que darían impulso a las formidables potencialidades dela tierra de los cazadores pedestres y los nómadas del mar.
Pronto veremos de qué manera se inició el crecimiento y desarrollo de la isla, las inmensas dificultades que debieron ser vencidas y el admirable coraje y la férrea voluntad de aquellos primeros pobladores que decidieron quedarse para trabajar y formar sus familias en esta isla aún rodeada de misterios.

(*) Historiador. Profesor de Historia.