Historias mínimas

La primera vez

11/02/2016
P
or Norman Munch
¿Sabés viejo?, lo llevé a tu nieto a la cancha, a la de Colón. Fue su primera vez y la primera mía como padre. Diez años tuvimos que esperar para poder ir.
Él siempre me pedía que lo llevara pero viste cómo es la cosa, nosotros viviendo en el fin del mundo, vamos una vez al año a Santa Fe para las vacaciones y cuando estamos allá el equipo está de pretemporada en la costa o en otro lugar, así que no enganchamos ni un amistoso. Pero esta vez fue distinto, se alinearon los planetas y el destino quiso que unos días antes de volver empezara el campeonato y el Negro jugara de local con Arsenal.
Cuando supo del partido Darko se embaló pero le dije desde el vamos que no se ilusionara, que capaz no se conseguían entradas, que a lo mejor solo le vendían a los socios, como hacen ahora. Pero Darío nos dijo que fuéramos con él, con Ana y con Brunito, y nos largamos.
Te juro viejo que desde que salimos para la cancha fue revivir con él una de esas tantas tardes en las que vos me llevaste a mí. La cola para sacar las entradas, los polis controlando, las oleadas de hinchas que llegan agitando banderas, el trote de los últimos metros para entrar antes de que empiece el partido. Buscar un buen lugar en la tribuna, el equipo que aparece por la manga, la gente que ovaciona, que reclama el triunfo, que pide un campeonato, que chifla al rival y al referí.
Lo miro de reojo a tu nieto. Lo adivino guardando dentro de sí cada imagen y cada sensación de ese momento único del que nunca se va a olvidar. Sigue atento el partido y de pronto se queda hipnotizado mirando a la barra que alienta y bate parches sin parar detrás del arco, en la tribuna que da a la J.J. Paso, mientras la tarde empieza a morir.
Después hace palmas y se prende con alguna canción tribunera, festeja el penal que le hacen a Alan Ruiz y grita como loco cuando el propio 10 fusila al golero de la visita y pone el 1 a 0, y grita aún más cuando tras un tiqui tiqui de novela otra vez Ruiz se viste de héroe. Y chocamos los cinco, y se saluda con Darío, Ana y Brunito.
En el entretiempo comenta las jugadas, vuelve a mirar a la barra, lee lo que dicen las banderas colgadas y se queda en silencio, pensando quién sabe en qué.
Segundo tiempo y lamenta los goles perdidos, se enoja cuando el cuervo le saca la roja al goleador, sufre con el descuento de ellos y celebra aliviado, con la camiseta que estrena totalmente empapada, cuando el árbitro pone fin a las acciones, justo cuando los relámpagos anuncian la tormenta en ciernes, ya entrada la noche.
Apuramos la salida junto a miles de hinchas que se ilusionan, que siguen cantando. Cumplimos el ritual compartido del chori y la coca, y cuando el cansancio por tanta emoción comienza a vencerlo espera con paciencia que terminemos ese par de cervezas que apuramos con Darío y otros muchachos.
Cuando horas después lo veo durmiendo en paz seguramente reviviendo en sueños los goles de la victoria, quiero creer viejo que con esa lluvia que cae sin piedad sobre la ciudad van mezcladas tus lágrimas, las mismas que se me escapan a mí tras esta primera vez que fue como la nuestra.  


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