Historias mínimas

Redención

29/04/2016
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iexcl;¡Andá, puta de mierda!!”.
Entró al bar envuelta en ese grito hiriente. Casi nadie la miró. Nadie la juzgó por el insulto recibido. Al fin de cuentas a esa hora de la noche, en esa parte de la ciudad, en esas calles, que a alguien le griten puta, forro, basura o lo que fuera es moneda corriente. Y a veces, muy a veces, hasta una caricia.
Se sentó en una de las sillas altas de la barra, pidió un café doble, tomó la taza humeante con sus manos heladas y comenzó a beber de a sorbos, despacio.
Pisaba los treinta. A pesar de todo era bella y lo fue aún más. Y frágil. Se le notaba en el rostro pálido, en el cuerpo de curvas mínimas, en la piel como porcelana, en los ojos suaves que desnudaban un alma aún más frágil. Frágil porque lo peor de la vida se le había metido hasta por el último poro. Pero aún así seguía digna.
Recorrió el bar con la mirada y sin querer lo vio, sentado a la mesa ubicada casi a la fuerza en uno de los rincones, apartado por decisión propia, lejos de todos, ahí dentro como afuera.
Leía un libro de tapas duras, seguramente un clásico, forzando la vista por la poca luz, los viejos y gastados anteojos clavados casi en la punta de la nariz. Le llamó la atención la barba larga pero prolija, apenas rubia, que cubría su rostro aniñado. Lo adivinó solo, lo adivinó solitario, lo adivinó triste. No vencido, sí resignado. Como ella.
Se acercó, le pidió permiso, se sentó frente a él, hablaron, sonrieron. Tomaron otro café. Estuvieron un rato. Pagaron y salieron a caminar. Alguien los siguió con la mirada hasta que se perdieron, en busca de la redención, en la niebla que envolvía las calles de esa parte de la ciudad, en la que a esa hora de la noche abundan los insultos.  

Autor : Norman Munch
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