n la edición de este día de la revista Gente, se publica una crónica de Rafael Wollmann, quien se encontraba en Malvinas, haciendo una cobertura periodística sobre la vida isleña, y se vio sorprendido por el desembarco argentino.
En la víspera, el gobernador Rex Hunt habló por radio asegurando “que las Fuerzas Armadas Argentinas se preparan para invadir las islas Falklands”. Luego dio instrucciones a los vecinos: “les pido a todos que se mantengan calmos, fuera de las calles…” No hagan “demostraciones o dañando propiedades argentinas. Eso va a jugar a favor de ellos y proveerlos de la excusa que necesitan para invadirnos”.
“Todos estábamos mudos, helados. No lo podíamos creer (…) Todos nos mirábamos, callados (…) La psicosis de la guerra había comenzado: los habitantes (…) llamaban a la radio y todo lo que decían salía en directo al aire. Comentaban que habían escuchado motores de helicópteros, que veían sombras, cosas raras (…) Todo estaba en silencio y a oscuras”.
A las cinco “se escucharon los primeros disparos. Ráfagas de ametralladora y el estampido de morteros”.
A las 7.45, “comenzó un tiroteo violentísimo y en ese momento comenzó a ser interferida la radio”. Hasta que se escuchó en castellano «un llamado al gobierno colonial de las Islas Malvinas. Tenemos una gran fuerza. Queremos ser fieles a nuestros principios cristianos y occidentales y no queremos hacerles ningún daño. Queremos que estén todos bien.»
A las 8.15, la bandera argentina ya flameaba en el cuartel de los marines, había sido ocupado sin resistencia porque estaba vacío.
A las 8.50, se vieron «los primeros tanques argentinos avanzando” y “detrás de ellos, caminando lentamente en posición de combate, los soldados”..
A su paso, los marines salían de sus escondites sin armas y con los brazos arriba, las manos apoyadas en la nuca”. A “las 9.15, la radio anuncia que las Falklands Islands Defense Force se han rendido”. El pueblo “era un desierto. Nadie se asomaba a las ventanas”.
Un Land Rover trasladó “un cuerpo envuelto en una tela blanca”, era el capitán Giachino.
A las 16, Rex Hunt salió con su uniforme de gala y partió hacia el aeropuerto. En la base estaban los marines que serían trasladados a Montevideo. “Aparece el gobernador. Había reemplazado su uniforme por un austero traje gris oscuro. Me mira y me dice, sin enojo: «Ahora debes estar contento».
