a prensa magallánica refleja, este día, con preocupación el naufragio del buque tanque holandés Metula, en la Primera Angostura del estrecho de Magallanes y consuma el mayor derrame petrolero de la zona austral y de Sudamérica, con el vertido de 53.500 toneladas de petróleo.
El buque de 350 metros de largo, propiedad de una empresa subsidiaria de la Shell, estaba al servicio de la ENAP chilena y transportaba 193.472 toneladas de crudo desde Medio Oriente.
La navegación por la Primera Angostura resultaba una complicada maniobra por el gran calado de ese buque. Debía realizarse antes de la pleamar, durante la noche; pero, ciertas diferencias en las cartas de navegación, hizo cometer el error al capitán de no ubicar un banco de arena y el buque se introdujo ochenta metros en la arena acumulada.
De inmediato, la tripulación pudo apreciar la pérdida de gran cantidad de petróleo por el casco y se tuvo la certeza de las graves averías que se habían producido.
El barco argentino Harvella, se acercó para el salvataje y llevó a cabo una maniobra riesgosa que le permitió recuperar unas cincuenta mil toneladas de crudo.
El 25 de septiembre, varios remolcadores lograron mover al barco siniestrado y fondearlo en un lugar seguro. Luego de trasvasar el resto del petróleo, fue remolcado a Río de Janeiro, donde fue desguazado.
Las corrientes marinas fueron dispersando el petróleo derramado, afectando a una superficie de unos 2.560 kilómetros cuadrados hacia la boca oriental del estrecho, alcanzando las costas argentinas, la orilla norte de Tierra del Fuego y a las puntas Posesión, Dúngeness y Catalina.
La contaminación produjo la muerte de unos 150 cormoranes durante los primeros días, pero una patrulla militar encontró el doble de esas aves muertas. También fueron afectados pingüinos, gaviotas, albatros, petreles y patos. En las rocas costeras, diversos organismos acuáticos como cholgas, mejillones, estrellas de mar y pulpos fueron afectados por el manto de petróleo, sin datos de la mortandad ocasionada.
Un estudio del ingeniero Eduardo D’Elía, 35 años después, señaló que tampoco fue posible determinar el impacto ocasionado al fitoplancton y zooplancton, ni los efectos secundarios causados por la degradación del litoral marítimo ni los impactos provocados al medio ambiente, al medio biótico, al geofísico, al perceptual o al socioeconómico-cultural.
