ste día, desde el puerto de Buenos Aires, zarpa el transporte Ushuaia con destino austral. Carlos Burmeister, naturalista del Museo de La Plata, estaba a bordo en “un viaje que iba a ser compartido por personajes singulares, la mayor parte de ellos aventureros atacados por la fiebre del oro, que iban rumbo a Tierra del Fuego donde pensaban obtenerlo por toneladas” (Norma Sosa- Cazadores de plumas en la Patagonia).
Burmeister describió las duras condiciones del viaje: “Los que no habían conseguido un camarote, dormían de noche, encima, debajo y a los lados de la mesa, en el estrecho comedor, y otros menos afortunados aún sobre la cubierta, a la intemperie, tapados con sus mantas, que les servirían más tarde en sus soñados trabajos auríferos”.
Este fue el segundo viaje del científico hacia el sur, el anterior lo había concretado en 1888, y fue mucho más penoso. El primer tramo lo había realizado en tren hasta Bahía Blanca. El viaje continuó en una diligencia hasta Carmen de Patagones: “Inútil sería referir las múltiples sorpresas y peripecias que son víctimas los pasajeros en cada viaje de galera: la ruptura de ejes y elásticos se repitió también esta vez empantanándose además el coche en el famoso salitral poco después de dejar Bahía Blanca”. Recién en Patagones pudo abordar el barco que lo acercaría a las playas australes.
El viaje en el Ushuaia fue tranquilo, pero para los mineros las penurias recién comenzaban. Al arribar a Punta Arenas, debían procurar alguna lancha que los llevara hasta la aldea de Ushuaia, como escala de aprovisionamiento hacia su destino final en las islas del Beagle.
José Manuel Eizaguirre, el primer periodista que recorrió la zona, se encontró con ellos en Punta Arenas y los consultó sobre su destino: “-Vamos a tentar fortuna- me contestaron con mucha naturalidad y hasta sonrientes. Pertenecían a una expedición de criollos, orientales y argentinos, y todos ellos eran jóvenes que se iniciaban recién en esa vida. Habían hecho el viaje desde Buenos Aires en el Ushuaia”.
En esa época, “en bahía Sloggett había unos 250 hombres; en Lennox la cifra oscilaba entre 600 y 800; en Nueva, unos 200; en Picton, alrededor de 100; y entre las demás islas como Navarino y en especial en Hoste (particularmente en el Falso Cabo de Hornos), unos 150” buscadores de oro (C.P. Vairo y F. Gatti. Oro en Tierra del Fuego).
