Tierra del Fuego asolada por una invasión de millones de ratas
El 3 de agosto de 1989

Tierra del Fuego asolada por una invasión de millones de ratas

03/08/2017
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os pobladores de Tolhuin ven asombrados la aparición creciente de ratas. “Y en pleno invierno fue la invasión total. Eran tantas, que pretender un número es imposible. Podemos decir millones. Pero para cuantificarlas puedo decir lo siguiente: el paisaje no era blanco por la nieve, era de un gris muy oscuro, casi negro por las ratas. No había lugar por donde no anduvieran, no había alimento que no se comieran”, recordó Rubén Darío Fregosini (El Escribidor de Tierra del Fuego, citado por Oscar Domingo Gutiérrez).
El estremecedor relato continúa: “Recuerdo que no podíamos dormir pues estos animalitos inundaban la cama, yo no quería que llegue la noche y de esa manera evitar, una lucha estéril contra el frío, la oscuridad, el sueño, y las ratas. Aun así era…inevitable, debíamos dormir. Y para esto, le pegaba una buena sacudida a la cama y aquellos animalitos salían huyendo por todas las rendijas de aquel rancho. Luego me acomodaba en mi cama, y sin sacarme ninguna ropa (…) me cubría bien con la manta, totalmente todo el cuerpo. Metiendo los bordes de la manta debajo de mí, desde mis pies hasta la cabeza solo dejaba un agujerito por donde respirar. Cuando se hacía el silencio, las ratas volvían a inundar el rancho. Mientras estaba despierto no pasaba nada, ninguna subía a la cama. Las ratas son seres sensoriales que perciben “cuando uno está dormido”. De ahí que la guardia consistía simplemente en quedarse despierto lo máximo posible, y así evitar que se treparan  a la cama”, pero “vencido por el cansancio del trabajo, del frío y de tantos días en estas condiciones, cada tanto dormitaba un poco y si alguna se sentaba sobre mi cabeza, se sentía el rrrrrrrrr del latir de su corazón. Suficiente para despertar sobresaltado, con lo cual lo que conseguía era espantar a todas aquellas, que muy sigilosamente se habían metido dentro de mis pantalones y entre mi piel, y mi camisa. Salían huyendo, arañándome las costillas, era un saltar de la cama y  zapatear frenético que se repetía cada vez que me quedaba dormido. Y cada tanto escuchaba el mismo frenético zapateo en los ranchos contiguos de mis compañeros”.
Los pobladores ensayaban todo tipo de procedimientos para combatir infructuosamente la masiva invasión, pero sólo la naturaleza pudo neutralizarla al cabo de unas semanas. Los roedores se despidieron hasta una nueva próxima aparición.

Autor : Bernardo Veksler
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