ste día, llegan a Tecka, su tierra natal, los restos del cacique tehuelche Modesto Inacayal, que fueron recibidos por una gran concurrencia de descendientes de nativos. Coincidiendo con el “Día del Aborigen”, los restos habían sido trasladados a Esquel en un avión. La urna que los contenía fue luego llevada a caballo hasta Tecka por jinetes originarios. Cuando la procesión llegó a dicha localidad, la urna fue llevada a pie al mausoleo construido para homenajear al cacique. Comenzaron las rogativas y se arrojaron semillas a su paso.
Inacayal había nacido, en esa zona del oeste chubutense, en 1833. Cuando se produjo la creciente incursión de forasteros en la región, mantuvo una actitud cordial y alojó a científicos y viajeros, como Guillermo Cox, George Musters y Francisco Moreno.
A pesar de esa amabilidad, sufrió una ofensiva inesperada de las columnas comandadas por el teniente coronel Vicente Lasciar. “La mañana del 18 de octubre de 1884, el teniente Francisco Insay y 20 soldados, atacan sin previo aviso la toldería, produciéndoles 30 bajas y gran cantidad de prisioneros, que son llevados a las prisiones del Tigre y al Museo de La Plata” (Fernando Pepe, Miguel Añón Suárez y Patricio Harrison. Antropología del genocidio).
Luego de estar 18 meses en la prisión de El Tigre, fueron alojados en el Museo por gestiones efectuadas por su director Francisco P. Moreno. “Después de la Campaña del Desierto se trajeron indígenas al Museo de La Plata y se los utilizó como peones de limpieza. Cuando murieron, mandaron sus cuerpos a los laboratorios de la Facultad de Medicina para que les sacasen el cerebro, el pelo, los huesos y luego sus restos volvieron al museo. Seguían siendo considerados “patrimonio” del museo. ¡Eran objetos, no seres humanos!” (Rex González, citado por Pepe, Añón Suárez y Harrison).
Inacayal muere “aproximadamente a los 45 años (…) Reservado, desconfiado, orgulloso y rencoroso. Comunicativo, solamente cuando estaba ebrio. Dormía casi todo el día, discutía fácilmente, muy apático y sin ninguna preocupación por su persona” (descripción de un empleado del museo).
El cacique “repetía frecuentemente: Yo jefe, hijo de esta tierra, blancos ladrones (…) mataron a mis hijos, mataron a mis hermanos, robaron mis caballos y a la tierra que me vio nacer, encima prisioneros (…) yo enojado” (op.cit.).