illamayor fue conducido a esa unidad penitenciaria, junto “a otros compañeros del ejército, a cumplir una condena impuesta por la justicia militar”. Allí, consideró que vivió “dos años interminables en ese pedazo de Siberia, enclavado en el último rincón de la república”.
Al describir su traslado al penal, señaló: “Un buen día, nos despertaron a las 2 de la mañana, a los gritos (…) para que nos vistiéramos inmediatamente para embarcarnos en el transporte nacional “1° de Mayo” que nos trasladaría al presidio (…) nos metieron en las bodegas (…) y a los tres meses, después de pasar toda clase de sufrimientos, llegamos a Ushuaia”.
Habiendo pasado 17 años desde su ingreso a la cárcel, sacó a la luz estos recuerdos: “Argentina tendrá siempre como un manchón enorme a sus glorias ese presidio donde se tortura sin piedad a muchos inocentes. ¡El Congreso y el P.E. de la Nación, están en el deber de cerrar para siempre las puertas de ese infierno! Ushuaia no es una cárcel para purgar delitos, un sitio de regeneración, es la tierra maldita de la leyenda”.
Recordó que en la ciudad no había “absolutamente nada” y que trabajaban “en los montes cortando leña y en las canteras sacando piedras (…) Nos trataban a garrote limpio, calabozos y plantones…”
“Eternos son los días, lúgubres, tristes, sin fin las noches (…) En ese rincón de desolación parece que Dios no fijara sus ojos misericordiosos… ¡Porque viendo esos martirios desencadenaría sobre los malos todas las furias de sus iras! Es hora de que en nombre de la civilización y del progreso termine esa fragua de los dolores más hondos y más fuertes… y entonces la República Argentina, orgullosa de sus glorias podría entonar el himno de los libres, de los fuertes y las manos de su escudo serán signo de igualdad, fraternidad y concordia entre los hombres y los pueblos” (op.cit.).
