l agujero de la capa de ozono sobre la Antártida se ha reducido a su menor tamaño en los últimos cinco años, aseguró hoy el Instituto Nacional del Agua e Investigación Atmosférica de Nueva Zelanda” (Agencia EFE, 3/12/2010).
Los científicos “calcularon que el tamaño del agujero es de 22 millones de kilómetros cuadrados, cuando en 2009 era de 24 millones y en 2000, el año en que se registro la mayor brecha, 29 millones”. También, el déficit de la masa de ozono “se ha reducido a 27 millones de toneladas, comparado con las 35 millones de toneladas de 2009 y las 43 de 2000”.
El científico atmosférico Stephen Wood sostuvo: "Podemos decir que el agujero en la capa de ozono está mejorando de acuerdo con las observaciones de este año (…) Hemos tenido unos cuantos años sucesivos con agujeros menos severos. Esto es una señal de que estaríamos empezando a ver una recuperación".
Wood consideró que esta mejora ambiental se debió a que las iniciativas internacionales, como el Protocolo de Montreal de 1987, están dando resultado.
Esta tendencia verificada por los neozelandeses se confirmó dos años después, cuando se constató que el agujero de ozono en la Antártida estaba en su menor tamaño en 25 años. Esto supone 1,5 veces más que la superficie del continente antártico pero su menor tamaño desde 1987, cuando se rubricó el Protocolo de Montreal (EFE, 25/10/2012).
Este dato fue aportado por “la Agencia Meteorológica de Japón, que ha advertido sin embargo de que ello no significa necesariamente que la capa se esté recuperando”.
Según los científicos japoneses, “el tamaño máximo del agujero en lo que va del año se detectó el pasado 22 de septiembre, cuando ocupaba 20,8 millones de kilómetros cuadrados”.
Los científicos japoneses señalaron que posiblemente el agujero no ha crecido este año porque las temperaturas invernales en la región han permanecido relativamente altas.
El agujero en la capa de ozono se forma cada año en la Antártida entre agosto y septiembre, y se cierra entre noviembre y diciembre.
El ozono actúa como filtro de las radiaciones ultravioleta B provenientes del Sol, que pueden resultar dañinas para los seres del planeta.
Esa capa protectora manifestó su deterioro en las regiones polares, por efecto de los gases clorofluorocarbonados (CFCs), utilizados como componentes de aerosoles y refrigerantes. Su uso fue prohibido a partir del acuerdo de Montreal.
