a rendición del cacique Namuncurá establece el punto culminante de la ofensiva del ejército argentino contra los pueblos originarios pampeanos y patagónicos. Meses después, claudicaría en su resistencia el cacique Saihueque, sellando el fin de la ‘Campaña del Desierto’. La solución final del ‘problema del indio’ fue patrocinada por el patriciado porteño y encabezada por el general Julio Argentino Roca, quien generó un vuelco decisivo al involucrar a seis mil soldados en la ofensiva.
La clave del triunfo militar fue la incorporación del fusil Remington. “Los soldados y hasta el gaucho sentían por el indio respeto y temor: porque éste conocía todos los vericuetos del desierto, aguadas y refugios, porque era un sagaz rastreador y porque por su fortaleza y notable resistencia a la intemperie podía superar el hambre comiendo poco o nada, disponiendo de un caballo que el mismo adiestraba para sobreponerse a cualquier obstáculo. Pero el Remington lo doblegó obligándolo a huir o rendirse o, de lo contrario, a ser exterminado” (Roberto Hosne. Patagonia. Leyenda y realidad).
Domingo Faustino Sarmiento expresó abiertamente su discrepancia con Roca: “da vergüenza pensar que se haya necesitado un poderoso establecimiento militar, y a veces ocho mil hombres, para acabar con dos mil lanzas, que nunca reunirán los salvajes”.
Durante el lustro de la invasión a las tierras ancestrales de los nativos, “no se registraron batallas de importancia, con excepción del sangriento combate en los llanos de Appeleg, donde los araucanos de Foyel e Inacayal, apoyados por un grupo de tehuelches, lucharon contra soldados al mando del teniente coronel Nicolás Palacios. Los indios fueron reducidos en su preciado baluarte. Según versiones militares, las armas que usaron los indios habían sido provistas por los galeses”.
Luego de este combate, se incorporó al territorio nacional todo el Neuquén y el oeste rionegrino.
Uno de los participantes de la ofensiva militar, el comandante Manuel Prado, sostuvo que se habían “conquistado veinte mil leguas de territorio… pero esa inmensa riqueza hubo pasado a manos del especulador que la adquirió sin mayor esfuerzo ni trabajo”, tierras que “después se vieron despilfarradas… en concesiones fabulosas de treinta y más leguas…”
En cuanto a los despojados, “nunca recibieron las tierras prometidas y nada se hizo por mejorar su paupérrima condición” (op.cit.).
