ste día, un empresario artístico ofrece una función de circo en honor de la tribu de Orkeke, que había sido deportada a Buenos Aires.
Los ejercicios ecuestres los presencian “sin disimulada envidia. Su admiración e interés por las pruebas no tiene límites. Se les ve agitarse en sus asientos como poseídos de un irresistible frenesí. Remedando con el movimiento de sus cuerpos al del acróbata que luce su habilidad ente un jurado de expertos” (Leoncio Deodat. Descubridor de historias).
Luego, apareció un artista disfrazado de orangután. Cada vez que tomaba alcohol, otro personaje lo castigaba y, cuando eso ocurría, ejecutaba saltos grotescos y la tribu se reía a más no poder. “Orkeke y su mujer perdían su acostumbrada gravedad”. En un momento todos quedaron paralizados cuando le dispararon un tiro y mataron al ‘mono’.
Estos homenajes a Orkeke y su gente resultaban paradójicos, porque habían sido llevados a la fuerza desde Santa Cruz a Buenos Aires, les habían incautado todo su ganado y los alojaron en los cuarteles de Retiro.
Pero las contradicciones continuaban. Ramón Lista ofició de anfitrión y los paseó “en coche por la ciudad” visitando “los principales edificios públicos y el Parque 3 de Febrero” y “el incipiente Jardín Zoológico”.
Luego del paseo, “Lista conduce a Orkeke hasta el despacho Presidente de la República, el general Roca. Bien recibido, entabla franca conversación con el primer magistrado y obtiene, la promesa de su regreso a Santa Cruz, la devolución de sus caballos y la entrega de algunos obsequios. Asegúrale el Presidente su amistad hacia los indios mansos con palabras que el cacique escucha complacido. Luego de despedirle, el Presidente ordena a uno de sus edecanes le haga entrega de cigarros habanos y la suma de quinientos pesos”.
Así, “Orkeke se convierte en prisionero con honores de huésped, y concurrente obligado a cuanto espectáculo público se ofrezca”.
No obstante este trato, las promesas de Roca nunca se cumplieron. El cacique se contagió una neumonía doble y, el 12 de setiembre, falleció en el Hospital Militar, “como una luz que se apaga de súbito”, dijo el diario La Nación.
Lista fue el encargado de dar la noticia a la tribu. “No se oye un solo grito, no se ve un solo gesto. De pie, inmóviles, lloran los hombres ancianos y las mujeres jóvenes. Mudo fluir de penas que suspende momentáneamente la actividad del cuartel” (op.cit.).
