Colaboracion – Sexta y ultima parte

La fuga según León, por Carlos Zampatti

05/12/2005
C

on la sensación de sentirse vigilado, tuvo que esperar varias horas a que el camión completase su carga de lana. Cuando llegó el momento, su guía, en el falso tono amistoso que exageraba su ebriedad, lo condujo a caballo muy torpemente hasta el lugar del encuentro. Al llegar, León se apeó y bajó al camino mientras que el baqueano se quedó en lo alto de la loma como para no perder detalle de lo que sobrevendría en ese atardecer amarillento por el reflejo del sol en las nubes.

Poco tiempo después apareció el camión envuelto en una gran nube de polvo, y cuando León confirmó visualmente que venía solo, dejó su posición de cuerpo a tierra y se plantó en medio de la ruta. Al detenerse el camión comprendió la trampa, pero ya era demasiado tarde: cuatro carabineros se apearon y dispararon contra él, en un virtual fusilamiento.

Cayó sobre el terraplén de la ruta cabeza abajo y los cuatro hombres se le lanzaron encima. Dos de ellos le pisaron sendas manos, un tercero la pierna derecha, mientras la izquierda yacía con la tibia y el peroné seccionados. El cuarto, aparentemente el jefe, le sacó el envoltorio con los documentos, y con ellos subió al camión y volvió al puesto de carabineros, donde, una hora después, lo llevaron en la caja de una camioneta, soportando fortísimos dolores.

Allí, mientras le entablillaban la pierna, el jefe le informó que la policía argentina ya había advertido de su fuga, indicándoles que el prófugo era un guerrillero altamente peligroso, lo cual les daba carta blanca para tirar a matar. (Luego, muy luego, León se enteró que esa noche la policía fueguina esperó, inútilmente, en Radman que los carabineros le entregasen al prófugo).

A las 11 de la noche lo hicieron subir nuevamente a la caja de la camioneta, siempre a los saltos, para llevarlo a la estancia Cameron, a la que llegó soportando el lacerante dolor de la pierna quebrada, acrecentado por el traqueteo del vehículo y el carabinero con el fusil apoyado en sus costillas.

Allí lo trasbordaron a una vieja ambulancia con la que llegó Porvenir a media mañana, donde lo entregaron a la Policía Internacional. Después de muchas idas y vueltas e insoportables dolores, lo llevaron hasta el muelle para abordar la barcaza que lo trasladaría a Punta Arenas. Lo hicieron abordar un auto particular, que se estacionó justamente al lado del Mercedes Benz de la estancia Vicuña. El chofer lo vio y le hizo un gesto como diciendo que él nada tuvo que ver, excusándose de lo sucedido.

Una vez en Punta Arenas, lo llevaron al departamento central de Carabineros, donde lo interrogaron largamente con los ojos vendados, sin darle siquiera un vaso de agua, y menos aún un calmante. Toda esa noche fue interrogado en distintos centros de detención, en forma muy áspera; salvo al final, en que, suavizando relativamente el trato, le prometieron protección y residencia en Punta Arenas a cambio de información sobre su actividad militar.

Sin obtener nada de parte de León, finalmente, a las siete de la mañana del vigésimo día de su fuga y treinta y seis horas después de su fusilamiento, lo llevaron a un hospital, casi desmayado de dolor, donde lo anestesiaron y operaron. Cuando despertó tenía un yeso desde la punta del pie hasta el muslo; recién en ese momento le dieron de comer, y le aplicaron otro calmante que nuevamente lo durmió en forma profunda.

Horas después, una enfermera lo despertó, lo ayudó a vestir la embarrada ropa y lo llevó en una silla de ruedas hasta la puerta del hospital, donde tres policías lo subieron a una combi Volkswagen, tapándole nuevamente los ojos. 

Después de dar muchas vueltas por Punta Arenas, cargaron combustible, herramientas y alimentos y tomaron por una ruta al parecer bastante transitada. Luego de tres horas de viaje la combi se detuvo, y al sacarle la venda, advirtió que estaba en el puesto fronterizo de Monte Aymond. En ese instante comprendió que lo entregarían a las autoridades argentinas, lo que lo enfureció, estallando en insultos.

Un vehículo de la Armada Argentina que lo esperaba del otro lado de la frontera lo llevó a Río Gallegos. Allí le suministraron otro calmante que lo durmió hasta media tarde, cuando lo despertaron para informarle que debía volver a vestirse con su ropaje de siempre para ir al aeropuerto, donde lo estaba esperando el avión sanitario de Tierra del Fuego con dos oficiales de la policía territorial, que luego hicieron gran carrera en la institución.

No hubo saludos, sólo miradas hostiles que León devolvió como diciéndoles que les había ganado limpiamente su pequeña gran batalla, ya que pudo atravesar toda la Tierra del Fuego argentina sin que lograran echarle mano.

Al llegar a Ushuaia, luego de revisarlo en el hospital, le dieron un calabozo con baño privado, en donde al rato entró un sargento de policía que sin mediar palabra le dio vuelta la cara de una bofetada. "Yo te voy a enseñar que el agua no se masca", le dijo y se marchó. León quedó anonadado; dolorido pero feliz porque sentía que ese cachetazo demostraba la frustración que sentían los policías por no haber podido aprehenderlo.

Al día siguiente lo recibió el Juez Federal, que luego de unas palabras de consideración por su habilidad para haber tenido en jaque durante tres semanas a sus seguidores, le informó que lo debería entregar a las autoridades militares. Así fue que lo trasladaron al hospital naval, en donde lo atendieron hasta su total recuperación.

Luego de pasar un tiempo en la base Aeronaval de Ushuaia, donde trabajó en los talleres durante el día, finalmente le dieron cuatro años y medio de prisión por la causa de las municiones. Las cumplió en Magdalena, provincia de Buenos Aires, para lo que debieron reincorporarlo a la Armada, donde debía quedarse de lunes a viernes, estando autorizado a viajar los fines de semana a Entre Ríos, lugar provisorio de residencia de su familia.

En aquellas épocas de dictadura y desinformación, poco se sabía de los avatares de la fuga, pero no éramos pocos los que íntimamente hinchábamos por León, en una especie de rebeldía pasiva ante el autoritarismo de las botas, y su captura nos produjo una cierta desazón. Más aún, en el único medio periodístico existente en la época, La Voz Fueguina, que aparecía una vez por mes, hubo una lacónica referencia a este hecho, en la que se destaca la siguiente frase: "si habláramos con la mente fría, diríamos que una vez más triunfó la ley; si habláramos con el corazón pensamos que León Medina ganó su libertad en su intento de fuga…". No era poca trasgresión decir eso en 1977, y más aún en aquella Tierra del Fuego.

Los seiscientos kilómetros que recorrió León en el deambular por su libertad, y los más de quince cerros escalados, no hicieron más que agrandar su figura ante nuestros ojos de aquellos tiempos. Inclusive, en diciembre de 1978, en los álgidos momentos de la, afortunadamente, abortada guerra con Chile, un DC3 sobrevolaba constantemente a baja altura nuestra ciudad inspeccionando los simulacros de Defensa Civil. El comentario de nosotros, ciudadanos de a pie, era que ese avión, que ahora se encuentra en la entrada a la Base Aeronaval Ushuaia, era tripulado por aquel que tuvo en jaque a la policía, y que por esa razón era el protegido del jefe de la base.

Después, mucho tiempo después, supe que su nombre era León Gumersindo Medina. Montaraz, infante de marina y, más tarde, encuadernador.