Punto de vista

La industria vs. el turismo, y viceversa

13/11/2011
P
or Guillermo Worman
Secretario Ejecutivo de Participación Ciudadana

La ciudad se ha vuelto rehén de las tensiones entre las necesidades de la industria electrónica y las demandas del turismo. Y, si bien son dos importantes ramas de la economía, no hay justificación para que la ciudad ceda ante las necesidades fabriles y logísticas de la nueva industria, como tampoco adaptarse sumisamente para satisfacer las expectativas de turistas de alto poder económico. Una y otra actividad intentan torcer el destino de la ciudad hacia su propio molino. La industria, por su lado, pretende acaparar todo espacio disponible para alojar la incesante cantidad de contenedores e imponer el porte de los camiones en el funcionamiento vehicular de la avenida Perito Moreno, copando ambas banquinas laterales a piacere. ¿Qué más pueden pedir? Tener a su plena disposición los servicios del relleno sanitario y que la ciudad baje sus controles para estar a disposición del espejismo temporal del desarrollo de industrias sostenidas sobre pilares de papel. El otro foco de presión lo ejerce un grupo considerable de actores que necesita de la ciudad y de su entorno como un producto para comercializar para sus pasajeros cargados de dólares y euros. Este último sector, a diferencia de los galponeros ensambladores, tensa de la cuerda en la búsqueda de la postal soñada para mostrar a sus clientes de alta capacidad de pago.
Naturalmente, se necesita de un verdadero arte para sentarse a intentar a gestionar los conflictos que generan dos de los sectores mayoritarios del mercado interno. El tercero es el empleo público que, sólo por el momento, no saca sus tanques a las calles para exigir que el esfuerzo presupuestario público se dedique sólo al pago de la nómina de salarios, aunque están a un paso de lograrlo. Entonces, inevitablemente, cuando dos modelos de generación de riqueza pujan por imponerse en el mismo territorio se producen los conflictos esperados. A todo esto hay que sumarle las deficiencias de planificación, el intenso crecimiento poblacional y la falta absoluta de infraestructura pública para dar abasto para satisfacer los caprichos que cada actividad económica quiere superponer.
Parece no advertirse que el equilibrio que necesita la ciudad para desarrollarse armónicamente exige de una compensación entre lo que cada actividad retira y lo que aporta. Por mencionar un simple ejemplo: si la industria ensambladora necesita de calles y avenidas para trasladar su carga en contenedores debería aportar, siempre proporcionalmente, fondos suficientes para garantizar su mantenimiento. De otro lado sucede algo similar, toda vez que el turismo exige un estándar de mantenimiento paisajístico para gran parte de la ciudad, mientras que no se compromete con los costos que significa conservar a Ushuaia como la soñada ciudad en el confín del mundo.

Que Dios te lo pague

Aun cuando se pudiera, no es posible sostener una estructura de servicios que cada vez necesita de nuevas prestaciones con la ficción de aportar siempre menos. Cualquier responsable de una actividad productiva conoce que debe promoverse, como mínimo, un esquema compensado entre la necesidad de inversión, de prestación de servicios y su correlato con la recaudación o capacidad de cobro por prestación de servicios. Hace falta, ante la demanda creciente de servicios, del esfuerzo compartido para sostener el andamiaje para que la ciudad, siempre en su conjunto, funcione sin que ninguno de sus servicios se vea resentido. Hay un claro ejemplo que muestra lo que está pasando por estos días. Es el colapso que vive el relleno sanitario de la ciudad, en donde un servicio ideado para durar aproximadamente 20 años se acerca a su techo en menos de la mitad de los plazos estimados. Obviamente, el crecimiento poblacional y, por sobre todo, el industrial cubrieron la capacidad de las celdas antes de los tiempos previstos.
Algo similar pasa con el síndrome de dependencia eterno de los sistemas de promoción. Quiere decir: la adicción que genera producir riqueza bajo la ilusión de no suscitar valor agregado, ni de pagar tasas e impuestos proporcionales a los servicios que se esperan del Estado.
Evidentemente, resulta imposible sostener la ilusión de esperar mucho a cambio de poco, o nada. En otras palabras, si se necesitan mayores servicios, más grandes deberán ser los esfuerzos de cada actividad para sostener la estructura de gastos que cualquier ciudad viable necesita, y no hay posibilidad alguna de mirar atrás y pedir que otro lo pague.

Etiquetas