La Justicia Federal concluyó que fue “chupado” cuando regresó a Buenos Aires
L
a Justicia Federal de Ushuaia investigó durante tres años la desaparición de un conscripto de la Base Naval Ushuaia en la última dictadura militar, hasta concluir que fue secuestrado por un grupo de tareas, pero apenas regresado a la ciudad de Buenos Aires.
Se trata de Miguel Ángel Hoyo, de 24 años, quien realizó el servicio militar en la capital fueguina durante 14 meses, desde el 30 de mayo de 1976 hasta el 3 de julio de 1977 en que fue dado de baja junto a un grupo de compañeros. Ese día fue trasladado al aeropuerto de Ezeiza en un avión de la Armada, detenido luego por efectivos militares y desde entonces no volvió a saberse de él.
El caso registrado por la Comisión Nacional de Desaparición de Personas fue declarado de lesa humanidad y por lo tanto imprescriptible, hasta que el 4 de mayo de 2005, la Cámara Federal de Apelaciones de Comodoro Rivadavia lo remitió para su investigación al Juzgado Federal de Ushuaia, bajo la carátula “Conadep s/ privación ilegítima de la libertad y posterior desaparición de personas cumpliendo el servicio militar”.
El 31 de julio de este año, al dictar una resolución en otro caso de un soldado desaparecido en la localidad de Sarmiento, Chubut, la misma Cámara consultó el estado de la causa Hoyo al juzgado fueguino, y de allí surgió el dato de que la investigación había concluido en 2008, cuando el juez Federico Calvete se declaró incompetente tras demostrar que el conscripto fue “chupado” luego de arribar a Buenos Aires.
Testimonios como evidencia
Sin embargo, la Justicia Federal con asiento en Ushuaia realizó una intensa pesquisa para reconstruir la suerte del soldado, 31 años después de su desaparición.
En principio tomó la denuncia formulada por Lucinda Estela Guardo de Hoyo, la madre del conscripto, el 26 de mayo de 2005. Y después revisó todos los registros militares de la época hasta dar con varios de los compañeros de Hoyo que compartieron con él el servicio militar.
Los testimonios fueron concluyentes en algunos aspectos y contradictorios en otros. Por ejemplo todos coinciden en que el soldado subió al avión Electra de la Armada Argentina junto con otros conscriptos dados de baja ese mismo día, para emprender regreso a Buenos Aires a cargo de un tal “cabo Pérez”.
Las escalas del viaje no están claras. Algunos declararon que la aeronave aterrizó en Río Grande, donde habrían subido dos militares vestidos de civil que apartaron a Hoyo del resto y lo custodiaron hasta Ezeiza. Otros dijeron que la escala fue en Río Gallegos y algunos mencionan otra detención en Trelew.
Después, con matices, hay coincidencia respecto de lo que ocurrió tras el arribo del avión a Buenos Aires.
“Hoyo fue apartado a la fuerza por suboficiales que viajaban en el mismo avión y lo llevaron para otro lado, desconociendo datos del nombrado con posterioridad a ello”, declaró un testigo.
“Los suboficiales que viajaban en el avión lo entregaron a un grupo de gente que lo estaba esperando. Estos estaban armados y pertenecían a alguna fuerza militar o de seguridad, y la mayoría de los compañeros fueron testigos del episodio”, consignó otro.
“Al momento en que lo separaron en el avión, Miguel Angel se resistió, ya que sabía que lo “tenían en la mira”. Un día Miguel me comentó que había un militar que lo “tenía junado”, porque militaba en la “Juventud Peronista”, afirma un tercer testimonio.
Hubo careos entre los testigos que no arrojaron conclusiones relevantes para la causa, y hubo paraderos de soldados de la época que jamás fueron hallados para que pudieran declarar.
La versión del secuestro en Ezeiza está corroborada por más declaraciones. Otro conscripto dijo ese día, adelante de más compañeros: “¿qué le habrá pasado a Hoyo que se le arrimaron cuatro tipos?”, mientras que uno escuchó que “lo levantaron a Hoyo en un Torino blanco”.
Con estas evidencias, el juez Calvete declaró la incompetencia de su juzgado y giró las actuaciones a los tribunales de Lomas de Zamora, con jurisdicción en el lugar donde tuvo lugar el secuestro y posterior desaparición.
“Me faltan diez días”
En la página 161 del libro “El escuadrón perdido”, de José Luis D´andrea Mohr, aparece sintetizada la historia del conscripto Hoyo.
Allí puede leerse que durante su permanencia en la Armada, el soldado “tuvo dos licencias largas, que pasó en casa de sus padres”.
“Faltaba muy poco tiempo para la baja del conscripto cuando, el 29 de junio de 1977, un grupo de personas armadas se presentó en su casa de General Rodríguez (en Buenos Aires). Preguntaron por Miguel Angel y se retiraron después de saber que todavía estaba en Tierra del Fuego. El muchacho había escrito a sus familiares para decirles: “(…) Bueno viejo, me faltan diez días (…) Contestame esta carta si calculás que llega antes del 2 de julio. Yo en todo caso les mando un telegrama cuando sepa bien cuándo nos vamos y a qué hora estaremos en Buenos Aires. Mañana tenemos una picada como despedida todos los colimbas de mi división”, señala el autor del libro.
En este trabajo se avala la teoría de que el avión “aterrizó en Río Gallegos, subieron dos personas y separaron a Hoyo del resto de los conscriptos ya de baja”.
“La aeronave de la Armada llegó a Ezeiza a las dos de la tarde y los muchachos fueron despedidos por el cabo Pérez, que los tuvo a cargo durante el viaje desde Tierra del Fuego, pero de Miguel Angel no hubo quien pudiera dar información. Para la Armada, el joven había desembarcado normalmente; la responsabilidad institucional había finalizado con la baja del conscripto. Miguel Ángel continúa desaparecido”, se indica en el libro.