Homicidio de Carlos Echazú

Paz habría cometido el homicidio para liberar a su marido golpeador

24/03/2014
G
olpeada, sentada en el suelo y llorando sin poder parar. Así encontraron a Micaela Flor Paz, de 25 años, el martes 29 de octubre del año pasado, sobre el camino polvoriento de ingreso a Playa Larga.
Su pareja, Matías Turra, de 31 años, la había ido a buscar a su casa de la calle Facundo Quiroga 1566. Había entrado al domicilio por la fuerza, la había golpeado y luego la había metido en el interior del auto con el que finalmente la trasladó y abandonó en el sitio donde terminaron encontrándola los bomberos, presa de una crisis de nervios.
No era la primera vez. Turra tenía prohibido por la Justicia acercarse a la vivienda de Paz, y aquel incidente de octubre terminó enviándolo a la cárcel, acusado de violación de domicilio, lesiones, daños y privación ilegítima de la libertad.
Pero la mujer que lo había denunciado, no pudo desprenderse nunca del vínculo que todavía hoy la une con su golpeador, y se arrepintió al poco tiempo. No tardó en visitarlo en la propia celda donde había terminado por agredirla, y casi sin darse cuenta se enfrascó en la misión de liberarlo por la mismas vías legales que lo habían encarcelado.
Entre rejas, acordaron contratar a un abogado. Uno caro, con experiencia en este tipo de causas. Uno de esos que cobran por adelantado.
Vendió el auto a una amiga que se lo iba pagando en cuotas. La misma que le presentó a un prestamista octogenario, Carlos Juan Echazú, al que vio débil y con el dinero que ella necesitaba.
Maduró la idea con la frialdad del que sólo mide los resultados, sin importar sus consecuencias. Y según sospecha el juez que acaba de procesarla, fue a la casa del prestamista y lo mató a puñaladas.
La lógica inapelable de los procedimientos judiciales hizo después su parte. Ella quedó detenida al encontrarse un cúmulo de pruebas que la involucran en el homicidio. Pero al estar presa, desapareció el principal argumento que tenían los propios jueces para liberar a su pareja: que fuese de nuevo a agredirla.
Si ella estaba presa, no tenía riesgo de ser golpeada otra vez por su agresor. Y entonces el hombre podía quedar libre. Y así ocurrió. Ella entre las mismas rejas donde había estado él. Y él libre, porque el objeto de su agresión se encuentra a resguardo de su propia violencia, pero en la cárcel.

Los avisos

“Como Micaela tenía al marido preso, a ella le dijeron que si pagaba un abogado particular lo iban a sacar antes de la feria. Ella tenía un auto y me lo vendió. Se lo fui pagando en cuotas”, declaró en la causa Daniela Licata, la joven que estuvo detenida y luego sobreseyeron del crimen de Echazú.
Licata fue quien le presentó el prestamista a Paz, y quien pidió a su nombre los 5 mil pesos de préstamo que tenían como destino hacerle un pago parcial a los abogados de Turra.
Según Licata, cuando Micaela salió del primer encuentro con el octogenario, le dijo a ella: “a este viejo le metemos un palo en la cabeza y ya está, se muere”.
No fue la única señal. Otro día también dijo: “le compramos un whisky, hacemos que tomamos y le ponemos una pastilla”.
Sus amigos pensaron que hablaba en broma, pero Paz tenía todo pensado. A otra amiga le confesó: “voy a tener que hacer cagar al prestamista, no me queda otra. Y con el resto de la plata más lo que me tiene que dar Daniela del auto me voy a Comodoro”.
En Comodoro Rivadavia viven familiares de Turra. Al parecer su idea era cometer el crimen, liberar a su pareja e irse a vivir todos a Chubut.
“En resumidas cuentas, la necesidad de obtener dinero para costear los honorarios de los profesionales para su pareja Matías Turra, detenido por ejercer actos de violencia en contra de ella, y el conocimiento que tenía respecto de la víctima, la motivaron para desarrollar los sucesos del 10 de marzo”, escribió el juez Javier De Gamas Soler en el auto de procesamiento de Paz.
Según reconstruyó el magistrado sobre la base de pericias y testimonios, la joven tomó precauciones para encubrir su crimen, como un juego de guantes que habría usado para registrar la casa en busca de dinero.
Sin embargo, su peor error fue llevar con ella a una testigo directa, una menor de 15 años, amiga suya, que presenció el momento de la ejecución y brindó detalles de todo lo sucedido aquella tarde.

Un disco de vinilo

Antes de ir a la casa de Echazú, adónde admite que estuvo el 10 de marzo, Micaela Paz fue a llevar a su hija al primer día de escuela primaria. Dice que participó de la jornada de adaptación de la pequeña y que jugaron al juego de ponerle la cola al ratón.
Una hora y media después llegaban con su amiga de 15 años al domicilio de Echazú. Según sus dichos, fue a aclararle que el préstamo otorgado a Licata no podía ser afrontado por ella, que había salido de garante.
El prestamista escuchaba discos de vinilo. Micaela entró a la casa mientras la menor esperaba afuera y caminaba yendo y viniendo hasta la esquina.
Pasó una hora y media. Se hacía tarde. La joven quiso llamar a sus padres para que fueran a buscar a su hija a la salida de la escuela. Pero no tenía crédito en su celular. Le pidió el teléfono fijo a Echazú y habló desde la propia casa donde se sospecha que cometió el crimen.
El prestamista invitó a pasar a la menor. Empezaron a tomar mate. Seguían sonando los discos de vinilo. Una canción de Mercedes Sosa. El hombre les explicó que en cada surco del disco había grabado un tema.
En este punto, los relatos de ambas jóvenes comienzan a diferir. Según Paz, ambas se fueron dejando a Echazú a la espera de Licata. Según la menor, su amiga aprovechó que el hombre fue a la cocina a recargar el mate, lo sujetó con un brazo y con el otro comenzó a apuñalarlo con un cuchillo. El hombre se desplomó hacia atrás y golpeó la cabeza contra el suelo.
El juez sostiene que el relato de la menor encaja perfectamente con la reconstrucción del hecho efectuada a través de pericias, como si se tratara de un rompecabezas completo.
La Justicia también halló en la casa de otro amigo de la joven sospechosa, una bolsa con elementos que ella le dio para que los quemara, y que contenían objetos supuestamente sustraídos de la escena del crimen, además de un par de zapatillas y el cuchillo que sería el arma homicida.
Al parecer el dinero que se habría llevado Micaela Paz de la vivienda de su presunta víctima no alcanzaba para pagarles a los abogados que iban a liberar antes a su pareja golpeadora. Aunque tal vez no hacía falta, porque cuando la detuvieron unos días después, acusada del homicidio, pagó por la liberación de su agresor, con su propia libertad.

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