En la sala Niní Marshall

Gran homenaje de Rubén Nievas a la presencia argentina en la Antártida

23/02/2015
N
o es la primera vez que se utiliza el arte como medio para otro fin. Existe el arte como expresión de denuncia, como sátira o como sustento de ideas políticas, por nombrar algunos. O el arte por el arte mismo, por qué no. En este caso, la música de Rubén Nievas fue un medio para conocer un poco más la Antártida, ese otro continente tan lejano pero que a la vez los fueguinos sentimos tan cerca.
La modalidad del encuentro fue novedosa y, difícil de creer, también improvisada. El público se sorprendió de que al empezar el espectáculo se escuchara una conversación telefónica. Luego, con el correr de los minutos, se entendió que era una conversación que mantenía Miguel Ángel Ramírez con un capitán argentino que hablaba desde la Antártida, más precisamente desde la base Belgrano.
Con esa fuerte introducción se dio comienzo al homenaje. Se mantuvo en su totalidad bajo un formato radial conducido por Ramírez, quien hablaba unas palabras, generalmente historias y anécdotas relacionadas a la ocupación argentina en la Antártida, y daba pie para que Nievas ejecutara sus canciones. De este modo, el lenguaje sonoro por momentos tomaba forma verbal; en otros, forma musical. Estas dos instancias se potenciaban, puesto que las historias que con una voz reconfortante aportaba Ramírez, cargaban de valor las piezas que posteriormente ejecutaba Nievas con destreza.
Así, por ejemplo, Ramírez contó al público que en 1905 salió un anuncio en el diario que invitaba, a quien se animara, a embarcarse en una aventura “de dudoso éxito, baja remuneración y largo tiempo de oscuridad”. Después le dio lugar a Nievas, que ejecutó “Odisea Antártica”: cada nota que su teclado cantaba, además de los efectos que ambientaban la melodía, estaban dotadas de esa épica que narraba Ramírez. Avanzada la performance, se sumó Emilia Ramunda para acompañar con la voz la música del teclado.
Nievas, cuyo apellido estuvo en consonancia semántica con la temática elegida, contó que muchas de las canciones fueron compuestas en Tierra Mayor, alrededor del 2006, cuando todavía no sabía esquiar. “No conozco la Antártida, escribir de algo que no viví es un desafío”, dijo Nievas. Sin embargo, la historia del arte ha dado numerosos ejemplos de artistas que han escrito espléndidamente sin conocer empíricamente su objeto: pensemos en Julio Verne, que sin haber pisado América escribió joyas como Los hijos del Capitán Grant, novela en que los protagonistas viajan por Chile, la pampa argentina, África y Oceanía.  Otro ejemplo es Emilio Salgari, que escribió memorables aventuras alrededor Malasia, India y África sin haber salido jamás de Italia.
Ni Rubén ni la mayoría del auditorio pisó jamás suelo antártico, pero este encuentro confirmó que no era requisito necesario. Desde el comienzo se aclaró que prácticamente se evitaría dar datos duros. Quizá la forma que buscaron Nievas y Ramírez para que conozcamos la Antártida no fueron los datos científicos, fríos, sino historias de vida –debidas, con b larga, aclararía el locutor-, pequeñas aventuras y música que nos hicieron imaginar, por un par de horas y en distintos tiempos históricos, que efectivamente estábamos en la Antártida.