Colaboración

Mirando a través del techo de cristal

15/04/2015
P
or María Paula Schapochnik (*)

Asumiendo como positivo el incremento vertiginoso del nivel formativo de las mujeres, sus trayectorias laborales y su incorporación masiva al mercado de trabajo, sigue llamando la atención su marcada ausencia en proporciones equivalentes, en puestos de poder o en lugares con capacidad de decisión.
Las causas de dicha subrepresentación son motivo de preocupación de los Estados, no en un afán de igualar matemáticamente, sino más bien porque dicha desigualdad además de configurar un desenlace inequitativo frente a similares condiciones iniciales, representa de alguna manera la expresión de un sistema de opresión que impacta en la vida de hombres y mujeres.
La realidad ha demostrado que muchas mujeres han tenido el privilegio de acceder a una profesión, que luego implicó el natural desempeño y crecimiento laboral a partir de ésta. Sin embargo, ha resultado desconcertante observar como en un determinado momento se estancan y encuentran barreras en la promoción de sus carreras.
Para este límite se ha acuñado en los años ´80 la expresión techo de cristal, algo así como una superficie superior invisible en la carrera laboral de las mujeres, difícil de traspasar, una barrera que les impide seguir avanzando.
Con esta metáfora se representan las modalidades de actuación de mecanismos discriminatorios que obstaculizan el desarrollo profesional de las mujeres, las limitan y les marcan un tope difícil de sobrepasar y de dimensionar. Un límite que no se ve, pero se siente y es muy efectivo.
Esto ha implicado una genuina curiosidad en la aproximación a sus causas. Estudios de campo efectuados en nuestras pampas (Burin 1993) dan cuenta de algunos rasgos sobre los que se inscribe el techo de cristal. Este se apoya tanto en una realidad cultural opresiva, como en una construcción subjetiva de las propias mujeres, con algunos factores determinantes, entre los que se cuentan: 1) Las responsabilidades domésticas que siguen siendo una doble y triple carga para las mujeres, sumado a que los espacios laborales están, por lo general, diseñados dentro de un universo masculino; 2) El nivel de exigencias, donde se requiere de las mujeres la demostración del doble de valía y de excelencia a la hora de evaluarlas en sus desempeños respecto de sus pares masculinos; 3) Los estereotipos sociales, que se formulan señalando que a las mujeres no les interesa ocupar puestos de responsabilidad o temen ocupar posiciones de poder, o les falta autoridad para desempeñarse en ellos. Este estereotipo es luego internalizado por las mujeres y casi sin cuestionarlo condiciona sus propias elecciones; 4) La percepción que las mujeres tienen de sí mismas ante la falta de modelos femeninos para identificarse en lugares tradicionalmente ocupados por varones generando inseguridad y temor respecto de la eficacia en su desempeño. Se enfrentan, como se señaló con el doble de exigencias, a la vez que se les perdonan menos equivocaciones; 5) Incide igualmente en la conformación del techo de cristal un factor que se conoce como principio de logro, donde las propias mujeres evaluadas para algunos trabajos como si inicialmente tuvieran un potencial menor que sus pares varones, culminan mostrando un grado inferior de habilidades, sesgadas incluso por la percepción que el talento, la capacidad, la dedicación, e incluso la legislación orientada a combatir la discriminación no les garantizará el éxito laboral equitativo, algo así como rendirse antes de comenzar; 6) Finalmente destaca el estudio señalado que, los ideales juveniles cultivados por las mujeres mientras se forjaron sus carreras tiene un peso importante en la configuración del techo de cristal.
En efecto, muchas fueron educadas en ideales sociales y familiares que les indicarían “asegurarse de hacer lo correcto” y sobre esta base se afirmaría una ética femenina que entraría en contradicción con el pragmatismo imperante del fin del milenio, donde el mandato es “asegurarse de ganar mucho dinero y rápido”. El fin justifica los medios. Para muchas los medios importan tanto como los fines, los vínculos afectivos, el respeto mutuo, la consideración por los otros, la confianza, son todos valores irrenunciables y forman parte de los ideales con los que se pudo haber construido cierta subjetividad femenina. En fin, parecería que todo ello opera poniendo un límite invisible.
Sin embargo, en forma reciente y en intentos por revertir estos mecanismos, se ha comenzado a advertir que en la diversidad, y en la de género en particular, existe mucho para aportar a la sociedad y a la organización laboral. El potencial ofrecido por las mujeres en cuanto a la comunicación, las habilidades de relación, el manejo del estrés y la capacidad de innovación, sumado a la falta de interiorización de métodos convencionales dentro de las organizaciones las posiciona como interesantes agentes de cambio.
En tanto que para el futuro, la posibilidad de dejar de representarnos mentalmente hombres y mujeres como polos opuestos permitirá de a poco el desarraigo de los estereotipos de género.
Si sostenemos que las mujeres somos menos ambiciosas, temerosas, o que no tenemos capacidad suficiente, posiblemente terminemos creyendo que no servimos, comenzaremos a esforzarnos menos y a poner menos empeño en nuestras trayectorias profesionales. La profecía se habrá cumplido.
Por eso, y asumiendo que tenemos algo que ver en nuestra propia construcción, y sobre todo en nuestros proyectos, es casi un mandato continuar con la deconstrucción de estereotipos, hablando y haciendo.

(*) Abogada. Magister Interdisciplinaria en Familia.