Colaboración

“A propósito de los prejuicios: la amistad entre mujeres”

29/04/2015
P
or María Paula Schapochnik (*)

Hace un tiempo llamó mi atención una publicidad que señalaba la desgracia que implicaba ser la ausente en una reunión de amigas. Faltar al encuentro implicaba en el imaginario de estos creativos, que necesariamente se iba a hablar mal de la “amiga” ausente. La maldad, la deslealtad y la deshonestidad entre mujeres, incluso si son amigas, es algo que hemos asumido casi como una marca registrada. Y otra vez resuena la idea de “lo natural”. Es cierto que hay misoginia entre las propias mujeres cuando nos descalificamos, y enjuiciamos como buenas o malas, o cuando señalamos como enfermas o locas a aquellas que no comprendemos. Está presente al obtener valor de la desvalorización. Sin embargo, a fuerza de dar testimonio yo tengo otro relato para compartir.
Un día pasó algo terriblemente triste, teñido de farándula. Para algunos fue un chisme más, para nosotras una patada en el medio del estómago y en ese instante nos dimos cuenta todas a la vez, lo vulnerables que somos, lo parecido de nuestras miradas y nuestras historias, el amor infinito hacia las mismas personas. Nos unían más cosas de la que imaginábamos, pero en ese momento fue el respeto y la pena compartida. Paramos de reírnos nada más, para mirarnos a los ojos. Ese día de junio fue un antes y un después. Decidimos abrirnos y conocernos, aunque sin decirlo. Nos confesamos tristes y perplejas. ¿Habría más dolor e injusticia que la pérdida de una hija?
En adelante, ese hecho de otra mujer lejana nos cambió drásticamente. Nos tomamos de las manos, mostramos lo oscuro, lloramos sin vergüenza, nos pensamos amigas para siempre. Comenzamos a andar confirmando en cada encuentro que era posible el compromiso.
Ahora, tres años después pienso cuan vital es la amistad entre mujeres. Cuanto más fácil resulta todo si podemos ver lo similar de nuestras sensaciones. Dejar de ser espectadoras de actos heroicos y mundanos y concentrarnos un poco en nuestras historias, nuestra existencia y ubicación en el mundo como mujeres, compartiendo conocimientos, tomando las precauciones mínimas para prevenir experiencias dañinas o dando a conocer derechos. Por suerte están las amigas. Las mías me llenan de admiración, por sus roles y sus elecciones en sus luchas cotidianas. Por sobre todas las cosas son mujeres buenas. Sus biografías hablan del dilema constante al que nos enfrentamos todas, a la escisión de género entre la ética de la entrega – vivir para los demás – y la ética de la mismidad – ser para nosotras mismas – en libertad. Cargan sobre sus espaldas el peso del mandato y también luchan a diario por sus proyectos de vida. Pelean con prejuicios, discursos y prácticas que las distancian de su mismidad, pero siguen adelante, se alejan y vuelven a su centro. Cuidan, acunan, trabajan, estudian, sostienen, colaboran, militan.
Por ahí parece que no, pero tan seria empresa se lleva adelante con humor, muchas veces entre risas que hacen doler la cara, y con hombres atentos y solidarios la mayoría de las veces.
Y como nosotras hay muchas, miles. Pero hay que realizar el esfuerzo de conexión, enlazarse creando puentes de afinidad para transformar el futuro, implicarse unas con otras respetando nuestras diversidades, pero asumiendo valores colectivos. Somos absolutamente capaces de crear nuestras formas de reconocimiento, aunque pensemos distinto.
Comparto esto hoy, asumiendo que cada tanto es bueno bajar de la teoría a la realidad y porque es mandato mostrar que la amistad entre mujeres tiene mala prensa – y peor publicidad –, y que experiencias como la mía seguramente hay a montones. También insisto porque un día alguien me dijo que la palabra cambia el pensamiento y no al revés. Este es mi aporte.
Tengo esta confianza renovada gracias a estas chicas de las que hablo, iluminadas y chispeantes, cálidas y reflexivas, que pueden cambiar el mundo sin dejar de intentar hacer lo correcto cada día. Mis amigas.

(*) Abogada. Magister Interdisciplinaria en Familia.