n una resolución, firmada este día por el presidente Cornelio Saavedra y refrendada por el secretario Juan José Paso, la Primera Junta de gobierno criollo canaliza un “trámite administrativo relacionado con un reclamo interpuesto por Gerardo Bordas, penúltimo gobernador de Malvinas” (Ernesto J. Fitte. Crónicas del Atlántico Sur).
Más allá de ser un mero trámite administrativo, esta disposición constituye un antecedente muy importante en relación a la actitud hacia el archipiélago que tuvieron los primeros gobiernos que ejercieron el poder autónomo de España. Los patriotas demostraron que no tenían dudas sobre la soberanía que ejercían en los territorios australes; a pesar de las convulsiones y polémicas que agobiaban a los líderes de la emancipación latinoamericana y que les consumían gran parte de sus energías.
El gobernador Bordas había continuado en funciones hasta los primeros días de enero de ese año. Su sucesor fue “el segundo piloto Pablo Guillén, que de tal suerte resultó el último gobernador de Malvinas, bajo el dominio español”. En el momento del cambio de mando, se enteraron en las islas del desplazamiento que había sufrido el rey Fernando VII por parte de las fuerzas invasoras napoleónicas.
El poder español, al ser desplazado de Buenos Aires, comenzó a ser ejercido desde Montevideo. En agosto se produjo la ruptura de relaciones entre los gobiernos de ambas márgenes del río de la Plata. En la futura capital uruguaya asumió el gobierno el mariscal de campo Gaspar Vigodet, quien dispuso “hacer retirar el resto del destacamento de las Islas Malvinas que existía allí, aduciendo para ello… que además de no traer utilidad alguna al Estado, hallándose en situación de poder con gran trabajo atender los asuntos preciosos de la Plaza, tenía de costo la manutención de aquel establecimiento 20.000 pesos anuales”. Al abandonar las islas, Guillén hizo un pronunciamiento sobre la soberanía española del lugar.
Los sucesivos gobiernos criollos se vieron acosados por el enfrentamiento con las fuerzas realistas. Recién a mediados de 1820 enviaron al capitán David Jewett con la fragata “Heroína”, que estaba “armada en corso y enarbolando el pabellón celeste y blanco de la patria (…) a tomar posesión de las islas a nombre del gobierno, misión que cumple en tierra ante marinos de distintas nacionalidades, que no salen de sus asombro” (op. cit.).
