Punto de vista

Si, no, no, no, si, si, no

15/12/2017
U

tilizar un sistema arbitrario de selección de jueces abre el abanico de posibles resultados: se pueden elegir magistrados impresentables, como ha sucedido en la triste y reciente historia fueguina, y también se pueden seleccionar jueces probos y honestos, como también ha pasado por la convergencia de una serie de factores, la mayoría aleatorios.
Justamente, la arbitrariedad del régimen se demuestra por la imposibilidad de justificar por vía de la razón, una y otra circunstancia.
Los candidatos a jueces que no pudieron jurar porque estaban presos o los que juraron a pesar de sus vínculos con la mafia o la dictadura, son la evidencia incontrastable de las peores consecuencias del sistema.
Pero los magistrados de alto nivel académico, probada capacidad y honestidad que han llegado a sus cargos por la misma vía, también han sido víctimas de una metodología que no les permitió demostrar sus condiciones y alejarlas de cualquier sospecha.
En definitiva, los malos porque lo eran y los buenos porque no pudieron certificarlo, constituyen las dos caras de la misma moneda.
Hay que decir que los tiempos han cambiado y, a fuerza de tanto escándalo metido debajo de la alfombra, los consejeros de la magistratura ya no son tan proclives a elegir jueces que se copian, falsean antecedentes u omiten sanciones o procesamientos.
Sin embargo, ello no implica que se hayan disminuido los parámetros de arbitrariedad o sinrazón con que, por ejemplo, fueron seleccionados nada menos que ocho magistrados durante la sesión del Consejo del pasado miércoles.
Para quien todavía no lo sabe: los candidatos a jueces de Tierra del Fuego no dan examen, sino que elaboran un escrito que no evalúa ningún jurado académico y que no finaliza con ninguna calificación.
En ese sentido, es más difícil ser secretario de un juzgado que juez, ya que para el cargo de menor jerarquía sí se rinde un examen y se establece una orden de mérito.
Con la impresión personal y subjetiva de una entrevista, el resultado de un examen psicológico y, especialmente, el lobby político que pueda cosechar cada candidato, los consejeros definen el certamen con una “ronda de votaciones”, donde ninguno justifica ni el porqué del apoyo ni la causa del rechazo a cualquiera de los postulantes.
La votación es nominal pero sin que se mencionen los nombres de los participantes, que cada consejero tiene anotados en una planilla.
La escena, entonces, es casi ridícula. Vota el primer consejero. Tiene la lista de nombres enfrente. Y da su veredicto diciendo a viva voz “Si” cuando apoya una candidatura y “No” cuando la rechaza.
Los que están alrededor de la mesa de la Magistratura escuchan algo parecido a esto: “Si, si, no, no, no, si, no”.
Vota el segundo consejero: “No, no, no, si, no, si, si”.
Una vez que votan los siete, se cuentan los “si” y los “no” de cada postulante. Los que obtuvieron más de cuatro “si” pasan a la segunda ronda, donde se repite el mismo procedimiento pero con el requisito de cosechar cinco votos como mínimo.
Si hace falta se realiza una ronda definitiva. Si nadie llega al mínimo, el concurso se declara desierto.
Por qué alguien que primero vota “si” a un candidato a juez, en la segunda ronda vota “no”, es un misterio, casi tanto como la justificación de cada “si” o de cada “no”.
Los mismos consejeros que reniegan de calificar con notas de un jurado académico a un postulante, terminan apelando a una lógica binaria que tiene mucho de irrespetuosidad: los jueces que en funciones deberán fundar cada una  de sus afirmaciones, que se regirán por los lineamientos de la sana crítica y que deberán cuidarse por todas las formas de no ser arbitrarios, son elegidos por un sistema que no funda las razones de la selección, y que con un “no” manda al tacho de los desaprobados a personas con 20 años de trayectoria profesional, doctorado, maestrías y fallos ejemplares.
La falta de razonabilidad del sistema crea huecos argumentales, vacíos que se llenan con especulaciones, rumores y sospechas de favoritismos políticos.
Tal vez la nuera de la jueza del Superior Tribunal de Justicia haya sido la mejor candidata a camarista, y el voto desempate emitido por el compañero de tribunal de Battaini, Javier Muchnik, no tenga nada que ver con cercanías profesionales sino con el convencimiento de que elegía a la mejor postulante.
Quizá el Gobierno apoyó a la “nuera” sin que ello tenga ninguna relación con el voto de la “suegra” del día anterior, en la causa por la potestad del impuesto inmobiliario.
Es posible que en algo más de un año, un ex director penitenciario pueda haber pasado de ser juez de primera instancia a camarista penal sin escalas, producto de sus méritos funcionales, y que alguien que no calificó para ser juez de primera instancia haya sido electo como juez de cámara, porque su perfil profesional así lo amerita.
El problema es que el sistema de selección de jueces de Tierra del Fuego no permite a los perdedores entender por qué fueron dejados de lado, y a los ganadores llegar a los cargos libres de sospechas.  Y ese es su principal pecado.


(*) periodista de la redacción de El diario del Fin del Mundo.

Autor : Gabriel Ramonet (*)
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