ste día, zarpa de Punta Arenas el cúter ‘Júpiter’, llevando al sacerdote Alberto De Agostini, acompañado de los hermanos italianos Abel y Agustín Pession, dispuestos a emprender el desafío de escalar el monte Sarmiento, de una altura de 2.450 metros. El segundo más alto de Tierra del Fuego, luego del monte Shipton de 2.469 metros.
Emprendieron la navegación por el canal Magdalena. “Después de mucho buscar, dimos con una pequeña rada en la parte sudeste del helero (glaciar), que nos pareció propicia y protegida de la marejada. En las primeras horas de la tarde, alegrados por un hermosos sol, brillante y cálido, bajamos a tierra con la intención de hacer una excursión hasta los bordes del glaciar” (Germán Sopeña. Monseñor Patagonia).
En ese tránsito descubrieron la frondosidad del bosque fueguino. “Lo que se veía desde lejos como matorrales verdes eran, en realidad, tupidos bosques de árboles con más de 25 metros de altura, entre los cuales hay que pasar dificultosamente”.
Una vez superado ese escollo, logran alcanzar el “soberbio espectáculo que nos ofrece el glaciar completamente descubierto”, que se presentaba invadido “de altísimos e imponentes bloques de hielo y nieve blanquísima, semejantes por su gigantesca forma a otras tantas torres y pináculos de un derruido castillo”.
En el momento de esta observación, comenzó a oscurecer y los andinistas decidieron regresar al campamento. Desde allí, pudieron divisar por primera vez la cumbre del Sarmiento. “Aquella inesperada aparición nos llenó de admiración y de contento; los dos guías estaban fuera de sí por el entusiasmo, pues jamás se hubieran imaginado que la modesta cordillera de la Tierra del Fuego tuviera montañas tan espectaculares”. Se había manifestado “mucho más grandioso y terrible (…) La fiereza de sus cumbres y laderas cortadas a pique sobre el glaciar nos decían bien a las claras que deberíamos luchar a brazo partido con un gigante de alta montaña”.
Al día siguiente, pudieron alcanzar una colina de 750 metros de altura. Pero, inesperadamente, el cielo se cubrió de nubarrones y “se desencadenó la tempestad sobre nuestras cabezas con toda su furia”. Además de un viento huracanado, comenzó a nevar y a granizar. La tormenta se extendió por ocho días, hasta hacer desistir al grupo del desafío asumido.
De Agostini debió esperar 43 años para concretar la ambiciosa conquista de la cumbre del Sarmiento.
