Cuando el rugby llegó al fin del mundo
Partido en el Fin del Mundo

Cuando el rugby llegó al fin del mundo

La gira de Los Pumas por Sudáfrica y el triunfo frente a los Junior Sprinboks en 1965, impulsó de gran forma al rugby en nuestro país, este deporte fue creciendo hasta que en 1975 llegó al fin del mundo, a Tierra del Fuego.
08/06/2020
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o hay ninguna duda que 1965 fue el año del despegue del rugby argentino. La gira de Los Pumas por Sudáfrica y el triunfo frente a los Junior Sprinboks simbolizada por la palomita de Marcelo Pascual, derramaron el interés por un deporte que hasta ese momento era tildado de elitista. A partir de ese año nacieron un montón de clubes nuevos en Buenos Aires y el resto del país hasta que en 1975 el rugby llegó al fin del mundo, a Tierra del Fuego. Manuel Ruiz, un ex jugador de Hindú se instaló en Ushuaia en 1973 y poco tiempo después albergó a dos amigos de su Club, César Suárez y Ricardo “El Gordo” García. César llegó recién casado a fines del ’75 para trabajar primero en El Globo Naranja y después en la Gobernación. Junto a un ex SIC, Miguel Ángel Stupenengo y algunos más empezaron a juntarse en un terreno baldío alrededor de una ovalada. Ushuaia parecía en ese momento una aldea suiza con poco más de mil habitantes a los que les llamó la atención la actividad de los rugbiers. Se fueron sumando así Jara, que bajaba los cajones de soda con una mano, el camionero Nava y otros más hasta que, cuando lograron juntar quince, Manuel Ruiz propuso que jugaran un partido contra la otra ciudad de Tierra del Fuego, Río Grande, que tenía un equipo formado por suboficiales de la marina y por colimbas. Se jugó en la base naval de Río Grande en un terreno que no tenía ni una brizna de pasto el 26 de octubre de 1975. Ninguno de los dos equipos tenía camisetas que los distinguieran. El partido entusiasmó a varios y un ex San Fernando, Willy Crexell, casado con Luz Sapag, organizó un nuevo partido en su estancia cerca de Río Grande. Para ello puso a las ovejas a pastar en el campo donde se iba a jugar. Fue un éxito. Cerca de doscientos autos incluyendo el del Gobernador se instalaron alrededor de la cancha. El tercer tiempo fue tan largo que algunos de los jugadores de Ushuaia tuvieron que quedarse a dormir en el campo.
Pero, a pesar de la placa que conmemora ese partido, pudimos averiguar que hubo un partido anterior. En 1969 en la misma Base Naval de Río Grande el equipo local enfrentó a un equipo de Río Gallegos que llegó a la isla en un DC 3 de la Aviación Naval. Roberto Rosales, hooker del equipo local jugó ese partido con Oscar Castellanos y el héroe de Malvinas Pedro Giachino como pilares contó que “Éramos pocos los marinos que sabíamos de rugby entonces para convocar a los locales íbamos todos los días a la radio y al Canal 13 de Río Grande y hablábamos del deporte de la ovalada, que era totalmente desconocido por los lugareños. En la cancha de ripio, Río Gallegos ganó el sorteo, eligió viento a favor para el primer tiempo, hicieron varios puntos y nos desgastaron de tal manera que no pudimos aprovechar el viento en el segundo tiempo. El tercer tiempo se llevó a cabo en el Hótel Yaganes y después de un asado nuestros rivales volvieron a Gallegos en el DC 3”.
Después de esos primeros partidos informales el rugby llegó oficialmente al fin del mundo el fin de semana del 1 y 2 de marzo de 1976 cuando en Ushuaia se disputaron dos partidos históricos. El sábado Ushuaia 11 vs. Río Gallegos 6 y al día siguiente la Selección de Ushuaia 30 vs. la Selección de Santa Cruz 8 con el arbitraje de Osvaldo “Bibi” Bernacchi, ex jugador de Curupaytí y de Pucará que además había vestido la camiseta nacional. Tuvo tanta trascendencia este partido que hasta El Gráfico le dedicó una página. Tanto Santa Cruz que llegó a la isla en un avión de la Marina, como Ushuaia jugaron por primera vez con camisetas. Las del equipo local las consiguió Daddy, el dueño de Free Sport la única casa de deportes de esa época. Eran blancas y azules como las del Club Champagnat de Buenos Aires.
Además de los residentes, para Ushuaia jugó el colimba Juan Monterubio, wing o fullback del Lawn Tennis y del seleccionado tucumano y tres jugadores de Pucará de Buenos Aires, Guillermo Estévez, Eduardo Scotti y Luis Palma. Palma ya había debutado en la Primera de su Club y en Los Pumitas mientras que Scotti y Estévez debutarían ese mismo año. Así es como ellos mismos cuentan cómo llegaron a Tierra del Fuego y cómo fueron parte de esos partidos históricos.
“Era febrero de 1976, cuando tres amigos, integrantes del plantel superior de Pucará, emprendimos un viaje de aventuras por la Patagonia.
Eduardo Scotti, Luis Palma y Guillermo Estévez, a bordo de un Citröen Mehari cargado de bártulos para campamento y equipos de buceo, arrancamos aquel viaje con el sueño de bucear los lagos patagónicos, recorrer la mítica ruta 40 hasta el glaciar Perito Moreno y regresar por la ruta 3 bordeando la costa. En aquel momento no sospechábamos que también viviríamos una experiencia histórica, vinculada al deporte que nos unía desde chicos.
Hicimos una primera escala en Bariloche, donde se sumaron dos amigos sureños, quienes se treparon a su vieja pick-up Ford para compartir la aventura. Continuamos hacia el sur, acampando y visitando todos los puntos de interés en los 1500 km de la R40 que separan Bariloche del glaciar Perito Moreno y del entonces pueblito El Calafate. Pero el agotado Mehari perdía mucho aceite y a duras penas logramos llegar a destino. En El Calafate un mecánico nos confirmó que la tapa de cilindros estaba “soplada”, y que debían enviarla a Río Gallegos para rectificarla. ¡Una semana con mucha suerte!
Ante esa realidad, y superado el bajón, decidimos aprovechar esos días para conocer Ushuaia. Cargamos todo en la pick-up Ford, y partimos apiñados para Río Gallegos, donde dormimos en un aula del colegio de curas maristas. Al día siguiente, los barilochenses regresaron a sus pagos en la Ford y los tres amigos nos embarcamos en un Fokker de L.A.D.E. hacia la ciudad más austral del mundo; con pasaje de regreso para el día siguiente. Bártulos y equipos quedaron bajo la custodia de los curas.
Sin equipaje, vestidos con bombachas de campo y alpargatas, y con los últimos pesos en el bolsillo, comenzamos a deambular por el centro de Ushuaia en busca de un albergue barato. Como presumíamos, no había camas en la ciudad que pudiéramos pagar. Desesperados, empezamos a buscar refugio del frío en casas incendiadas y abandonadas. Fue entonces, mientras caminábamos bajo la lluvia por la calle principal, que apareció el inesperado ángel que le daría un giro a esta historia.
Milagrosamente nos topamos con Jorge Rezzani, un ex-compañero del colegio San Albano. Ante la sorpresa mutua, Jorge nos contó que a su padre lo habían nombrado recientemente Ministro de Gobierno, Educación y Bienestar Social del entonces Territorio Nacional de la Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur. Sin dudarlo, nos invitó a Casa de Gobierno para intentar ayudarnos de alguna manera. El viejo Rezzani nos recibió afectuosamente y ordenó a sus colaboradores que a los desahuciados nos consiguieran un buen alojamiento.
Ya bien alimentados y con cama asegurada, Jorge nos invitó a asistir esa misma noche a un entrenamiento de rugby. El equipo local llevaba un mes entrenando en el gimnasio municipal, porque el fin de semana siguiente tenían dos partidos históricos. Era la primera vez que se jugaba rugby en Ushuaia y El Gráfico cubriría los encuentros. Sábado: Partido entre Ciudades (Ushuaia vs. Río Gallegos). Domingo: Partido entre las selecciones del Territorio y de la Provincia de Santa Cruz.
Como suele ocurrir en el rugby, en la visita a aquel entrenamiento Guillermo se reencontró con dos ex-jugadores de Hindú (el Ricardo “Gordo” García y César Suárez), con quienes había compartido una gira a Gran Bretaña en 1973. En aquellos tiempos, eran muchos los matrimonios jóvenes que escapaban de Buenos Aires para iniciar una nueva vida en el lejano Sur.
Sentados en las gradas, los tres pucaraenses asistimos a aquel “entrenamiento”, como simples espectadores. La práctica mostraba evidentes diferencias de nivel, entre los pocos que habían jugado rugby en Buenos Aires y el resto del equipo.
Terminado el entrenamiento, nos invitaron a la “cancha” de baldosa, y allí los líderes del equipo nos hicieron una propuesta impensada: “Se tienen que quedar, tienen que reforzar el equipo para estos partidos tan importantes”
Parecía algo imposible de cumplir; no podíamos quedarnos en Ushuaia una semana. No teníamos ropa, ni plata y debíamos embarcar al día siguiente a El Calafate a buscar el Mehari para emprender el largo regreso a casa. Intervino entonces el entrenador, que era el comandante de la base naval. Se comprometió a resolver cualquier inconveniente, incluyendo -si hiciera falta- disponer de un avión Hércules para recuperar el Mehari ¡!
Cosas del rugby de aquellos años. Para el deporte de Ushuaia se trataba de un momento fundacional, y nos convencieron a los tres pucaraenses, que en el fondo nos moríamos por quedarnos a jugar. El alojamiento semanal fue rápidamente resuelto. La Sra. Rezzani nos cocinó todos los días y el chofer de la Gobernación nos paseó en el Fairlane oficial por todo el Parque Nacional. Por supuesto a nadie importó el detalle de que los tres invitados estuviéramos afiliados a la Unión de Rugby de Bs. As.; ante cualquier pregunta incómoda, sólo debíamos responder que habíamos iniciado los trámites de radicación en la isla.
Llegó el primer entrenamiento con ropa prestada. El “Gordo” García dirigía la batuta y formó un equipo tentativo: Él de octavo, Miguel Stupenengo (ex-Sic) de ala, Suárez de medio scrum y nosotros de apertura y centros. Hubo algunos planteos lógicos de aquellos locales que venían entrenando duro y esperaban quedar entre los titulares. Pero García los convenció de que lo mejor para el rugby local era aumentar las remotas chances de un resultado favorable. Como todos saben, a la cancha entra siempre el mejor equipo.
Así transcurrió la semana, hasta que en la víspera del primer partido compartimos una comida de camaradería con los rivales llegados del continente. Mucho pelo corto y bigote, los visitantes (en su mayoría oficiales y colimbas del Regimiento Militar de Gallegos) recordaban el partido jugado un mes antes en su ciudad, que había resultado en un triunfo muy abultado para los santacruceños. Se los veía muy confiados.
Llegó el sábado y los ushuaienses entraron a la cancha de canto rodado, vistiendo la camiseta de ¡Champagnat!. Habían alargado los palos de los arcos de futbol, pero el travesaño permanecía bajo. El marco era imponente, con la cancha rodeada por autos y todo el pueblo a la expectativa. Los pucaraenses jugamos con ropa prestada, pero como no alcanzaron los botines, Guillermo jugó con ¡zapatillas blancas!
El partido fue parejo, pero Ushuaia dio el batacazo ganando por 11 a 6. Hubo un try de Eduardo y también un drop del apertura en zapatillas, que pasó lamiendo el travesaño de fútbol. Si hubiera sido arco de rugby, iba un metro abajo.
Pitazo final, invasión de cancha, los jugadores llevados en andas, bocinazos generales; una fiesta inolvidable que justificó todo. Aquellos que se habían enojado comprendieron que la decisión había sido la mejor y nos abrazaban llorando a los tres “colados” de Pucará.
Después, un tercer tiempo interminable, de mucha emoción y mucho alcohol, casi resignando las posibilidades para el partido del día siguiente. Se había logrado el objetivo y todo era alegría, salvo para los visitantes que no lo podían creer. Los “milicos” se fueron a dormir temprano, prometiéndose que se tomarían revancha.
Llegó la hora del partido entre seleccionados, y el marco era aún más increíble, abonado por el resultado del día anterior. Los locales, medio dormidos y algo borrachos, hicieron un partido memorable y terminaron vapuleando a Santa Cruz por 30 a 8. Invasión de cancha, trencitos interminables, jugadores en andas, entrevistas en las radios locales. Las bocinas no paraban y las lágrimas tampoco. Había terminado el partido oficial de rugby más austral del mundo, y para Ushuaia era como haber ganado la World Cup. Si la noche anterior había sido una fiesta, esta fue inolvidable, y especialmente emotiva para los tres de Pucará.
El día de la partida, nuestros anfitriones de lujo, la familia Rezzani, y una caravana de jugadores y dirigentes nos llevaron al aeropuerto. Mucho llanto, agradecimiento y un recuerdo imborrable saludando desde la escalerilla del Fokker.
Empezaba el largo y accidentado regreso a casa. Luis y Eduardo se quedaron en Río Gallegos para recuperar los bártulos; Guillermo continuó el vuelo hasta El Calafate, en busca del Mehari.
En los 300 km que hizo para llegar a Río Gallegos, Guillermo notó que el auto seguía con serios problemas. De todos modos decidimos arrancar hacia el norte por la ruta 3, que en aquella época era de ripio, pero a los pocos kilómetros el Mehari se fundió y quedamos a la vera del camino. Luego de varias horas, una pick-up se ofreció a remolcarnos 200 km con una soga, hasta a un paraje de mala muerte llamado Tres Cerros. Además de fundido, el auto -con carrocería de plástico y fibra de vidrio- llegó totalmente abollado por los piedrazos recibidos del remolcador.
Llegamos y dormimos en el piso de la estación de servicio, pensando en cómo llegar a Comodoro Rivadavia, donde vivía un pariente lejano de Luis. Y una vez más ocurrió lo impensado. El chofer de un camión volcador, que venía de Punta Arenas haciendo una mudanza para las dos gitanas que lo acompañaban en cabina, nos ofreció lugar en el volquete. Sin dudarlo, empujamos entre todos al Mehari arriba de una loma y logramos subirlo a la caja del camión. Así, en lo alto, dentro del Mehari y arriba del volcador, viajamos 300 km hasta llegar a Comodoro. Y allí conseguimos dar con el desconocido pariente de Luis, quien nos dio unos pesos y se hizo cargo de lo que quedaba del auto.
Nos subimos a un micro que nos llevaría a Buenos Aires. Después de cuarenta días y más de 6.000 km, llegamos finalmente de regreso a casa. El Mehari había sido despachado desde Comodoro en un camión mosquito y unos días después llegó también a su destino final. Al pobre Citröen le habíamos pedido demasiado.
Aquella era una época de violencia política. Apenas dos semanas después del regreso, se producía el golpe que instauró la última dictadura militar. Pero esa es otra historia…
44 años han transcurrido desde entonces, y a los tres viajeros la vida aún nos mantiene unidos en inquebrantable amistad.”
https://photos.app.goo.gl/QH3DoSK75z4WrQRz7
Así como a partir del triunfo en Sudáfrica creció el rugby argentino, ese fin de semana fue el punto de partida del crecimiento del rugby en Tierra del Fuego, donde no sólo hoy hay varios clubes sino también donde todos los veranos se juega en el Ushuaia Rugby Club el Seven del Fin del Mundo.
Guillermo Alonso: Agradezco la colaboración de Gustavo Carrasco (el diario del Fin del Mundo), Tomás Gray (Tercer Tiempo NOA), César Suárez, Miguel Ruiz, Miguel Stupenengo, Juan Esquivel, David Phillips, Roberto Rosales, Eduardo Scotti, Luis Palma y Guillermo Estévez.

Autor : Guillermo Alonso
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