ste día, parte una gran escuadra naval norteamericana con destino a la Antártida, con el propósito de hacer relevamientos de costas, descubrimientos y recabar datos científicos en su aproximación al casi desconocido continente blanco. Estuvo comandada por el teniente Charles Wilkes.
“Después de un largo trámite, el Congreso de los Estados Unidos proporcionó los fondos para el envío de una expedición científica a la Antártida”. Con esos recursos se solventó la organización de “un escuadrón constituido por las corbetas de guerra ‘Vincennes’ y ‘Peacock’, los patachos ‘Sea-Gull’ y ‘Flyng Fish’, el bergantín ‘Porpoise’, y el buque ‘Relief’; a su bordo viajaron numerosos hombres de ciencia” (Ernesto J. Fitte. Crónicas del Atlántico Sur).
Los expedicionarios “examinaron las islas de Pedro I, Alejandro I y el sector de Palmer, denunciando haber descubierto muchas apariencias de tierra, que luego resultaron inexistentes. Los adelantos geográficos aportados por el teniente Charles Wilkes fueron de relativo valor”.
Se trató de una de las primeras expediciones que expresamente tuvo como objetivo explorar el continente antártico y que fue organizada, solventada y encomendada por un estado. Hasta ese momento, la gran mayoría de los navegantes que se aproximaron al continente habían sido empujados por los vientos o mareas, no pocos de ellos naufragaron; habían alcanzado esas latitudes extremas en busca de loberías y casi siempre financiados por armadores privados.
Hasta esa fecha, los antecedentes de expediciones encomendadas por gobiernos son escasos, se destacaron la patrocinada por la corona británica y comandada por James Cook, en 1772-1775, a bordo de los navíos ‘H.M.S. Resolution’ y ‘H.M.S. Adventure’, que llevaron a cabo la primera circunnavegación del planeta a altas latitudes; la propiciada por el zar de Rusia, en 1821, para que el capitán de navío Thaddeus Bellingshaussen encabece una misión científica a bordo de la corbeta de guerra ‘Vostok’ y el transporte ‘Mirny’; y la impulsada por el gobierno francés y comandada por el capitán de navío Julio Sebastián Dumont D’Urville, en 1838, con las corbetas ‘Astrolabe’ y ‘Zelée’.
En las últimas décadas del siglo XIX y primeras del Siglo XX, el furor científico que se había instalado en Europa y Estados Unidos impulsó numerosas expediciones que permitieron alcanzar la comprensión de la magnitud del continente antártico.
