ste día se produce, la ‘batalla del Apelé’ o ‘Apulé’, en el oeste chubutense, que enfrenta a un grupo de nativos liderados por Inacayal, acorralados por las tropas que comandaba el teniente coronel Nicolás Palacios, que avanzaban desde la costa y desde el norte.
Los militares contaban con baqueanos que rastreaban las huellas de la huida de los nativos hacia el suroeste. Estaban preparados para ser atacados por malones, pero las fuerzas de los nativos ya estaban desperdigadas ante la desproporcionada capacidad tecnológica de la avanzada del ejército.
Los uniformados avanzaban de noche, “tenían prohibido encender fuego, y ni siquiera fumar, so pena de quedar estaqueados (…) debían suponer la presencia de enemigos más o menos cercanos. Estaban convencidos de que los nativos eran capaces de detectar el humo a gran distancia, y ni hablar de la capacidad equina ante la presencia de olores extraños. Sutil señal de los caballos, que los nativos percibían de inmediato” (Ernesto Maggiori. Historias de fronteras).
Uno de los baqueanos se acercó sigilosamente a la toldería, “se apersonó con cuidado ante la sorpresa de los acampantes (…) les explicó de buenas maneras y en su lengua que ya no tenían salida, que estaban rodeados. Que lo mejor era rendirse y así no habría matanza. Los bravos guerreros no estaban dispuestos a entregarse así nomás. Al intentar retirarse alguien sorpresivamente lo lanceó, se escucharon los primeros tiros y el desbande fue general”.
Los nativos acostumbraban a echar “la caballada adelante al atacar, se prendían a las costillas de sus cabalgaduras, y de esta manera no era posible tener de antemano un cálculo siquiera aproximado del número de enemigos en la batalla (…) La pelea continúa encarnizada, debiéndose enfrentar a unos catorce indios que les salen de entre los cañadones. A las lanzas y boleadoras les oponen los tiros de sus armas. En la contienda pierden la vida algunos capitanejos (…) hasta las mujeres nativas pelearon. Se cuenta que armadas hasta con tijeras de esquila, atacaron a los soldados, y en la desesperación llegaron a arrebatarles las riendas de los caballos, mientras otras intentaban desmontarlos”.
La batalla se decidió por la llegada de la tropa principal al mando de Palacios. En el terreno quedaron “40 o 50 cadáveres de nativos dispersos por el terreno. El resto logró huir rumbo al sur” (op.cit.).
