ste día, se registra en el Archivo de la Real Academia de Historia de Madrid un extracto del diario del capitán Juan Francisco de Aguirre, miembro de la comisión demarcatoria de límites con Portugal, escrito en 1777. En el texto se hace una curiosa descripción de Tierra del Fuego:
“La Tierra del Fuego, dicha así por un volcán, y es un conjunto de islas que forman el extremo meridional de América del cual la divide del Estrecho de Magallanes. Estas islas, de las que la principal es grande, por testigos nuestros abundan de maderas, aguas, pastos y son altas de terrenos quebrados. Tienen habitantes de a pie que se mantienen de la caza, pesca y frutas, viven en cuevas, saben la navegación de canoas y son dóciles y de buena voluntad. Según esta relación son dispuestos para la población más que la costa y los europeos, con edificios, lo pasarían mejor que los naturales” (Juan Belza. Revista Karukinka N°13, junio de 1975).
Varios navegantes australes hicieron referencias a las fogatas que visualizaron desde sus embarcaciones, desde Fernando de Magallanes hasta James Cook. El inglés consignó que “al navegar a lo largo de la costa a dos o tres leguas de ella y en dirección SE percibimos varias humaredas en distintos sitios hechas por los naturales probablemente como señal, porque cesaron al pasar nosotros…”
También los viajeros hicieron referencia a los resplandores originados en erupciones volcánicas. El francés M. Le Hen Brignon, anotó que, el 15 de marzo de 1747, mientras navegaban al sudeste de la isla en procura del estrecho de Le Maire, “la primera tierra que vimos nos permitió descubrir un volcán que por momentos arrojaba gran cantidad de humo”.
Esta apreciación dio lugar a controversias, el italiano Enrico Giglioli, al zarpar de Punta Arenas, divisó que “en la Tierra del Fuego, dirección SE magnético, (…) ardía una gran fogata. Se hubiera dicho que se trataba de un volcán en erupción y dudé que no lo fuese, ya que las explicaciones que me daba la gente de Punta Arenas (aseguraban que era un incendio de la floresta ocasionado por los indios) no me parecieron consonantes con el estado inmensa y perennemente húmedo de la selva. Sin embargo podía aceptarla recordando que Fitz Roy fue testigo de vastos incendios en las florestas fueguinas. Se podía asegurar que desde cierta distancia hubiera sido fácil confundirlo con erupciones volcánicas” (op.cit.).
