ste día, el papa Alejandro VI promulga la Bula Inter Caetera “que estableció la línea, de polo a polo, que debía pasar a 100 leguas de las islas Azores y cabo Verde, para que los portugueses limitasen sus conquistas al Este de esa línea y los españoles pudieran extenderse hacia el Oeste. El papa hizo la concesión de tales tierras a Isabel y Fernando y a todos sus herederos, los Reyes de Castilla y León” (Rodolfo Cananor. Cronología Patagónica).
Esta bula fue complementaria de la firmada en la víspera, que concedía “Todas y cada una de las tierras supradichas (América)… a vosotros y a vuestros dichos herederos y sucesores investimos de ellas (…) con plena y libre y omnímoda potestad, autoridad y jurisdicción”.
La finalidad era cedérselas a los Reyes de España para que condujesen “a los pueblos que viven en tales islas a recibir la profesión católica”.
Con este antecedente, en junio de 1494, los reyes de España y Portugal firmaron “el Tratado de Tordesillas acordando un meridiano demarcatorio entre las futuras posesiones de ambas potencias en las nuevas tierras occidentales aproximadamente en el actual meridiano 44 grados oeste”. Cediéndole a los portugueses el oriente de Brasil, África y Asia, consagrando la primera división del mundo, en este caso con el aval papal.
Esta sucesión de disposiciones diplomáticas, aceleradas para el ritmo de las decisiones políticas de la época, se originaron por la trascendencia que adquirió el arribo de la expedición comandada por Cristóbal Colón a las playas americanas. El genovés llegó el 12 de octubre de 1492, aunque las diferencias “astronómicas y matemáticas del calendario juliano con el actual calendario gregoriano” fijan la verdadera fecha de desembarco en América el 21 de octubre de 1492 (Wikipedia).
Este suceso fue la punta de lanza de una serie de transformaciones del conocimiento geográfico y científico, de desarrollo del comercio mundial y por consiguiente de la acumulación primitiva capitalista, la universalidad del acceso a los libros con la imprenta de Gutemberg, que sacó del monopolio de la Iglesia la divulgación del conocimiento geográfico, cultural, histórico y literario.
Esta suma de fenómenos conmovió a la apacible sociedad medieval y abrió las puertas del desarrollo científico, de la Revolución Industrial, el fin del absolutismo y el inicio de la democratización de la sociedad occidental.
