“Si las ballenas pudieran gritar, se acabarían las cacerías”
EL 11 DE JUNIO DE 2014

“Si las ballenas pudieran gritar, se acabarían las cacerías”

11/06/2021
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i pudiéramos imaginarnos a un caballo con dos o tres lanzas con explosivos en su estómago y arrastrando un carro por las calles de Londres mientras riega de sangre el suelo, nos haríamos una idea del método de muerte. Los propios arponeros admiten que, si las ballenas pudieran gritar, la industria se acabaría, porque nadie sería capaz de resistirlo”, esta expresión fue formulada por el médico Harry D. Lillie, luego de su experiencia embarcado en una de las primeras expediciones balleneras británicas a la Antártida después de la Segunda Guerra Mundial, en 1946, y fue recordada en la edición de este día del diario español ‘El Mundo’.
La cita encabeza un artículo sobre la persistencia de las cacerías de cetáceos: “La industria ballenera ha insistido en que los animales mueren de forma instantánea. Pero eso no es cierto. A lo largo de la Historia se han empleado muchos sistemas para tratar de liquidar a las ballenas cuanto antes. Ninguno ha funcionado. Se han empleado arpones eléctricos, arpones envenenados y la Unión Soviética hasta les disparó granadas antitanque. Pero las ballenas son animales que están hechos para aguantar la presión del agua a tres kilómetros de profundidad, para pasarse toda la vida en territorios en los que el termómetro no sube de cero grados centígrados nunca, para estar dos horas sin respirar o para recorrer 300 kilómetros diarios durante tres meses. Así que matarlas no es fácil”.
El relato sobre el impacto que produce en el animal es espeluznante: “Cuando el arpón -fabricado en Noruega, y que suele tener un peso máximo de 45 kilos- impacta el cuerpo del cetáceo, va a una velocidad de unos 400 kilómetros por hora. Unos milisegundos después de entrar en las entrañas de la ballena, se activa la espoleta que hace explotar unos 100 gramos de pentrita, un explosivo plástico que tiene muchos otros usos (…) el arpón se abre como un paraguas y cuatro garfios se enganchan a la carne del cetáceo”.
Esta técnica es utilizada por los balleneros japoneses, noruegos e islandeses, con el argumento que supuestamente reduce el tiempo de agonía de las ballenas. “La fuerza expansiva de este explosivo daña los tejidos del animal mucho más que la pólvora negra, que hasta la década de los 80 fue el principal elemento empleado para matar ballenas”.
Las ballenas cazadas por los japoneses en Antártida sobreviven a esa secuencia unos siete minutos.

Autor : Bernardo Veksler
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