ste día, la reina Victoria firma una Carta Patente mediante la cual asigna a las “Malvinas el derecho formal de incorporación a la Colonia Británica” y faculta a la colonia a “elegir su Consejo Legislativo y dictar sus propias ordenanzas” (Ernesto J. Fitte. Crónicas del Atlántico Sur).
Se puso “en funciones el Comité Ejecutivo y el Legislativo, que eran algo así como una réplica en mínima medida del parlamento y el gabinete de la metrópoli pese a lo reducido de la población”. Un mes después, se formó el Ejecutivo, encabezado por William Henry Moore y en diciembre se “designó el primer Consejo Legislativo” (Arnoldo Canclini. Malvinas 1833).
La novedad institucional coincide con la propuesta de reubicación de la capital de las islas, abandonando Puerto Luis y fundando Puerto William, luego rebautizado como Puerto Stanley. De esa manera, se borró “el más elocuente testimonio de la presencia hispano argentina en las Malvinas” y eliminando “los casi ochenta años que forman la intensa historia de Puerto Luis, de una historia vivida con tanto sacrificio y regada con tanta sangre” (E.J. Fitte).
En 1938 se había efectuado un censo. “Un detalle llama la atención al recorrer con la mirada la lista de los inscriptos; en esos años en Puerto Luis ya no vive persona alguna originaria del Río de la Plata, con exclusión de aquellas tres magníficas mujeres criollas” que se mantuvieron en la colonia luego “del drama desencadenado por los complotados que mataron a cinco dependientes de (Luis María) Vernet”, comandado por Antonio (Gaucho) Rivero. “Son las únicas que no se han ido desde ese luctuoso acontecimiento, a diferencia de los varones nativos que paulatinamente se fueron dispersando, y con su apego a ese pedazo de tierra patria, se han granjeado con creces el derecho a que la posteridad exalte su memoria por fieles y por leales”.
Se trataba de Gregoria Madrid de 28 años, en pareja con Francis Perry; Antonina Roxa, que en el censo figura como “Antonina Kenney”, aludiendo a un probable matrimonio; y de “Carmelita, madre de ese par de criaturas que cargó consigo al huir escapando a la tragedia en 1833”, que estaba casada “con Richard Penny”. Carmelita era “una muchacha de piel negra”. Sus hijos “están individualizados con sus nombres José Simón y Manuel Coronel, teniendo once y ocho años respectivamente”. Tuvo un tercer hijo con Penny (E.J. Fitte).
