l miércoles yo venía contento porque al mediodía me habían dado la segunda dosis de la vacuna contra el coronavirus, hasta que el Perro me avisó horas después que Charly estaba internado y estaba grave. Fue como un mazazo que sentí aún más hace algunas horas, cuando Charly se murió.
Con el Gordo compartimos infinitas horas de Redacción en Tiempo Fueguino y El Diario. Y compartimos innumerables noches de cierre.
Noches en las que solo con las paredes como testigo nos contamos nuestros pesares, nuestros enojos, nuestras frustraciones, también nuestras alegrías y esperanzas.
Cosas de este oficio que es el periodismo, terminás hablando con los tipos con los que compartís tanto tiempo las cosas que te agobian, esas que no hablás ni con tu compañera de vida. Como en un confesionario en el que dos se hablan y dos se escuchan.
Chocamos miles de veces sobre política, fútbol, religión. Fueron más las cosas en las que no nos pusimos de acuerdo que en las que sí. Hasta llegamos a carajearnos. Pero si algo le admiro es que siempre peleó sus batallas con la misma pasión.
Charly se murió y, como dijo una amiga, seguro está naciendo en otro tiempo, en otro cuerpo, para empezar a escribir una nueva parte de su historia.
Acá queda su amor por sus hijas, por su “viejita”, por su tierra tucumana, por la radio.
Y en esa Redacción que desde hace algo más de un año visitamos cada vez menos, queda el eco de su voz que grita “¡¡Lucianooo, listas las mías!!”, avisando a Lucho que sus notas ya están para corregir.
Nos vemos en el próximo cierre Gordito.
