n la edición de este día, el diario ‘Noticias Gráficas de Magallanes’ recuerda una entrevista realizada en 1920 donde un sepulturero había afirmado que transportó diez cadáveres de sindicalistas en un día, asesinados en el ataque sufrido por la sede de la central obrera de Punta Arenas.
“En el asalto a la Federación (Obrera de Magallanes) quedaron tres cuerpos de obreros calcinados, tan destruidos que jamás pudieron ser identificados en forma legal; otro trabajador falleció posteriormente, como consecuencia de las graves lesiones que sufrió en la golpiza, y uno de los asaltantes murió debido a un disparo que recibió durante el atentado. La represión continuó varios días y hubo más desaparecidos. Olegario Agüero Vera, quien fue treinta años el carrocero funerario de Punta Arenas, recordaría en una entrevista (…) que para el incendio de la Federación en 1920, en un solo día, llevó diez muertos al cementerio” (Marcolín Piado. Los horrorosos sucesos del 27 de julio).
La entidad contaba entre seis mil y nueve mil afiliados. Así se puede constatar que “por lo menos el 20% de las población de Punta Arenas pertenecía a la Federación” (Carlos Vega Delgado, prólogo del libro). A la alta representatividad del sindicalismo, se sumaba una práctica democrática y que la dirigencia tenía una gran vocación para llevar adelante las reivindicaciones obreras, sin la mediación de los enormes intereses que los corrompen en la actualidad.
La intolerancia empresaria se manifestó en la participación de uniformados y elementos civiles en el ataque contra la sede gremial, donde unos treinta obreros se mantenían en prevención de posibles atentados contra la Federación. A la metralla se sumó el lanzamiento de bombas incendiarias que provocaron un voraz incendio que consumió la sede gremial y acabó con la vida de una cifra indeterminada de sindicalistas.
La explicación de la extraordinaria violencia ejercida por los representantes de los grandes estancieros “es simplemente la lucha por el poder”. Para “entender los acontecimientos es indispensable colocarse en esa época, con un latifundio desmedido y con grandes intereses económicos que se tambaleaban ante una organización de trabajadores imponente” (op.cit.).
Este atentado se consumó casi simultáneamente a otros similares que sufrieron los trabajadores, entre ellos la Semana Trágica de 1919 en Buenos Aires y la Patagonia Rebelde de 1921 en Santa Cruz.
