Un comerciante exhibe su hallazgo de restos de un milodón
EL 22 DE OCTUBRE DE 1901

Un comerciante exhibe su hallazgo de restos de un milodón

22/10/2021
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n la edición de este día, el diario ‘El Comercio’ informa que el comerciante suizo Santiago Frauenfelder, de Punta Arenas, exhibe en su local huesos, mandíbulas, vértebras, uñas y hasta pedazos de cuero de un ejemplar de milodón y que, según declara, su hallazgo había sido producto de su pasión por la arqueología (Publicado en el blog de Ramón Arriagada).
Para entonces, la creencia generalizada de la época era que esa especie primitiva de perezoso aún subsistía en la región austral.
Un año atrás, había llegado a Buenos Aires una expedición organizada por el diario inglés ‘The Daily Express’ y encabezada por Hesketh Prichard, integrada por científicos y periodistas, con el propósito de encontrar ejemplares de milodón. El contingente se dirigió “a Puerto San Julián y después a Río Chico donde quince años atrás el explorador (Ramón) Lista estuvo a punto de cazar uno vivo”. Los expedicionarios “vienen con armas escogidas, balas dum-dum y cápsulas explosivas” (Diario La Nación. Buenos Aires, 1º/9/1900).
Al regresar a Buenos Aires, “Prichard y sus acompañantes fatigados y extenuados, reconocieron con molestia y desgano ‘que hace ya siglos que el Mylodón ha dejado de pertenecer al mundo de los vivos’” (La Prensa. Buenos Aires, 24/4/1901).
Para la misma época de la exhibición de Frauenfelder, “aparece en escena Albert Conrad, aventurero de las tierras australes. A veinte pies de profundidad en la caverna dice ‘haber encontrado la cabeza intacta, semipetrificada del famoso antediluviano’. El 7 de noviembre el diario El Comercio de Punta Arenas”, informa que llegarán “los restos del Milodón en el vapor ‘Elena’. No sabemos si se cumplió la anunciada exposición propagada por Conrad. Lo que sí sabemos es que el pobre desenterrador, cayó en la locura y, siguió por las pampas buscando el cementerio de los Milodones. Murió en el intento en las cercanías de Laguna del Desierto”.
Pero el furor no cesaba. En 1905, el tema estaba presente en bares y reuniones, y se potenció con el trascendido originado en peones rurales, que aseguraron que un grupo de nativos “que vivían en las montañas se había encerrado en un valle que era como el paraíso. Nadie podía salir ni entrar”. Los ovejeros decían que subiendo al punto elevado de la montaña podían ver “a los indios trabajando” y a “animales grandes como milodones, con el maíz casi cubriéndolos por completo” (op.cit.).

Autor : Bernardo Veksler
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