ste día, “los indios con alguna india comenzaron a hacer algún trabajo: después les dimos galleta, para que entendieran que debían ganarse la comida; Las mujeres comenzaron a hilar la lana el 14 de enero de 1896. Se ha remarcado la cualidad aprensiva de los Selk’nam respecto a su permanencia en la Misión, a fin de considerar el posible alcance del contacto, pero no debería desestimarse la movilidad propia de aquella etnia” (narración de una de las hermanas de María Auxiliadora, citadas por Romina Casali, Martín Fugassa y Ricardo Guichón en ‘Aproximación epidemiológica al proceso de contacto interétnico en el norte de Tierra del Fuego’).
Durante los tres primeros años “la relación de los aborígenes con la Misión revestía ciertas particularidades. En los dos primeros años, entonces, habría primado el temor de los indígenas: en junio de 1895 una de las hermanas de María Auxiliadora comentaba que llegaron muchos indios; pero acamparon a cierta distancia de la misión (...) pasamos por las chozas dando a todos galletas para poderlos contar y saber cuántos eran, pero los indios escondieron a varios de sus hijitos e hijitas; al cabo de un par de días los huéspedes se acercaron: hoy nos visitaron los indios, con excepción de niñas y niños, por temor -se ve- de que se los quitemos para tenerlos en casa”.
También, “los religiosos pudieron comenzar con sus tareas de evangelización, enseñanza y aseo de los aborígenes, al tiempo que éstos aceptaban gradualmente aquellas prácticas e, incluso, las del trabajo”.
Para entonces, las persecuciones de estancieros, oreros y policías contra los selknam se habían generalizado y empujaba a los nativos hacia los bosques y montañas, en proximidades del lago Fagnano, y las misiones salesianas. Ese contexto produjo que “la interacción entre los Selk’nam y la Misión, mientras duraba su estadía en los alrededores, fuera cada vez más fluida y constante, no invalidaba el hecho de que cuando lo creyeran oportuno aquellos se retiraran a los bosques. Todavía para fines de 1895 los sacerdotes mencionaban cómo los indios (...) a menudo nos visitaban (...) formando sus tolderías a dos o tres cuadras de la Misión; se detienen poco –unos quince o veinte días los más- pero van y vienen continuamente. Sólo a partir de 1896 los aborígenes se atrevieron gradualmente a trabajar y a convivir con los misioneros” (op.cit.).