lrededor de esta fecha, el gobernador magallánico Manuel Señoret, “con el pretexto de castigar un hecho de sangre cometido por los indígenas para defenderse, mandó este gobernador a Bahía Inútil (…) un pelotón de soldados para que capturasen a todos los indios que pudiesen encontrar” (Enrique S. Inda. El exterminio de los onas).
Las tropas cruzaron el estrecho con este afán represivo y encontraron a los nativos “sorprendidos en sus toldos, fueron diezmados a tiros sin compasión alguna, y los sobrevivientes, en número de 165, entre mujeres y niños, fueron hechos prisioneros y llevados a Punta Arenas, donde después de haberlos expuestos al ludibrio del populacho, haciéndoles desfilar casi desnudos por las calles de la ciudad, fueron repartidos entre las personas que los pidieron (remate de indios), sin preocuparse de la honradez de los peticionarios”.
Además de la violenta captura, que dejó un número desconocido de víctimas fatales, el maltrato en la capital magallánica continuó: “Hubo escenas desgarradoras al momento de la separación, entre padres e hijos, que no lograron conmover el ánimo cruel de aquel gobernador, y la mayor parte de esos jóvenes acabaron víctimas de las más abyectas pasiones”.
Los salesianos hicieron oír sus quejas y dirigieron sus denuncias hacia otros ámbitos del poder gubernamental. Estos cuestionamientos no lograron una respuesta acorde con la barbarie puesta en evidencia, pero fue recogida con indignación por “toda la prensa chilena y argentina el grito de protesta de los Misioneros Salesianos, pidiendo a los poderes públicos que formara expediente y se castigue a los culpables”.
La trascendencia que tuvo la denuncia, motorizó una reacción del máximo organismo del poder judicial que pudo constatar las acusaciones.
Finalmente, los “pocos indios que todavía vivían, unos sesenta, fueron llevados a la Misión Salesiana de la Isla de Dawson, y fue trasladado a Talcahuano el Gobernador Señoret antes que terminase el período de su administración”.
Ante el clamor de los ganaderos, el gobernador ya había dispuesto, en 1892, “la evacuación de la Isla a toda tribu sorprendida in fraganti. Así fueron transportados (…) varios centenares a la Isla Dawson (…) la salida de un primer grupo de doscientos veinticinco indios fue arreglada directamente entre (…) la sociedad Explotadora de Tierra del Fuego y la Congregación Salesiana” (op.cit.).
Autor: Bernardo Veksler