ldquo;Estoy por fin en la Tierra del Fuego, y experimento una emoción profunda, mezcla de ávida curiosidad y de satisfecha ambición. De un lado está la nave que representa la vida civilizada y que me ofrece todo género de comodidades; hacia el sud se extiende lo desconocido, el desierto sin caminos…”, así se expresa, este día, Ramón Lista al arribar a la costa de la bahía de San Sebastián (Ramón Lista. Obras Tomo 2).
Tres días antes de la primera matanza de fueguinos, por parte de representantes del estado argentino, Lista describió que “en los fogones los soldados charlan y toman mate, sin preocuparse en lo más mínimo de los peligros que nos rodeen. Para algunos, los indios que habitan la isla son un aliciente, y manifiestan deseos de hallarse cuanto antes con ellos, no para batirlos, que muy poco caso hacen de sus aptitudes guerreras, sino por mera curiosidad, pues ha circulado en el vivac la noticia de que se comen las viejas y desean adquirir la certidumbre de tan extraña costumbre”.
Algunas de las incógnitas de los soldados eran fruto de sus fantasías: “Los más letrados refieren que los onas son enanos, que tienen cola y viven bajo la tierra. Yo escucho tan alegres inventivas y trato de conocer el carácter de los veteranos que van a ser mis compañeros de muchos días. En su mayor parte son hombres jóvenes, robustos, y animosos (…) El capitán que los manda es un arrogante oficial, formado en la guerra contra los indios en la Pampa”.
Al día siguiente, “los indios onas hanse acercado al campamento, pero, al ser sentidos por los centinelas, huyen precipitadamente, incendiando al paso el campo a nuestra derecha (…) ¡Qué sorpresa para los salvajes el ver, en medio de la oscuridad, más bien que hombres, seres fantásticos, chapaleando los charcos de la playa, alumbrados débilmente por la luz temblorosa de los candiles improvisados!”.
El día de la matanza, el 25, Lista sentía “el deseo de inquirir personalmente el paradero de los indios, hoy a las 7 de la mañana salí del campamento con el Capitán y diez soldados”. Luego de dos horas de marcha, “descubrí una toldería, que recién habían abandonado los indios, pues ardían aún sus hogares”.
Fueron tras las pistas, “antes de una hora vimos a los salvajes, en un cañadón (…) en la persecución, estos fueron arrojando sus quillangos, y hasta abandonaron a una criatura”. Como muestra del clima previo a la masacre (op.cit.).
Autor: Bernardo Veksler