Adjudican asalto y asesinato al bandolero Asencio Brunel
EL 28 DE JUNIO DE 1904

Adjudican asalto y asesinato al bandolero Asencio Brunel

28/06/2024
E

l asalto y asesinato del ganadero alemán Máximo Volmer, cuando viajaba en carro hacia el lago Viedma, es atribuido al bandolero uruguayo Asencio Brunel. Aunque “muchos no podían creer que él hubiera cometido ese bárbaro crimen”. El lugar “desde entonces se llamó Vega del Finado” (Hugo Chumbita. Jinetes rebeldes. Historia del bandolerismo social en la Argentina).

La duda sobre la acusación policial se debió a que Brunel, por lo general, no cometía hechos de sangre cuando concretaba sus robos.

Cuando fue detenido en Chubut junto a algunos de sus cómplices, a fines de octubre, fue entrevistado por el “corresponsal del diario La Nación (…) y Asencio negó ser el autor del homicidio”.

Luego, fue enviado a Santa Cruz por pedido del juez letrado. “Después, el rastro del bandolero se torna confuso. Versiones contradictorias afirmaron que volvió a escaparse, que lo mataron, que estuvo preso en Buenos Aires, en la Penitenciaria de la calle Las Heras, y que terminó yéndose al Chaco a comprar una estancia, con el dinero que le regalaron muchos admiradores y admiradoras que lo visitaban en la cárcel”.

El uruguayo había arribado a Punta Arenas en 1888, “mezclándose con la turba de marineros, balleneros, loberos, nutrieros y buscadores de oro que iban a malgastar  su dinero en los antros de diversión. Se metió en líos a causa de una mujer, cometió un crimen por celos y lo encarcelaron. Logró huir, robando una par de caballos para cruzar al territorio argentino, en una travesía de más de 200 kilómetros, y encontró refugio entre los tehuelches de los valles andinos”.

Al año siguiente, lo involucraron en un robo de 50 caballos, que, junto a un grupo de nativos, arriaron hacia Chile. Unos años después, “le confesó a un criador inglés que fueron los policías, chilenos y argentinos, quienes lo empujaron a robar y contrabandear caballos”.

Sus andanzas abarcaron toda la Patagonia austral y se convirtió en leyenda. Vestía ropas de cuero de puma, “encendía fuego haciendo chispas en las piedras de pedernal con el lomo de su cuchillo, sabía usar las boleadoras y montaba en pelo, llevando siempre dos caballos a la par, para saltar de uno al otro sin detenerse cuando iba escapando (…) En los valles más escondidos de los Andes tenía sus reservas, donde dejaba pastando las caballadas. Al parecer riñó con algunas tribus, aunque también actuó en sociedad con otras” (op.cit.). 

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