ste día, el Congreso de la Nación aprueba el Tratado Tejedor – Blest, por el cual todas las tierras al sur de los ríos Negro y Diamante serían sometidas a un arbitraje internacional para determinar su soberanía argentina o chilena.
La Cancillería trasandina reivindicaba para su dominio la totalidad de esa región, alegando “la vigencia de los documentos españoles de mediados del siglo XVI” y proponiendo “establecer la frontera en estos ríos que, de acuerdo a los conocimientos geográficos de la época, estaban conectados” (Pablo Lacoste. El conflicto del Beagle, nueva mirada. Revista Todo es Historia N°461).
El canciller chileno propuso que, en caso de resultar confuso ese límite, se fije el paralelo 45° desde el Atlántico hasta la cordillera como frontera.
La propuesta chilena fue aceptada por Argentina y se firmó el acuerdo.
El tratado resultó finalmente archivado, debido a los conflictos internos que se desencadenaron en el último tramo de la presidencia de Domingo Sarmiento.
Cuatro años después, se retomaron las negociaciones y se aceptó que la cordillera sea el límite norte – sur y someter a arbitraje la región austral, nombrando al rey de Bélgica como árbitro; pero el acuerdo fue rechazado por Chile.
Una serie de incidentes estuvieron a punto de generar un enfrentamiento bélico, llegando a zarpar hacia el sur las escuadras de ambos países. El conflicto se resolvió con la firma de un nuevo tratado, que no determinaba los espacios sometidos a arbitraje.
El estallido de la Guerra del Pacífico, entre Chile, Perú y Bolivia, en 1879; modificó sustancialmente la situación y fue aprovechada por el gobierno argentino para iniciar la denominada “Conquista del Desierto”.
Para el gobierno chileno las disputas con Argentina pasaron a un segundo plano y lo único que le interesaba era que Buenos Aires se declare neutral en la disputa.
Con este contexto, se reiniciaron las negociaciones y se firmo el Tratado de 1881 que definió las jurisdicciones territoriales: “Patagonia para Argentina, Estrecho y Cabo de Hornos para Chile”. Además, nuestro país logró “la parte oriental de la Tierra del Fuego y la isla de los Estados; para Chile quedaron las islas al sur del Beagle hasta el Cabo de Hornos”.
Con respecto a los espacios no definidos en antecedentes virreinales, los diplomáticos “optaron por una solución política: otorgaron una parte a cada país” (op.cit.).