ste día, fallece el alemán Otto Diebel, jefe de la expedición que invernó en las islas Orcadas del Sur. La causa fue “la enfermedad contraída al pasar una noche de temporal sobre la cumbre de los cerros Mossman, mientras realizaba diversas investigaciones”. Sus compañeros de permanencia antártica eran un noruego y tres ingleses (José Manuel Moneta. Cuatro años en las Orcadas del Sur).
Diebel fue el segundo expedicionario en morir en una misión en la isla. El primer deceso había ocurrido el año anterior, cuando Alan C. Ramsay, integrante de la tripulación del barco “Scotia”, perdió la vida mientras participaba de la primera invernada en Orcadas, que dio origen al observatorio que luego sería cedido a la Argentina, conformando la primera base permanente en la Antártida.
Otras tres cruces conforman el escenario del cementerio que contienen los restos de los que perdieron la vida en las Orcadas, cuyas edades oscilan entre 27 y 30 años. En 1910, el noruego “John Ellieson, víctima de un ataque al corazón”. Tres años después, murió el sueco H. Wiström, quien sufrió “un agudo ataque de apendicitis”. En 1928, falleció Fortunato Escobar, radiotelegrafista del contingente argentino de ese año.
El caso más misterioso fue el del noruego Hartvig Bache-Wiig, quien desapareció una tarde que salió del destacamento para desplegar sus habilidades como campeón de esquí de su país. “Sus compañeros ya estaban habituados a contemplar sus peligrosos saltos y deslizamientos vertiginosos por las laderas más inclinadas de los cerros glaciares (…) el hielo y la nieve no tenían secretos para él y no hallaba dificultad alguna cuando asombraba a sus camaradas haciendo los más arriesgados ejercicios”.
Como el tiempo es muy cambiante en las Orcadas, no se podía prever la duración del buen clima. Así fue que Bache-Wiig salió una mañana de pleno sol a recorrer el glaciar de La Monja y el cerro Lola. “A mediodía sucedió lo inevitable. Se descargó un nuevo temporal del sudeste, y las nubes, siempre bajas, cubrieron por completo todas las cimas y laderas de los cerros”. En la base no se alarmaron porque estaban acostumbrados a que regresara al atardecer, pero esa vez no volvió.
Alarmados por su ausencia, sus compañeros salieron a buscarlo infructuosamente. A pesar de que la búsqueda persistió varios días, jamás se logró saber lo sucedido.