ldquo;Nos quedamos solo con los caballos; las monturas, un solo aparejo de carguero, una escopeta sin munición, la ropa deteriorada que llevábamos puesta. Las provisiones nos faltaron por completo. Los perros cansados se negaban a correr. Después de algunos días nos encontramos reducidos a conformarnos con carne insípida y muy poco substanciosa de guanacos chicos, de apenas algunas semanas de edad, que fácilmente se cazan con boleadoras. El estado de nuestros caballos no nos permitía pensar en guanacos más viejos y menos todavía en avestruces” (Juan H. Lenzi. Historia de Santa Cruz. Citado por Norma Sosa en Cazadores de Plumas en Patagonia).
Esta descripción crítica fue escrita, alrededor de esta fecha, por el geólogo Alcides Mercerat al arribar a la isla Pavón, allí alquiló “caballos, buscó baquiano y se lanzó por la margen del (río) Santa Cruz hasta San Julián con su instrumental, las provisiones y los perros de caza”.
En esos años, “los pobladores vivían en el más completo abandono y su única comunicación era un barco que llegaba con intervalos de ocho o más meses. Nunca llegaron los animales prometidos por el gobierno, y continuaban alimentándose gracias a la pericia trasmitida por los tehuelches para la caza de avestruces y guanacos. Payró asegura que nunca llegaron los títulos de la legua de campo que les correspondía como colonos”.
Estas limitaciones en la circulación de productos de primera necesidad, generaban una gran especulación por la escasez de stock. “Los barcos que llegaban vendíanle víveres, pero escasos, y ¡a qué precio!... En una ocasión se vendió en Santa Cruz un quintal de harina a $50 oro”, según escribió Roberto J. Payró.
Los escasos pobladores sufrían los abusos de los que disponían de algún grado de autoridad, que aplicaban su oportunismo que “con engaños y trampas legales solían apoderarse de las plumas y los caballos obtenidos por los cazadores que estaban frecuentemente al borde de una ilegalidad”.
En 1891, Carlos Burmeister estimó “que los habitantes del territorio cercano al Río Santa Cruz no superaban el centenar diseminados en una superficie de 50 leguas y dedicados en su mayoría a la ganadería”.
Para entonces, Francisco P. Moreno dejaba constancia de la desaparición del “indio indómito; ya no existían fuertes y fortines que se opusieran a sus depredaciones y donde se levantaba antes la toldería” (op.cit.).