mpecemos por el principio. La ruta nacional N⁰ 3 en Tierra del Fuego, ese extenso y sinuoso camino de asfalto que no solo une a las tres ciudades, sino que es la única vía de comunicación terrestre con el continente, eje del transporte que hace tanto al desarrollo económico como de subsistencia de los fueguinos, es un desastre. Un desastre que no se limita a lo estético, que va mucho más allá del desinterés, que se mete de lleno en la inseguridad, en el peligro, en la desidia.
Se trata de un camino plagado de pozos, grietas, cicatrices abiertas en el pavimento. Un camino que te obliga a esquivar cráteres de asfalto a cada rato, un camino que te invita a circular, si es que podes, por la banquina de tierra, entre piedras y polvo, como en una película de hace décadas atrás.
Y esto no es nuevo, claro. El Diario del Fin del Mundo lo ha venido exponiendo. Pero la cuestión es que, a semanas de la veda invernal, ese período en el que el clima extremo se vuelve un factor que imposibilita los trabajos en la vía pública en esta tierra del fin del mundo, no hay noticias de reparaciones.
Silencio. El silencio de las autoridades, un silencio cómplice que hace que la ruta se parezca cada vez más a un campo de batalla. Y no solo por los pozos: la falta de señalización, un problema crónico, añade más dificultad a un trayecto ya de por sí complejo. Cierto que esto no es nuevo. Más allá de algún que otro parche, las sucesivas administraciones nacionales se han desentendido de la cuestión de fondo, que no es otra que la consolidación de una vía de comunicación terrestre acorde.
Además, hay que pensar en los costos. No solo en los costos económicos, en esos pequeños y grandes daños en los vehículos, en las llantas y las suspensiones, que se convierten en mayores costos para los usuarios por la falta de mantenimiento público nacional. Sino también en los costos invisibles, en la pérdida de tiempo, en la angustia, en el miedo. Es que sabemos que la ineficiencia del transporte afecta a la economía provincial. Pero más importante aún es el riesgo en la seguridad vial.
Porque, al fin y al cabo, la ruta en estas condiciones es un lugar donde la vida se juega, sobre todo en lugares de montaña y baja visibilidad.
Se sabe que las irregularidades del asfalto pueden causar accidentes, derrapes, y eso es algo grave, muy grave. Y no es solo eso. La falta de mantenimiento, esa decisión tácita de abandonar la ruta a su suerte produce un efecto cascada. Los daños menores se convierten en mayores, y los costos de reparación se disparan. Es la lógica perversa del abandono.
La cuestión es que acá, en Tierra del Fuego, nos hemos acostumbrado a la precariedad, como si fuera algo natural, como si el mal estado de las carreteras fuera inherente a este paisaje extremo. Pero no es así. Las rutas chilenas, en la misma latitud, presentan un contraste que no hace más que acentuar el sentimiento de abandono, y sobre todo de falta de visión estratégica.
En definitiva, lo que tenemos aquí es una manifestación, tan tangible como un hueco en la ruta, del desprecio por la vida, el desprecio por la gente, el desprecio por una Tierra del Fuego que merece algo mejor que ser un camino que solo muestra abandono y desinversión.
Es un problema que exige soluciones urgentes, y un compromiso de las autoridades que no se puede dejar para mañana, ni para la próxima administración, ni hasta que termine la próxima veda invernal. Qué apropiado sería que todos los decisores y opinadores “federalistas con marcada visión umbilical”, tuviesen la oportunidad de “disfrutar” el recorrer los algo más de 570 kilómetros (distancia aproximada entre nuestra ciudad y Río Gallegos) por una de las principales rutas nacionales actualmente en absoluto estado de abandono, a lo que hay que agregar el divertimento de tener que cruzar cuatro puestos fronterizos y una navegación por territorio chileno.
Quizá, producto de esa experiencia que seguramente les resultará enriquecedora, puedan comprender que no todos los caminos conducen a Roma.
(*) El Comité Editorial está conformado por un grupo de periodistas de EDFM. El desarrollo editorial está basado en su experiencia, investigación y debates sobre los temas abordados.