nte la imposibilidad de recorrer las calles de Ushuaia, acorralado por la multitudinaria marcha de desaprobación de los fueguinos, el Apóstol del desguace estatal y su célebre hermana, Karina, encontraron refugio en el cálido y controlado ecosistema de una fábrica.
La foto es un prodigio de la puesta en escena. Un puñado de directivos de NewSan, con sonrisas de circunstancias, hacen las veces de anfitriones. Detrás, un racimo de operarios, prestados para la ocasión, y una docena de militantes libertarios, cuya fe mueve montañas de dogmas, si no de personas.
Es el cuadro perfecto de la anti-plaza: un micromundo donde los aplausos están asegurados y las preguntas incómodas no cruzan la puerta. El líder, flanqueado por su hermana y sus candidatos, posa como un premio consuelo en su propia gira. La realidad quedó convenientemente fuera de cuadro. Un triunfo pírrico en el frágil reino de un galpón industrial. La revolución libertaria, al parecer, prefiere el calor de los focos a la intemperie de la calle.
