n la estampa prístina del Fin del Mundo, donde los Andes se besan con el canal Beagle, la geopolítica nos obsequia su más sutil y elegante manifiesto. ¡No se alarmen, ushuaienses! Ese enigma de acero y óxido, ese cubo que parece el módulo de escape de una nave de mala muerte, no es chatarra abandonada. Es, en realidad, la avanzada no anunciada de la base militar estadounidense que nuestro gobierno con tanta delicadeza pretende instalar.
¿Por qué molestar con debates, declaraciones y estudios de impacto ambiental cuando se puede hacer una instalación de modo tan discreto? Es el nuevo concepto de "base sigilosa": se camufla tan bien que se confunde con un desecho.
Su misión es doble: disuadir amenazas con su poderío estético postapocalíptico y recordarnos que la soberanía también se ejerce abriendo las puertas a los diseños estratégicos de otros.
Un faro de la cooperación internacional, que ilumina con el brillo del óxido y el pragmatismo. La próxima vez que lo vean, no piensen en contaminación visual. Piensen en alianzas. Y en lo barato que nos sale el patrocinio geopolítico.