ay escenas pequeñas que sostienen el mundo.
Una fila en silencio esperando una firma, un niño que hojea su primer cuento como si abriera un mapa, dos desconocidos que charlan sobre un título que les cambió la vida. Escenas que no compiten con la velocidad de las pantallas ni con la ansiedad del tiempo actual, pero que precisamente por eso resisten. La Feria Provincial del Libro volvió a reunir muchas de esas escenas. Y en un año donde el ruido parece no tener pausa, el gesto de detenerse a leer y encontrarse, vale más que nunca.
Nos recordó que detrás de cada historia hay comunidad: bibliotecas que sostienen catálogos, docentes que arman recorridos, libreros que recomiendan con memoria, lectores que buscan y se encuentran. No se trata solo de literatura, sino de vínculos y de un espacio común donde el diálogo no necesita gritar guturalmente en un Movistar Arena.
En un mundo saturado de estímulos, el libro sigue siendo refugio y brújula. Nos devuelve profundidad frente a la superficie, calma frente al ruido, tiempo frente a la urgencia. Y ese gesto tan simple como abrir una página, sigue teniendo una potencia enorme. Porque ahí, en lo pequeño, late todavía la posibilidad de pensar juntos.