irme como un granadero, ahí está: custodiando la entrada de la escuela Juana Manso. No saluda, no se mueve, no arranca, pero nadie duda de su lealtad: hace semanas que mantiene su puesto, impasible ante el viento, la escarcha y los alumnos que lo esquivan para no tropezar con su rueda hundida. Este sedán blanco, heroico sobreviviente de mil batallas mecánicas, se ha convertido en un monumento al descuido urbano. Tal vez alguien lo dejó “un ratito”, tal vez pensó volver, o tal vez simplemente se rindió ante el óxido y el papeleo del registro. Lo cierto es que, entre el paisaje de flores amarillas y la montaña de fondo, este pedazo de chatarra aporta su toque de surrealismo industrial. En Ushuaia, donde todo se congela menos la desidia, el auto de la Juana Manso sigue ahí: firme, fiel y cada día más parte del paisaje.