l barco avanza sereno, cargado de promesas. Dicen que exportamos más, que importamos mucho, pero que tampoco es significativo. Que el país “se abre al mundo”. Pero la orilla sigue igual: mate frío, sueldos en pausa y un lunes que no se termina. Las cifras sonríen en los informes, mientras el trabajador calcula si llega al 15 o al 10. Cada contenedor que parte lleva dentro un pedazo de esperanza, y cada importación que entra trae la certeza de que la plata no alcanza. Celebramos el superávit como si fuera redención, cuando apenas es anestesia: un espejismo en alta mar. Los barcos se mueven, sí. Lo que no se mueve es el bolsillo, ni la paciencia, ni el país que los mira pasar desde la costa, esperando que algún día lo suban a bordo.