h, la bandera de la provincia, ese orgulloso estandarte que nos distingue del resto, o al menos eso pretende, antes de convertirse en una servilleta deshilachada colgando de un mástil oxidado. Qué mejor muestra de identidad que un trapo desteñido que ya ni el viento quiere levantar. Porque nada expresa tanto amor por lo nuestro como dejar que el símbolo provincial se pudra a la intemperie, con los colores borrados por el sol y las costuras clamando auxilio. Cambiarla o simplemente bajarla parece un esfuerzo heroico, casi una afrenta a la tradición del descuido. Total, mientras siga atada —aunque sea por un hilo— sigue “representándonos”. Qué detalle menor que parezca más un trapo de taller que una bandera.