eter un zorro en el gallinero siempre resulta entretenido… hasta que uno recuerda que las gallinas no disfrutan del suspenso. En las instituciones públicas de Tierra del Fuego pasa algo parecido: se abre la puerta con inocencia, entra el “zorro” disfrazado de buena idea, y después todos se sorprenden cuando el orden termina en plumas. Lo verdaderamente irónico es que seguimos llamándolo accidente.
Pero ya no alcanza con vigilar la entrada: hace falta sacar al zorro, con suavidad o con escoba, antes de que confunda la casa común con su buffet personal. Solo así el gallinero vuelve a ser gallinero, y no un coto de caza personal.