staba semidormido cuando al amanecer del miércoles 27 de enero, el ruido de unos neumáticos rompiendo la escarcha lo sobresaltó. Un patrullero, que descendía lentamente desde el Paso Garibaldi con el motor apagado, llevando la plana mayor de la Policía territorial, incluyendo a su jefe (que había sido, además, superior suyo en el BIM 5), pasó de largo y se detuvo más adelante, justo en el lugar donde pensaba esconderse en primera instancia. Los cuatro ocupantes del vehículo bajaron, dieron unas vueltas, observaron con los prismáticos y luego de un rato partieron con rumbo hacia Ushuaia.
Otra vez, como en el caso de la Mosca Loca, sintió que Alguien, que continuaba protegiéndolo, le indicó que no se escondiera en aquel lugar.
Se mantuvo en su sitio con los sentidos alertas. Luego de un buen rato, el ruido de pasos sobre las piedras del faldeo donde él se encontraba, lo sobresaltó. Entrevió una figura humana que pasaba muy cerca de él, deteniéndose unos treinta metros más abajo. Estuvo a punto de hablarle, pensando que era un mochilero, pero prefirió esperar.
El hombre se sentó sobre una piedra, levantó su poncho y dejó visible un fusil. Era un policía. Se quedó cuarenta minutos mirando hacia el valle del río Hambre. Luego de ese lapso se levantó, saludó a alguien a lo lejos, y volvió sobre sus pasos, en dirección hacia León.
Cuando el policía estaba a no más de siete metros lo descubrió. Pegó un grito, más de terror que de alerta, disparando simultáneamente, sin ninguna puntería. Allí Medina se dio cuenta que no habría un segundo disparo pues se le trabó el cerrojo del arma. Esto lo decidió a ponerse de pie, cruzar a toda carrera la ruta vieja y desaparecer pendiente abajo, mientras el agente, afortunadamente, se distraía en destrabar el fusil en lugar de dispararle con la pistola que llevaba en la cintura.
León bajó hasta un arroyo y luego subió hasta otro cerro; desde donde, cuando llegó al límite superior del bosque, comprobó que el lugar se había llenado de policías que lo buscaban, felizmente, en lugares inadecuados. A la altura de la pantalla de microondas, siempre con su camuflaje a cuestas, debió superar el obstáculo de otros cinco policías que estaban haciendo guardia en el paso.
Por lo sucedido, decidió cambiar de táctica y abandonar el plan de esperar un camión para colarse. Se sacó el camuflaje y lo escondió en una gruta de hielo. Bajó del cerro y llegó a las cercanías de la costa del lago a últimas horas de la tarde, en donde luego de un descanso, con el fondo sonoro de esporádicos disparos de fusil en la zona del Paso Garibaldi, se puso como objetivo llegar a la hostería Petrel para pedir algo de comer.
Cuando comenzó su camino a la hostería advirtió, sin ser visto, a dos policías que iban detrás de él con el mismo destino. Otra vez, Alguien le indicaba que cambiara de rumbo. Después lo supo: en la hostería Petrel se había instalado el cuartel general que coordinaba su búsqueda.
Resolvió entonces apartarse de la orilla del lago y subir hasta los cerros que enmarcan la cabecera sur del lago Escondido. Desde allí se dirigió por el faldeo, sin salir del bosque, hacia el aserradero de Bronzovic, y aunque ya era noche, la luna llena le facilitaba la visión.
En plena madrugada llegó al aserradero. Al ver una luz en el caserío, el hambre y la esperanza de que alguien le diera, aunque más no fuese, un pedazo de pan, le hizo perder la prudencia. Pero cuando estaba por llegar se topó, a no más de cinco metros de distancia, con un policía sentado, medio dormido, apostado justo en el lugar por donde debía pasar. Retrocedió un poco para hacer un análisis de la situación, y el frío y el cansancio fueron tales que, de a poco, allí, a unos diez metros del centinela, se quedó dormido.
Un disparo de fusil lo despertó un par de horas después. Se acercó sigilosamente al policía, y comprobó que permanecía en la misma posición; en ese instante decidió dejar de jugar con su buena estrella y regresar al monte, esperando encontrar dónde comer más adelante. Cuando se alejaba vio dos policías más en las inmediaciones, y allí tomó verdadera conciencia de la osadía de haber dormido rodeado de guardias.
Después de unas horas de marcha decidió continuar con el sueño interrumpido por el disparo, protegiéndose de la fuerte helada con ramas y corteza de árboles, con la tranquilidad de encontrarse lejos de la ruta ya que no escuchaba ruidos de vehículos o de disparos perdidos.
Al día siguiente, luego de marchar toda la mañana siguiendo el curso del río Milna, el ladrido de un perro le indicó a León que estaba en las cercanías de un lugar habitado. Olvidando precauciones, se acercó confiadamente y lo recibió de una forma extraordinaria una joven mujer que vivía allí con su pequeño bebé. La joven no receló de la lamentable imagen peluda, barbuda y llena de barro, porque su padre, que se había ausentado circunstancialmente a Ushuaia, sabía de la fuga por haberlo escuchado por la radio, y le dejó encargado que si aparecía por allí no le temiese y le diese una buena atención.
Con la hambruna de cuatro días que venía arrastrando, León sintió una vez más que ese encuentro era una provisión de Dios. Allí se higienizó, se afeitó, se acostó en la cama del padre y luego comió algo que la mujer le preparó especialmente. Pero ya de noche, decidió seguir su marcha para tratar de mantener la ventaja que llevaba a sus perseguidores. La mujer le preparó una vianda para el camino y le regaló, además, un sobretodo de lana negra de su padre para mejor afrontar la fuerte helada que estaba cayendo.
Siguiendo las indicaciones de la mujer, llegó rápidamente a la ruta 3, por la que se dirigió hacia la cabecera del lago, arribando al amanecer del viernes. Pasó por las afueras del pequeño caserío que era en aquel entonces Tolhuin, eludiendo el puesto policial. Desde allí giró hacia el oeste, buscando el rumbo esperanzado de su libertad. Pero la realidad sería muy otra.
Durante todo el día marchó tratando de conservar la orientación, pero dentro del bosque no tenía cómo referenciar su marcha. Al atardecer llegó a una zona descampada; pero una gran chimenea y cables de alta tensión le hicieron comprender que no estaba en el lago Yehuin como suponía, sino frente al aserradero CAMI, en las afueras de Tolhuin. Entonces comprendió que había estado todo el día dando un gran círculo que terminó en el mismo punto de partida, acumulando fatiga inútilmente.
León no sabía (lo supo mucho después) que en un galpón vecino al aserradero estaba apostado un importante número de infantes de marina, a cuyo frente se encontraba un suboficial al que respetaba y temía. Era el único que por sus aptitudes podría aprehenderlo. Pero en realidad este suboficial estaba más dispuesto a apoyarlo que apresarlo, por lo que los infantes a sus órdenes estuvieron acuartelados en el galpón en lugar de desplegarse patrullando la zona, cosa que facilitó el desplazamiento de Medina.
Los pies comenzaban a ampollárseles causándole un dolor que lo atormentaría los días subsiguientes, debido a las medias de nailon chamuscadas, y al trabajo del cuero de sus botas que de tanto mojarse y luego secarse, se ablandaban y endurecían alternativamente,
Luego de un análisis de su situación, decidió continuar el recorrido siguiendo la ruta 3 para no perderse de nuevo. Y resolvió ir hacia ella sin esperar a que se hiciera totalmente la noche, cruzando por un lugar descampado, en las cercanías de unas viviendas. Para ello se fabricó una especie de escudo de ramas y hojas como camuflaje, con el que apuntado hacia la zona donde podrían verlo, fue moviéndose lentamente, de arbusto en arbusto, hasta cubrir los casi mil metros que lo separaban de la ruta, en varias horas. Casi al final un susto: una tropilla guiada por dos arrieros le pasó prácticamente por encima, pero por suerte los hombres no se percataron de su presencia.