ras el desembarco del 2 de abril de 1982 el conflicto por la posesión de las Islas Malvinas, Georgias y Sándwich del Sur terminó convirtiéndose en una guerra sorprendente y singular, que conmovió a nuestro país y al mundo entero. Sus ecos aún perduran, y sin duda lo harán por mucho tiempo más.
Al conmemorarse un nuevo aniversario de la Gesta de Malvinas mi intención, a partir de la confrontación de los hechos descriptos en el por cierto abundante material existente sobre el tema, es la de tratar de poner el acento sobre una serie de acontecimientos, históricos algunos y dolorosamente presentes otros, que de alguna manera contribuyan a agudizar nuestra visión para intentar ver algo más tras el manto de neblina que teñido de dolor, sufrimiento, frustración e irreparable pérdida cubre la historia de una guerra que, aunque no termine de aceptarse sin duda perdimos todos y cuyas heridas no solo no cicatrizan sino que parecieran profundizarse.
En la planificación de la elaboración de este material fueron apareciendo elementos que modificaron la idea original. Surgió así la necesidad de darle otro enfoque al homenaje, incorporando al mismo a los ciudadanos que estando bajo bandera durante el desarrollo del conflicto cumplieron su obligación cívica en destinos comprendidos dentro de lo que se dio en llamar el Teatro de Operaciones Sur (TOS), soldados que si bien es cierto no participaron en el combate directo sí fueron parte de la guerra. Tal el caso, por ejemplo, de los Soldados Conscriptos (C60) Marcelo Gustavo Cini, (C63) Jesús Artemio Marcial, (C63) Oscar Calixto Millapi, (C63) Daniel Alberto Palavecino y (C63) Fernando Luis Sieyra, todos ellos pertenecientes a la Agrupación Comodoro Rivadavia, Compañía 185 Liceo Militar General Roca, fallecidos junto a la tripulación del Helicóptero UH-1H AE-419 que se precipitó a tierra mientras cumplía un vuelo de patrullaje de las costas marítimas en Caleta Olivia (Santa Cruz) el día 30 de abril de 1982.
Marginados, desamparados, olvidados y hasta despreciados por una sociedad que festejó el inicio de la guerra con el siempre sospechoso exitismo de las movilizaciones masivas a la Plaza de Mayo, y miró para otro lado después de la rendición de Puerto Argentino, el 14 de junio de 1982. En cientos de casos la mirada al costado dura ya veintiséis años. Sea éste nuestro humilde reconocimiento para todos quienes de una u otra forma fueron parte. A los reconocidos y a los que hoy continúan buscando su lugar en la historia.
La voz oficial COMUNICADO DE LA JUNTA MILITAR (2 de abril de 1982) |
Desencuentros
1ra. Parte
El 8 de abril de 1982 la revista Gente publicaba un artículo escrito por Rafael Wollmann, en el que, bajo el título de "Habla el único periodista que estuvo allí", el fotógrafo realiza un racconto de sus vivencias en las Islas desde el 23 de marzo de 1982 hasta el desembarco de las tropas argentinas. Años más tarde su testimonio fue públicamente confrontado por un joven periodista quien en su trabajo de investigación sostiene la falsedad de la afirmación. Abel Escudero Zadrayec, autor del suplemento especial "Malvinas. El desembarco de una primicia" editado el pasado 2 de abril de 2007 por el diario La Nueva Provincia de Bahía Blanca.
Wollmann escribió:
"En el momento en que el avión dejó la pista y apuntó hacia el cielo volví a mirar por la ventanilla el viejo y conocido paisaje de la ciudad achicándose allá abajo. Entonces recordé una vez más que era el martes 23 de marzo y yo cumplía 24 años. Pero no lamentaba estar de viaje. Ese mismo avión de LADE me dejaría, tras siete horas y media, en Puerto Stanley, en las islas Malvinas, claro que después de seis despegues y seis aterrizajes: el «vuelo directo» incluía escalas en La Plata, Mar del Plata, Bahía Blanca, Neuquén y Comodoro Rivadavia.
Por fin, después de un salto sobre el mar, llegaría a las Islas Soledad y Gran Malvina. Allí estaba mi nota, la que debería contar a la agencia francesa «Gamma» a través de no sé cuántos «clicks» de mi cámara fotográfica.
Junto con mis documentos estaba la famosa tarjeta blanca por la que tanto había corrido. Por la vía normal eran necesarios dos meses para tramitarla en la Cancillería. Yo la había conseguido en diez días y ahí estaba volando hacia el sur, recordando lo que había leído en «La Razón» el lunes a la noche y que ahora releía en «Clarín»: en las islas Georgias del Sur había desembarcado un grupo de operarios argentinos para desmontar las instalaciones de una factoría ballenera. Y había problemas, y tal vez mi nota podía ser algo más que «vida cotidiana en las Malvinas», según me lo habían pedido. Había un conflicto planteado. Tal vez podía ser algo más que una nota de costumbres.
Puntual, el avión de LADE tocó la pista a las 15.30. Allí estaba yo, mirando cómo me miraban, los «British» de las «Falklands». No parecían amistosos. Me estudiaban.
Al día siguiente empecé a trabajar procurando que nadie se sintiera molesto. Cámara en mano recorrí el pueblo. Hablando poco. Tratando de acercarme.
Poco a poco pude conseguirlo. Como les hablaba en su mismo idioma fue más sencillo; las charlas en los pubs, durante las caminatas y en los almacenes, comenzaron a ser frecuentes. El tema era casi siempre el mismo: «Los argentinos tendrían que haber golpeado y entrado por la puerta principal, no la de servicio». Querían decirme que para desmontar la factoría de las Georgias debieron realizar el trámite diplomático, conseguir la tarjeta blanca y luego proceder. Les preocupaba ese hecho y se preguntaban cuál sería la reacción de la Corona.
Si convenía que el «Endurance» interviniera y sacara a los operarios o era mejor que a esa misión la cumpliera un buque neutral. Ese era el tema casi constante.
El martes 30, en el aeropuerto, conocí a Simon Winchester, un periodista enviado por el diario británico The London Sunday Times. Me contó las últimas noticias sobre las Georgias y al instante los dos teníamos la misma preocupación: cómo llegar a esa remota isla. Ningún avión tenía la autonomía suficiente para realizar ese largo vuelo y, mucho menos, ningún barco se atrevía a cruzar el océano hasta allá. Sólo podíamos preocuparnos.
Pero comencé a creer que la situación podía cambiar cuando el jueves 1º de abril, a la mañana, hablé con un navegante checoslovaco que hacía diez meses había iniciado una travesía que, el próximo verano, lo llevaría hasta la Antártida. Su velero estaba anclado en Puerto Stanley y en él me invitó a tomar un té. Charlamos un rato y en cierto momento le deslicé la pregunta: ¿No iría a las Georgias? Me explicó que no era importante para su currículo de navegante llegar hasta allí. Que era suficiente con haber arribado a las Falklands. Pero la idea prendió en él. Puso sus cartas marítimas sobre la mesa, sacó compases, hizo cálculos y me dijo que si lo necesitaba podíamos ir. Iba a ser duro. Debíamos navegar a océano abierto y para ir harían falta cinco o siete días porque el viento estaría a favor. Pero para volver tendríamos que estar en el mar 14 ó 20 días.
Entusiasmado, le prometí regresar unas horas después con Simon para darle una respuesta. Volvimos y ese mismo día navegamos durante dos horas y media por la bahía que protege a Puerto Stanley. Era nuestro entrenamiento como tripulantes del velero de diez metros. Ya en tierra, decidimos que al día siguiente, 2 de abril, volveríamos para hacer una lista de las provisiones y los equipos que necesitaríamos para el viaje: trajes de agua, guantes.
Simon y yo llegamos a las 19.30 al hotel Upland Goose. Era la hora de la cena y, también, el momento en que Patrick Watts, locutor y nativo de las islas, comenzaba a transmitir desde la única radio, la Falklands Islands Broadcasting Station. La programación era casi siempre la misma: hasta las 19.45, la tanda de avisos clasificados mediante los cuales los habitantes anunciaban sus ventas, desde una estufa hasta fruta fresca, lo más escaso y necesario. A las 19.45 comenzó el programa de deportes transmitido en directo por la BBC de Londres y a las 20, como siempre, llegó el panorama informativo. Se leyeron noticias de las Georgias pero ninguna era alarmante.
Aquí quiero destacar la importancia que para los isleños tiene la radio que opera Patrick Watts: para ellos es el único medio de comunicación, de contacto entre ellos y el mundo exterior. Desde el momento en que comienza a transmitir nadie la apaga. Incluso en muchas casas antiguas no tienen aparato de radio sino solamente un parlante conectado directamente a la radioemisora a través de un cable. Para ellos es todo: noticias de las estancias distantes, novedades triviales, mensajes personales. Todo.
A las 20.15 ocurrió algo. Se comunicó que el programa sería alterado porque Rex Hunt, gobernador de las islas, dirigiría un mensaje. En su inglés nítido y de tono paternal, Hunt comenzó señalando que «el canciller argentino, Costa Méndez, no quiere usar los canales diplomáticos para solucionar el problema de las Islas Georgias del Sur. Sumado a lo que dijo el ministro –agregó- hay una gran evidencia que de las Fuerzas Armadas Argentinas se preparan para invadir las islas Falklands. En estas circunstancias, el Consejo de Seguridad ha dado los siguientes puntos a ser aplicados en Stanley, ya que no cree que en el campo ocurra algo y que deban ser tomadas medidas allí.»
A continuación, en medio de un clima muy tenso, enumeró esos puntos: «He alertado a los marines reales y convocado a los miembros activos de las Falklands Islands Defense Force para que se presenten al Drill Hole lo más pronto posible. Van a estar de guardia en lugares claves de la ciudad. Los colegios van a estar cerrados mañana. La estación de radio seguirá en el aire hasta próximas noticias. Si el Consejo de Seguridad está pidiendo que se mantenga la paz con el gobierno argentino, supongo que tendré que declarar el estado de emergencia antes del amanecer. Voy a volver al aire ni bien tenga algo que decir, pero mientras tanto les pido a todos que se mantengan calmos, fuera de las calles, en particular no circulen por el camino al aeropuerto, quédense adentro y no agreguen problemas al Consejo de Seguridad haciendo demostraciones o dañando propiedades argentinas. Eso va a jugar a favor de ellos y proveerlos de la excusa que necesitan para invadirnos. Así que por favor no tomen las leyes por sus propias manos. Eso les va a demostrar a nuestros visitantes que somos ciudadanos responsables, obedientes de las leyes y resueltos.»
Todos estábamos mudos, helados. No lo podíamos creer. En el comedor, estaban cuatro periodistas ingleses, ocho operarios de Gas del Estado, un visitante británico de apellido Carisley, los dueños del hotel, el matrimonio King y sus cuatro hijos. Luego del discurso el silencio siguió y continuó aún más, porque de inmediato las palabras de Rex Hunt fueron retransmitidas. Todos nos mirábamos, callados, pero yo sentía que los ojos se clavaban mucho más en mí porque sabían que hablaba inglés. Después me preguntaron qué opinaba. Les dije que no creía esa noticia. Nos levantamos, dejamos la comida casi intacta (cordero, como todas las noches, todos los días) y junto con los cuatro periodistas ingleses caminamos hacia la oficina de telex para tratar de hablar cada uno con su país. Ellos pasaron las noticias a sus diarios. Yo no pude hablar con Buenos Aires. No se escuchaba nada a través de la línea. Corté.
Entonces, nos dirigimos a la casa del gobernador Hunt. Al llegar los marines ya estaban en acción: había armas en el piso y el pertrechamiento comenzaba. Hunt nos recibió. Apenas un minuto. Estaba nervioso, sin afeitar. Reiteró las noticias que poseía acerca de una inminente invasión y nos dijo que pronto veríamos los primeros signos. Había cinco barcos argentinos cerca de Stanley. Cortésmente, nos pidió que no nos metiéramos en el camino, que por seguridad no obstaculizáramos lo que ellos debían hacer. Nos autorizó a circular por las calles y se despidió. Corriendo, salimos hacia el Drill Hole, un gran galpón en el medio de la ciudad. Allí estaban los marines y los integrantes de la defensa civil en pleno entrenamiento. Eran treinta hombres preparando sus armas. Uno de ellos nos vio y, también cortésmente, nos echó. ¿Dónde ir..? A la radio. Allí estaba Patrick repitiendo: «No nos pueden quitar esto». Se preparaba para transmitir durante toda la noche. Nos preguntó si habíamos hablado con las autoridades argentinas y ante nuestra negativa decidió que todos fuéramos a visitarlos en su Land Rover. El vicecomodoro Gamen nos recibió con un whisky. También estaba el vicecomodoro Gilabert . Nos preguntaron qué nos hacía falta. Ellos no sabían nada. (Después me enteraría que la respuesta estaba condicionada por la seguridad del operativo).
Habíamos llegado a las 23 y una hora después regresábamos al hotel para seguir escuchando radio. La psicosis de la guerra había comenzado: los habitantes de las Malvinas llamaban a la radio y todo lo que decían salía en directo al aire. Comentaban que habían escuchado motores de helicópteros, que veían sombras, cosas raras, extrañas, disparatadas algunas. A las 2.15 subimos a nuestras habitaciones.
Yo puse el despertador para que sonara a las 4.30 y me recosté, sentado y vestido, con la cámara colgada al hombro.
El despertador nunca sonó porque a las 4 golpearon muy fuerte en mi puerta. Abrí. Eran dos marines. Habían golpeado la puerta con la culata de sus armas, tenían las caras pintadas de negro. Me preguntaron por mister King. Dónde estaba. En ese momento apareció él, envuelto en su bata. Le comunicaron que tenían orden de llevar a todos los argentinos hospedados allí. A mí no. No me explicaron por qué. Pero deduje que conocerían la decisión del gobernador.
Entonces, con mis cuatro colegas británicos, corrimos nuevamente hacia la casa del gobernador. Hacía mucho frío: dos grados. Esta vez no nos recibió pero su secretario nos advirtió que era peligroso que saliéramos a la calle, puesto que los marines tenían orden de disparar sobre todo aquello que se moviera. Nos ofreció su casa –separada por una vivienda de la residencia del gobernador- para pasar la noche y hacia allá fuimos con la orden precisa de mantener las luces apagadas. Allí estábamos los cuatro periodistas ingleses, Don Bonner, el chofer de Rex Hunt, y yo además de un gato blanco y gris. Eran las 4.10.
Todo estaba en silencio y a oscuras. En mí reloj vi que eran las cinco cuando se escucharon los primeros disparos. Ráfagas de ametralladora y el estampido de morteros. Muy cerca, en la casa del gobernador. Escuchábamos, sin poderlas descifrar, las órdenes que daban los marinos para organizar la defensa.
Subimos hasta un dormitorio ubicado en la planta alta. Nunca voy a olvidar ese momento: suavemente, por debajo del estampido de las armas, podíamos escuchar la música de «El lago de los cisnes» que transmitía la radio. El tiroteo continuaba afuera. Nosotros, tirados en el piso de la habitación, podíamos oír eso y la radio que seguía emitiendo música y los llamados de los habitantes de Puerto Stanley que se pasaban mensajes entre sí, preguntaban unos por otros, hablaban de la guerra, contaban lo que habían visto en llamados directos que salían al aire. Era una situación muy extraña para nosotros: nos aturdía el seco ruido de las armas, de a ratos escuchábamos música clásica y luego los relatos del combate y, por encima de todo, soportábamos al gato, el condenado gato que se había puesto mimoso, ronroneaba y caminaba sobre nosotros. A las 6.15 escuché un llamado. Alguien gritó: «¡Álvarez...!» y después una frase ininteligible. Nos miramos. Los ingleses me preguntaron si esas palabras habían sido pronunciadas en castellano. Les dije que sí. Ya no había dudas: los soldados argentinos estaban en las Islas Malvinas y peleaban por recuperarlas.
A las 6.25, bruscamente, se detuvo el fuego. Desde el terrible silencio se escucharon los gritos de un hombre que en perfecto inglés pedía al gobernador Rex Hunt que se rindiera. Todavía estaba oscuro. Cuánto tardaba en amanecer. El silencio no se disipaba.
Cuando aclaró un poco, traté de mirar hacia la casa del gobernador pero justo ahí frente a la ventana y en esa isla pelada, estaban dos árboles que me impedían ver. Los árboles y la casa del chofer de Hunt. En otra dirección descubrí que estaban ocultos algunos marines. Detrás de automóviles, arbustos y cercos. Después recomenzaron los disparos aunque en forma aislada. A las 7.30 habló por la radio mister Lamb, jefe de policía, para declarar el estado de emergencia.
Nadie podía salir de las casas, nadie debía ir al colegio. Nada. Luego, volvió la música clásica hasta que un llamado telefónico desde el hospital informó que la situación era normal y que no había heridos. Sólo estaban allí los ciudadanos británicos enfermos.
Media hora después se oyó al gobernador Hunt decir que había decidido no rendirse «a estos bloody argentinos (malditos argentinos)». Y para que no quedaran dudas dijo: «Y por cierto que no». Continuábamos siendo testigos de la recuperación (bueno, solo para mí) de las Malvinas a través de la radio y lo poco que podíamos ver hasta ese momento, es decir, marines agazapados cerca de la casa de gobierno. A las 7.45 una mujer contó que había visto un gran helicóptero cerca del aeropuerto. Afuera, comenzó un tiroteo violentísimo y en ese momento comenzó a ser interferida la radio. Mientras se ajustaba la frecuencia, se alternaban voces en inglés y castellano hasta que salió, impecable este mensaje dicho por uno de nuestros soldados, supongo. El dijo: «Es un llamado al gobierno colonial de las Islas Malvinas. Tenemos una gran fuerza. Queremos ser fieles a nuestros principios cristianos y occidentales y no queremos hacerles ningún daño. Queremos que estén todos bien.»
Luego, Patrick Watts siguió en su trabajo y a las 8 pidió que no se disparara contra un hombre que iría caminando por Ross Road, llevando una bandera blanca, hacia la casa del gobernador. De inmediato, conectó con la BBC, que en su primer noticiero del día informaba que era inminente un ataque a las Falkland Islands. Pensé: no saben lo viejas que son sus noticias. A las 8.10 vi por la ventana que en un recodo del camino que lleva a la casa de Hunt apareció el vicecomodoro Gilabert. Levanté la cámara y apunté hacia él con el teleobjetivo de 180 milímetros. Alcancé a oprimir dos veces el obturador. Dos fotos. Alguien, no sé de donde, en ese mismo momento, apretaba un gatillo y disparaba una bala que hizo explotar el vidrio de la ventana de dos hojas por la que me asomaba. Esa bala pasó a un metro y se hundió en la pared, a menos de medio metro de uno de los periodistas ingleses. Nos tiramos otra vez al piso y con mucho miedo nos arrastramos hacia la planta baja, donde estaba la cocina.
Para descomprimir la situación y darnos ánimos unos de los muchachos dijo: «Bueno, yo lo siento mucho pero estoy muerto de hambre». Y preparó té, huevos revueltos y a cada uno nos lo sirvió con pan. Pero yo apenas pude tragar algo. Tenía un nudo apretado muy fuerte en el estómago y no me importaba el hambre que tenía.
A las 8.15 Patrick anunció que la bandera argentina ya flameaba en Moody Brook, el cuartel de los marines, diciendo que había sido ocupada sin resistencia porque estaba vacío. Los soldados ingleses ya lo habían abandonado.
8.25. Gilabert habla por radio para decir que quiere encontrarse con el comandante de operaciones argentino frente a la Iglesia. Que venga acompañado por un hombre y con bandera blanca. En tanto, los malvinenses seguían contándose entre sí sus historias a través de las ondas. Alguien dijo que una casa había sido dañada: otro, que había visto aviones argentinos volando sobre Green Patch, al norte de Stanley. Después, otro anunció: el comandante argentino se dirigía hacia la iglesia para hablar con Gilabert. Como lo había hecho durante toda la noche, en mi minúscula libretita negra seguía anotando lo que veía, oía y sentía. A las 8.50 escribí: «Veo los primeros tanques argentinos avanzando por Ross Road y detrás de ellos, caminando lentamente en posición de combate, los soldados. Tienen las caras pintadas de negro».
A su paso, los marines salían de sus escondites sin armas y con los brazos arriba, las manos apoyadas en la nuca. Era el momento de rendirse. Me asomo a la ventana y comienzo a sacar fotos nuevamente. Pero antes saludé a los soldados, les dije que era periodista argentino. Pidieron que no los fotografiara: Me miraban con extrañeza, como preguntándose «Y este, ¿de dónde salió?». En ese momento, las 9.15, la radio anuncia que las Falklands Islands Defense Force se han rendido.
Salgo a la calle y camino hacia la casa del gobernador. Nadie me impide trabajar. Los soldados argentinos, cuidadosamente y sin gestos agresivos, palpaban a los marines a quienes le retiraban las armas cortas y los conducían a un lugar del patio de la residencia, donde los agrupaban parados sobre el césped. Vuelvo a Ross Road y ahí saco la foto de los marines tirados sobre el asfalto. Los que seguían llegando (salían de todas partes) se acostaban al lado de aquéllos. En ese momento sale un Land Rover de la casa del gobernador. Llevaba un cuerpo envuelto en una tela blanca. Después supe que ése era el primer muerto de la recuperación de las islas, el capitán Giachino.
Entonces, junté fuerzas, no pensé en el hambre, ni en el cansancio, ni siquiera en la nota que estaba registrando. Comencé a recorrer el pueblo. Era un desierto. Nadie se asomaba a las ventanas. Me crucé con columnas de soldados. Los saludé. Me saludaron. Me preguntaban: «¿De dónde sos?» «De Buenos Aires», les contestaba. «Ah, yo soy de Quilmes», me dijo uno. «¿Cuándo llegaste?», querían saber. «Hace diez días», les contaba.
A las cuatro de la tarde vuelvo a pasar por la casa del gobernador. En el frente estaba su auto y su chofer. Veo a Rex Hunt salir con su uniforme de gala, seco y severo. Sube al auto y parten hacia el aeropuerto. Por suerte en ese momento llega Patrick Watts y juntos vamos detrás de Hunt. En el camino hacia el aeropuerto Patrick –como cualquier inglés– circulaba por la mano izquierda. De pronto, veo que aparece en el camino un auto argentino manejado por un argentino, que como todo argentino avanzaba por la derecha. Me doy cuenta que ninguno pensaba desviarse. Lo tomo del brazo a Patrick y le digo que vamos a chocar, que por un momento abandone sus costumbres británicas. Justo a tiempo decidió ser razonable. Porque para el choque faltó muy poco.
En la base estaban los marines esperando el momento en que serían trasladados a Montevideo. Aparece el gobernador. Había reemplazado su uniforme por un austero traje gris oscuro. Me mira y me dice, sin enojo: «Ahora debes estar contento».
Vuelvo al pueblo y sigo caminando, sacando fotos, hablando con los soldados. Hasta que a las 19 llega la noche y decido volver al «Upland Goose». Me recibe la señora de King, ve mi cara que seguramente reflejaría el hambre, el sueño, el cansancio y me dice que la acompañe, que me va a dar de comer. Pastel de papas con carne de cordero picada.
Me voy a dormir a las ocho y a esa hora, pero de la mañana siguiente, pongo el despertador. Esta vez sonó a la hora que quería.
Bajo a tomar el desayuno. Allí estaba Mr. Carisley. Le pregunto cómo está. Me responde: «Yo bien, pero no voy a permitir que me ofendan ustedes, los argentinos».
Tomo la cámara, me la pongo al hombro y salgo otra vez a la calle, donde ya se asomaban algunos vecinos con sus bolsos y carritos, dirigiéndose hacia los comercios. Empecé a caminar. Quería ver, vivir, fotografiar por completo ese primer día de los argentinos en las Islas Malvinas".
Suboficial Mayor Jacinto Batista
El 1 de abril de 2002, el diario Clarín publicaba una nota del periodista Guido Braslavsky sobre el suboficial mayor Jacinto Batista, integrante de los Comando Anfibios que tomaron Puerto Argentino.
De su imperdible relato: ... "Teníamos orden de no matar", dijo.
"Lleva un gorro de lana, el rostro ennegrecido con pintura de combate y la actitud resuelta. El fusil le cuelga del hombro, asido con la mano derecha, mientras con el otro brazo ordena la fila de tres fornidos prisioneros ingleses, manos alzadas, rendidos. Jacinto Eliseo Batista es el protagonista de esa foto que dio la vuelta al mundo, transformándose en un símbolo de la toma de Puerto Argentino, aquel 2 de abril de 1982." ..."Ya había casi aclarado, y la resistencia seguía. El primer inglés que encontré era un francotirador con un fusil Mauser. Lo desarmé. Cuando nos reunimos en la casa la situación estaba casi dominada. El único muerto en esa acción –el primero de la guerra– fue el capitán Pedro Giachino. Cuando llegué ya estaba herido. Había entrado a la casa y al salir, le dio un soldado que disparaba desde una línea de árboles cercana. Le pregunté, "qué te pasó, Pedrito", y le toqué la cabeza. Estaba consciente, pero muy pálido; había perdido mucha sangre y se estaba muriendo."
"Batista no recuerda en qué momento, en ese día frenético, el fotógrafo Rafael Wollmann lo captó junto a sus prisioneros. Sabe, sí, que esa imagen es un retrato implacable del orgullo herido del viejo león imperial. "El 14 de junio andarían buscándome con la foto en la mano para sacarme con los brazos arriba", supone, sonriente."
El sur también existe
El 2 de abril de 2007 el periodista Abel Escudero Zadrayec publica en el diario La Nueva Provincia de Bahía Blanca un suplemento especial "Malvinas. El desembarco de una primicia". En su trabajo, Escudero Zadrayec rescata la tarea periodística de Osvaldo Zurlo, fotógrafo de La Nueva Provincia, Salvador Osvaldo Pichón Fernández, redactor de La Nueva Provincia y José María Enzo Camarotti, periodista del diario La Razón de Buenos Aires, tres que, sin duda alguna, participaron de la "Operación Rosario".
Fragmento del suplemento especial
"El desembarco de una primicia"
Y el Día D llegó.
A las 6.22 del 2 de abril de 1982 salió la primera ola de cuatro vehículos (uno cada 30 segundos); la encabezó el capitán de corbeta Hugo Santillán, líder de la vanguardia [Unidad de Tareas 40.1.2].
...Todos se zambulleron sin problemas, excepto el VAO Comando: al enfrentar la rampa se trabó el sistema hidráulico de marchas y debió avanzar ¡de cola! un buen tramo de los 800 metros que separaban al Cabo San Antonio de la costa.
En la playa oscura se distinguía una pequeña luz: era el teniente de fragata Carlos Robbio, un buzo táctico que marcaba el lugar con una señal. Según los registros oficiales de la "Operación Rosario", la vanguardia tocó tierra malvinense exactamente a la Hora Hotel [las 6.30].
...A las 8.20, desde el destructor Santísima Trinidad el almirante Gualter Allara llamó a Büsser y le avisó que el gobernador Hunt había pedido una entrevista en la iglesia católica St. Mary's. Debía ir desarmado.
–De inmediato.
Designó como acompañantes al secretario Monnereau y al capitán Roscoe, que se había formado en un colegio bilingüe y oficiaría de traductor.
En la tensión espiritual de la iglesia aparecieron el vicecomodoro Héctor Gilobert, oficial de inteligencia de la Fuerza Aérea, y el secretario de Gobierno Dick Baker. El inglés llevaba una tela blanca (una cortina de la residencia oficial) atada a un paraguas (el de Rex Hunt).
Traían malas noticias: había heridos. Estaban graves. Y eran argentinos.
Rápidamente, Büsser, Roscoe y Monnereau encararon los 300 metros hasta la casa del gobernador. Los disparos continuaban y la situación podía desmadrarse.
–¡¡Alto el fuego!! –aulló Büsser.
Los soldados argentinos obedecieron de a poco.
Entonces el comandante llegó, todavía desarmado, al jardín de Hunt. El ligustro de la cerca estaba prolija, británicamente cortado. Desde ahí Büsser escuchó una advertencia seca que lo paralizó.
Uno de esos instantes eternos pasó hasta que los de adentro autorizaron su ingreso. Se acercó a la puerta. El marine que la custodiaba le apoyó la punta del fusil en el estómago. Büsser se presentó y le extendió la derecha. La cara del inglés (tan Reino Unido: su palidez manchada por el rubor en las mejillas) dibujó la sorpresa ante la actitud sobrada del enemigo. Despacio, el hombre quitó el dedo del gatillo y respondió el saludo.
Büsser entró en la casa. El marino le dio la mano a cada soldado que cruzó en el camino hasta el despacho de Hunt.
–Yo no voy a estrechar la mano de quien invadió territorio británico de manera ilegal –le dijo secamente el gobernador–. Lo intimo a que se retire de las islas.
Büsser contestó:
–Desembarcamos como ustedes lo hicieron en 1833. Tengo órdenes de desalojarlos y restituir estas tierras a la soberanía argentina.
Hunt quiso insistir, pero Büsser lo interrumpió:
–Sea razonable y ríndase rápido. Tenemos una superioridad aplastante.
El funcionario británico entendió que ya había demostrado suficiente dignidad. No tenía sentido retrasar la capitulación. Entonces sí, le dio la derecha. Eran las 9.25 del 2 de abril de 1982.
...Mientras llegaba otro vehículo, los ingleses entregaron sus armas dócilmente y salieron a la calle. Dentro quedaban cinco civiles: cuatro periodistas ingleses y el fotógrafo argentino Rafael Wollmann. Büsser les dijo que podían trabajar libremente, y estaba pidiéndoles que evitaran el sensacionalismo cuando lo interrumpió el capitán Monnereau:
–Señor, los prisioneros fueron colocados cuerpo a tierra para ser revisados.
Büsser salió corriendo: "Me pareció un acto innecesario, porque ya se habían rendido". Pero antes de que los hiciera parar, Wollmann captó la escena con su cámara. Y esa fue una de las fotos más publicadas en el mundo. Una de las fotos del escarnio para los británicos. "Y fue una foto que hizo mucho mal, porque dio una imagen falsa de lo que había ocurrido", dice Büsser.
Sin embargo, en el momento no se dio cuenta. Le dijo a Wollmann:
–Estando hoy acá, usted se sacó el Prode –El fotógrafo sonrió. Büsser también–: Por favor, haga un uso muy medido del material.
Aparentemente, Wollmann entendió el mensaje en otro sentido: según Pichón Fernández, cuando la operación había concluido le pidió que hiciera una foto de los dos enviados de La Nueva Provincia con Allara, Büsser y el general García. "Increíblemente, se negó", recordaba Fernández.
Wollmann no solamente rechaza la veracidad del episodio: también asegura que en ningún momento vio a otro periodista argentino. Y 25 años después sigue sosteniendo que fue el único que presenció el desembarco.
Sin embargo, el propio Pichón Fernández sacó con su Miranda una foto en la que Wollmann está en primer plano, mirando a cámara mientras los marines se rinden...
Cada uno con su verdad
En contacto con Rafael Wollmann comentó que en realidad él nunca sostuvo haber sido el único fotógrafo durante el desembarco de las tropas argentinas en Malvinas, asegurando que de hecho hubieron otros colegas como así también soldados que captaron imágenes con sus cámaras. Lo que sí sostiene, más allá de todo lo que se pueda haber afirmado en contrario, es que él fue el único fotógrafo argentino que vivió y captó en imágenes el preciso momento de la llegada de los comandos a la residencia del gobernador y la posterior rendición de los británicos. Sin ínfulas en el tono de su voz pero con la seguridad de sus convicciones Wollmann sentenció: "Las fotos son para mostrarlas, ellas son la única verdad y allí están las mías, mi verdad".
La otra cara de la historia es la que Abel Escudero Zadrayec me relató en nuestro contacto telefónico. Escudero Zadrayec se encuentra en el Instituto Reuters de la Universidad de Oxford (Inglaterra) desarrollando su proyecto sobre los diarios y la narrativa digital.
"Tengo todo perfectamente documentado. Mi trabajo apuntó, entre otras cosas, a rescatar la tarea de profesionales del periodismo, que injustamente fueron olvidados y no tenían un lugar en la historia, pese a la enorme cantidad de libros escritos sobre Malvinas". En su amable gesto de brindarme unos minutos a pesar de estar a punto de culminar su presentación final, puso a disposición el texto original sobre Wollmann, que integró uno de los apéndices de su tesis para la Maestría en Periodismo de Clarín/Universidad de San Andrés/Columbia University en 2002.
Notas al margen En su trabajo de investigación, Escudero Zadrayec incorpora unas notas al margen: |
Desencuentros
2ra. Parte
Alguien les debe una respuesta
¿Por qué no?, me pregunté. Por qué no. Y así surgió la necesidad de encontrar otro perfil a la historia. De otra relevancia quizás. Con menos carga y menos cruenta es cierto, pero no por ello menos historia. La de los soldados conscriptos que durante la guerra de Malvinas fueron mantenidos en el continente y que a pesar de los 26 años transcurridos la Argentina les adeuda el justo reconocimiento.
Durante el año 1982 los ciudadanos de la clase 1963 principalmente y algunos de otras anteriores se encontraban haciendo, lo que por esos años se denominaba, "la colimba". Apócope de corre, limpia, barre. Del mero trámite de dar cumplimiento a una obligación cívica pasaron, sin mayor preámbulos, a protagonistas de un conflicto bélico. Muchos fueron directamente ubicados sobre tierra malvinense, tantos otros sobre el continente en varias dependencias ubicadas al sur del paralelo de 42°. Todos fueron a la guerra.
Por definición la condición de Ex Combatiente de Malvinas corresponde a todo el personal de oficiales, suboficiales y soldados conscriptos de las Fuerzas Armadas y de Seguridad que hayan participado en las acciones bélicas llevadas a cabo en la jurisdicción del TOM (Teatro de Operaciones Malvinas) y directamente en la jurisdicción del TOAS (Teatro de Operaciones del Atlántico Sur). A los efectos del reconocimiento formal y según lo establece la legislación vigente el personal que sólo permaneció en el territorio continental durante la guerra de 1982, no estuvo ni en el TOM ni en el TOAS, por lo tanto y aunque haya sido movilizado y/o convocado al sur del paralelo 42, es decir al TOS - Teatro de Operaciones Sur, no es Ex Combatiente de Malvinas.
En su obra "Historia de la Guerra de Malvinas" Armando Alonso Piñeiro reseña:
... "Eran días febriles tanto en Malvinas como en Comodoro Rivadavia, ciudad cabecera del operativo militar. Unidades de transporte de la Fuerza Aérea …llegaban constantemente a la ciudad sureña repletas de batallones de infantería. En el continente las autoridades militares ordenaban operativos de aprestos bélicos en todas las ciudades de la costa atlántica, ante la eventualidad de ataques británicos. Los medios se concentraron particularmente en Comodoro Rivadavia, Puerto Belgrano, Mar del Plata y Ushuaia…"
En noviembre de 1990, el periódico The Sunday Times publicó: "Un ataque británico sobre territorio argentino que pudo haber alterado el curso de la guerra fue abortado cuando los aviones se encontraban próximos a su objetivo. La operación… se preparó para destruir el núcleo de la Fuerza Aérea Argentina y eliminar la amenaza de los ataques con misiles Exocet del mismo tipo de los que hundieron el Sheffield."
En julio de 2005 se conoció que una investigación encargada por el gobierno británico, reveló que Gran Bretaña hizo planes para invadir Tierra del Fuego durante la Guerra de Malvinas en 1982, con la colaboración del gobierno de Chile. Idea que, según los autores de la investigación, fue descartada por motivos estratégicos.
Estas citas, y otras de similar tenor, me ayudaron a comprender un poco más la definición que en su libro "Fárrago de Malvinas" el Dr. Luis R. Pereyra da sobre la calificación de excombatiente: "... Para ser excombatiente de una guerra no necesariamente hace falta haber peleado físicamente, basta estar en cualquier frente de batalla, tierra, mar o aire, desempeñando cualquier labor, aunque parezca insignificante. Lo real y cierto, es que toda persona que haya estado en un frente de batalla es veterano de guerra, haya o no usado la fuerza física, haya o no artillado fusiles, cañones, granadas, conducido aviones, barcos, etc., porque lo que cuenta para ser excombatiente es al peligro al que uno se enfrenta en una guerra y del cual nadie está exento por más sencilla que sea la tarea que le toque desempeñar."
En la búsqueda de respuestas tomé contacto con Marcos Medina, miembro de ex conscriptos de la Agrupación Comodoro Rivadavia, Compañía 185 del Liceo Militar General Roca y por su intermedio con Ricardo Aníbal Ramírez de la Agrupación Gloria al 8. (Ver nota aparte. "La otra..." )
Crónicas
Redactado por un grupo de ex soldados Clase 1963, en base a la integración y ordenamiento de todos los informes recibidos de sus compañeros –los ex Soldados Clase 1963 (principalmente) y algunos de la Clase 1962–, que revistaron durante el año 1982 en el Liceo Militar General Roca (LMGR)
"... Comodoro Rivadavia vivó desde los últimos días del mes de marzo al 02 abril 1982, un clima de tensión muy especial, mientras llegaban noticias desde Buenos Aires donde comentaban de la presencia de las masas populares en la Plaza de Mayo dando cuenta del descontento con el gobierno, y siendo estas manifestaciones las primeras de una larga etapa donde el pueblo estaba callado por la dictadura Militar reinante, en Comodoro los soldados salíamos a patrullar las calles con la idea de que la revuelta podría gestarse en esta ciudad. Pero en la mañana del 02 de Abril la noticia de la recuperación de las Islas Malvinas dio un giro de 90º y la ciudad comenzó a vivir la guerra en una forma muy especial, a diferencia de algunas ciudades y sectores del país que estaban más preocupados por un Campeonato de Fútbol o gritar en la Plaza de Mayo victoreando a los Gobernantes por la recuperación de las Islas.
Comodoro Rivadavia, nuestra ciudad petrolera por excelencia, vivió intensamente la guerra desde un primero momento. Sus habitantes se mantuvieron atentos a los acontecimientos que se producían día a día allá lejos en nuestras queridas Islas.
Los vuelos desde distintos lugares del país y del extranjero convergían en la pista de aterrizaje de la IX Brigada Aérea, convertida en cabecera del puente aéreo hacia las Islas Malvinas. Durante las 24 horas se escuchaban las enormes aeronaves llevando tropas, equipos militares, alimentos y suministros a las Islas. Como así También el arribo de tropas que estarían destinadas a reforzar la custodia del Litoral marítimo Argentino.
La noche del miércoles 07 de Abril se realizó el primer ejercicio de oscurecimiento general de la ciudad, conocido por todos nosotros como Alerta Roja. La simulación duró entre quince y veinte minutos, se hizo en forma sorpresiva entre las 21:30 y las 23:30 iniciándose con el sonido de sirenas. La ciudad quedó en total oscuridad, sólo se escuchaban las aeronaves que sobrevolaban para evaluar los resultados.
En Comodoro Rivadavia tenían asiento a esa época, en forma permanente, el Regimiento 8 de Infantería, el Batallón Logístico 9, la IX Brigada Aérea, el Comando de la IX Brigada de Infantería, el Liceo Militar General Roca y otros elementos menores. A partir del mismo 2 de abril fue incesante el arribo de Regimientos, Comandos y otras unidades para prepararse a "saltar" a las Islas. La mayoría de ellos acantonaron en las propias instalaciones del Liceo Militar y del Regimiento de Infantería 8.
El Liceo Militar General Roca (LMGR) es el Instituto de formación educativa de nivel secundario y militar más austral del Ejército Argentino. Localizado casi sobre la costa de Comodoro Rivadavia (Ruta de por medio), si bien dependía orgánicamente del Comando de Institutos Militares de Buenos Aires, tenía dependencia –a los efectos de la Guarnición–, del Comando de la Brigada de Infantería IX también asentada en la misma ciudad.
Durante el mes de febrero 1982 se habían iniciado normalmente las actividades programadas para el año lectivo de los cadetes.
El martes 23 de marzo de 1982 el Comando de Institutos Militares ordenó por documento MI 20005/5 la asignación del Liceo Militar General Roca al V Cuerpo de Ejercito, conformándose la Agrupación de Defensa Costera Comodoro Rivadavia, siendo designado como Jefe de la misma el entonces Director del citado Liceo, el Coronel Arévalo. La zona de Defensa Costera estaba integrada por cinco sectores que iban desde Trelew hasta Puerto Deseado.
La Agrupación Comodoro Rivadavia tenía la siguiente consigna: "Ejecutará la vigilancia, la defensa del Litoral Marítimo y la Protección Interior de la jurisdicción a partir de la recepción de la presente orden hasta la finalización de las hostilidades, para resistir la infiltración de las Fuerzas del SAS "Special Air Service" (Servicio Aéreo Especial) sobre zonas vitales, con el fin de salvaguardar el territorio nacional".
Recibiendo prisioneros ingleses
El 3 abril fue capturada en las afueras de Puerto Argentino (Islas Malvinas), una Patrulla de Royal Marines (que habían evadido el cerco hecho el 2 abril por las tropas argentinas) y un civil que se había unido a ella (el guardafaro local). Eran Stefan Charles York (27), James William Mc Kay (21), Gary Moor (19), Jeffrey Williams Warned (36), Richard Overall (22), Martin Thomas Smith y Stephan Dale y fueron trasladados al continente el día 05 Abril en calidad de Prisioneros de Guerra.
La noche del 05 de abril arriban en un Hércules XC130 a la IX Brigada Aérea desde donde son trasladados de inmediato trasladados al Liceo Militar General Roca, haciéndose cargo de su seguridad, por orden del Comando de la Brigada de Infantería IX el entonces Capitán Arnaldo Luis Bruno, a aquella época Jefe de la Compañía Comando y Servicios del Liceo Roca.
En dicho Liceo, donde ya se encontraba funcionando la Base de la Agrupación de Defensa Costera recientemente organizada, fueron presentados por el Capitán Bruno al Director del Liceo y Jefe de la Agrupación de Defensa Costera, Coronel Clodoveo Arévalo.
En un sector en la parte posterior del Liceo, en horas de la madrugada, la Patrulla de Royal Marines y el Agente Civil Británico son presentados en formación al Coronel Arévalo quien les manifestó, a través del Capitán Bruno, que se encontraban en instalaciones de un Instituto Militar llamado el Liceo Militar General Roca, que el mismo se encontraba en la Ciudad de Comodoro Rivadavia de la Provincia del Chubut en el litoral marítimo argentino y que estarían alojados en ese lugar en carácter de Prisioneros de Guerra en un todo de acuerdo a los pactos preexistentes de la Convención de Ginebra.
Bajo la supervisión del entonces Oficial de Inteligencia de la Agrupación de Defensa Costera se organizó un Lugar de Reunión de Prisioneros de Guerra según los procedimientos reglamentarios a estos efectos.
Dada la avanzada hora, la primera noche pernoctaron en un chalet pequeño que se encontraba en los fondos del Liceo. Se instaló un sistema de seguridad perimetral.
Al día siguiente (ya se habían suspendido las clases en el Instituto y los Cadetes estaban licenciados hasta nuevo aviso), se adaptaron las instalaciones de una Sala de Armas en el edificio principal del Instituto dada la seguridad que la misma brindaba y el reparo que ofrecía a las condiciones climáticas existentes.
Permanecía en el Instituto una reducida dotación de cuadros ya que el resto había sido asignado a distintas Unidades de la Guarnición Militar Malvinas.
El personal de seguridad del Lugar de Reunión de Prisioneros de Guerra era rotativo y estaba a cargo del Capitán Bruno. Junto a los Prisioneros convivieron, alternadamente, los entonces soldados Edgardo Alfredo Blaguerman y Claudio Marcelo Tantignone.
La orden para toda la Agrupación Comodoro Rivadavia, fue muy clara: nadie, ajeno al tema, debía saber de la presencia de los prisioneros de guerra en ese lugar del continente. Si esto trascendía existía la probabilidad del intento de rescate por parte de las Fuerzas SAS "Special Air Service" (Servicio Aéreo Especial) Inglesas.
El martes 13 de abril al pié de la pagina principal el diario Crónica de Comodoro Rivadavia informaba:"Infantes británicos están alojados en el Liceo Militar General Roca". La noticia, determinó el traslado de los prisioneros Ingleses. Cuatro días después de esta publicación, se recibió la orden de traslado, éstos que fueron embarcados en un Fokker de la Fuerza Aérea en la noche del sábado 17 de abril con destino a Uruguay.
Operación de Combate Helitransportada a Caleta Olivia
La tarde del jueves 29 de abril regresábamos de estar de guardia en el Aeropuerto General Mosconi. Alrededor de las 20:00 horas el oficial de Inteligencia Capitán Horacio Marengo entrego al Coronel Arévalo jefe de la Agrupación Comodoro Rivadavia, la información recibida recientemente respecto de que un grupo de comandos Ingleses estaban desembarcando con botes en un punto intermedio entre Caleta Olivia y Puerto Deseado, aparentemente para refugiarse en una estancia adquirida por ciudadanos ingleses hacía poco tiempo.
Para ese cometido los británicos contaban con las Fuerzas del SAS "Special Air Service" (Servicio Aéreo Especial). Un regimiento de comandos entrenados, para instalar puestos clandestinos de observación, desde donde se podían proporcionar un alerta anticipada a la flota sobre las salidas de los aviones argentinos. Es conveniente recordar que los ingleses fueron los creadores de las tropas denominadas "comandos" o "fuerzas especiales". El gobierno británico nunca admitió haber efectuado infiltraciones en el continente, pero se puede deducir por la lectura de artículos y libros ingleses, que admiten haber estado recibiendo información proveniente de elementos infiltrados en nuestro territorio argentino.
De inmediato el Jefe de la Seguridad Litoral organizó dos Patrullas de Combate helitransportadas, en esta incursión participaron por parte de la Agrupación Comodoro Rivadavia compañía 185, el Coronel Arévalo, el Capitán Horacio Marengo, el Teniente 1º Roberto Remi Sosa, los Soldados conscriptos Alfonso Alberto Omar, Cini Marcelo Gustavo, Galante Jorge Horacio, Marcial Jesús Artemio, Mastroiani Antonio, Medina Marcos Enrique, Millapi Oscar Calixto, Ortiz Dardo Luis, Palavecino Daniel Alberto, Pauza Adolfo José, Roa Arsenio, Sieyra Fernando Luis, Velasco Mario, Zabala Eduardo Aníbal y los suboficiales Monteros y Mora todos del Liceo Roca. Por parte del Batallón de Aviación de Combate 601 Compañía de Abastecimiento y Mantenimiento de Aeronaves 601, el Teniente Marcos Antonio Fassio, el Subteniente Silea, el Sargento mecánico de aviación Pedro Andrés Campos , el cabo 1º Mecánico de Aviación Molina Miguel y el cabo 1° Mecánico de Aviación Néstor Daniel Barros.
Cerca de las 21:00 horas se inició la aproximación helitransportada a Caleta Olivia en dos helicópteros, Bell UH 1H: el AE 414 yel AE 419 respectivamente.
Aterrizamos en las cercanías de Caleta Olivia, la ciudad estaba a oscuras por Alerta Roja. Estábamos a unos 5 kilómetros de nuestro primer objetivo.
El terreno elegido para descender desde los helicópteros era bastante escabroso actividad que fue muy dura de realizar ya que no teníamos instrucción necesaria en este tipo de operaciones y por el peso del equipo y armamento que cada uno de nosotros llevaba.
Habíamos aterrizado cerca de la ruta. Uno de los responsables de las Patrullas ordenó la detención de un camión playo en el cual nos trasladamos hasta el Monumento al Minero en proximidades del acceso a Caleta Olivia. Allí se nos comunica nuestra misión:
"Detener el desembarco de marinos ingleses"
Nos separaron en dos grupos, uno a cada lado de la calle, nuestras armas alistadas con bala en recámara y sin seguro, teníamos que avanzar agazapados por las veredas y con dirección a la playa.
Al llegar a la comisaría que estaría a unos 100 metros antes de la playa, los policías recibieron al Coronel Arévalo, informándole que ellos tenían cubierta la playa hasta nuestra llegada. Desde la comisaría hasta llegar a los puestos de vigilancias ubicados en la playa ripiosa, lo hicimos arrastrándonos. Apenas llegamos todos los policías que estaban cubriendo la playa se retiraron rápidamente. Dejándonos más de 500 metros de playa para cubrir.
Alrededor de las 23:30 el Teniente Coronel Fernández Suárez y el Teniente 1ro de Educación Física Juan Carlos Ruberto, llegaron a la comisaría con dos camiones en donde trasportaban alrededor de 60 ó 70 los soldados conscriptos, del Liceo Militar General Roca todos ellos perteneciente a la Agrupación Comodoro Rivadavia - Compañía 185. Con su llegada pudo cubrirse de forma óptima la playa. Arévalo, Fernández Suárez, Marengo, Ruberto y Sosa aprovecharon la noche para obtener la mayor información por parte de la policía y de los lugareños. Esa noche se realizaron rastrillaje y control de población por las calles de la ciudad y en varios cascos de estancias.
A las 07:00 de la mañana del 30 de Abril a las patrullas helitransportadas se les asigno la misión de trasladase hasta la estancia La Floradora, propiedad de Ingleses, ubicada al sudeste de Caleta Olivia. Para esta misión se realizaría un cerco en conjunto con la Compañía de Ingenieros 3.
Nos trasladaron desde la comisaría hasta donde habían quedado los helicópteros la noche anterior, llegando a dicho lugar con una diferencia de minutos entre ambas Patrullas.
La primera integrada por el Coronel Arévalo, el Teniente 1º Sosa y los Soldados conscriptos Marcelo Gustavo Cini, Oscar Calixto Millapi, Daniel Alberto Palavecino, Fernando Luis Sieyra y Jesús Artemio Marcial por parte del Liceo Militar Roca y por parte del Batallón de Aviación de Combate 601 lo hicieron el Teniente Marcos Antonio Fassio, el Sargento Mecánico de Aviación Pedro Andrés Campos y el Cabo 1° de Aviación Néstor Daniel Barros. Todos ellos abordaron el helicóptero Bell UH 1H matrícula AE 419 y se dirigieron a cumplimentar su misión bordeando la costa.
Al llegar la segunda patrulla al lugar de embarque ya el primer helicóptero había partido. Nuestro helicóptero Bell UH 1H matrícula A-E 414 estaba ya listo para abordar, actividad que se realizó en forma rápida y en orden.
En él estaban el Teniente Coronel Fernández Suárez, el Capitán Marengo, el Sargento Montero y los solados conscriptos Alfonso Alberto Omar, Galante Jorge Horacio, Mastroiani Antonio, Medina Marcos Enrique, Ortiz Dardo Luis, Pauza Adolfo José, Zabala Eduardo Aníbal, Roa Arsenio, Velasco Mario por parte del Liceo Militar General Roca y por parte del Batallón de Aviación de Combate 601 lo hicieron el Subteniente Silea y el Cabo 1º Mecánico de Aviación Molina Miguel.
La idea era hacer con el otro grupo un movimiento de pinzas, por eso nuestro camino hasta la estancia la Floradora debía ser sobrevolando la ruta nacional 3, haciendo una escala en las tres colinas donde entraríamos en contacto con el Coronel Arévalo para actuar en conjunto. La bruma de esa mañana hizo que el camino sea difícil de mantener, el piloto tuvo que adentrarse unos kilómetros dentro del mar, hasta encontrar un claro y poder retomar su objetivo inicial.
Una vez descendidos en la cima de las colinas, estuvimos hasta cerca de las 10:30 de la mañana, parapetados y vigilando los movimientos a través de prismáticos. Pero la comunicación con el helicóptero A-E 419 nunca se sucedió, suponiendo que era un defecto del sistema radial el que los había dejado fuera de servicio y al no poder establecer contacto con Arévalo; Fernández Suárez y Marengo decidieron regresar al lugar del despegue.
Ahí estuvimos esperando la llegada del helicóptero hasta las 12:00 horas. Regresamos a la comisaría y Fernández Suárez decidió declarar el Helicóptero A-E 419 en emergencia alertando a la Prefectura Naval, al Ejército y a la Fuerza Aérea. Cerca de la 13:00 se presento a la comisaría un lugareño con un elemento que el Cabo 1 º Molina Miguel identifico inmediatamente como el tanque de combustible de un Bell UH 1H. De inmediato se ordeno la pronta localización de los integrantes del Helicóptero AE 419 declarado en emergencia.
Al llegar al lugar donde fue descubierto el tanque de combustible se encontraban diseminados los fragmentos de la patrulla. El helicóptero siniestrado se encontraba a unos cincuenta metros mar adentro. Los soldados fuimos los que recuperamos los cuerpos mutilados de nuestros camaradas esparcidos por toda la playa. La operación quedó truncada. El rescate de cuerpos y elementos priorizó todo.
Nunca se supo la conclusión del informe oficial y final sobre las causas de la caída del helicóptero.
No recordamos que haya habido informe oficial alguno al respecto.
Los pormenores y todo lo surgido se hallan en el Libro Histórico y el Diario de Guerra del Liceo militar General Roca.
El 15 de marzo de 1983 el Poder Ejecutivo Nacional emitió el Decreto 577 por el cual se le otorgaban (post mortem) al Coronel Clodoveo Miguel Arévalo, al Tte. Fassio, al Sgto. Campos y al Cbo. 1° Barros, caídos en Caleta Olivia la "MEDALLA DE LA NACIÓN ARGENTINA AL MUERTO EN COMBATE".
La tripulación del helicóptero Bell UH 1H AE-419, caído en cumplimiento de una Misión de Combate era:
Del Liceo Militar General Roca: Coronel Arévalo Clodoveo Miguel Ángel; Teniente Primero Sosa Roberto Remi; Soldado Jesús Artemio Marcial; Soldado Oscar Calixto Millapi; Soldado Marcelo Gustavo Cini; Soldado Luis Fernando Sieyra; Soldado Daniel Alberto Palavicino
Del Batallón de Aviación de Combate 601: Teniente Marcos Antonio Fassio; Sargento Pedro Andrés Campos; Cabo Primero Néstor Daniel Barros
Los tripulantes del segundo HELICÓPTERO Bell UH 1H matrícula AE-414 fueron:
Del Liceo Militar General Roca: Teniente Coronel Carlos Fernadez Suarez; Capitán Horacio Marengo
Sargento Juan Carlos Monteros; Soldado Alfonso Alberto Omar; Soldado Galante Jorge Horacio (Fallecido 28-08-2003); Soldado Mastroiani Antonio (Fallecido 11-03-2007); Soldado Medina Marcos Enrique; Soldado Ortiz Dardo Luis; Soldado Pauza Adolfo José; Soldado Roa Arsenio; Soldado Velasco Mario; Soldado Zabala Eduardo Aníbal
Del Batallón de Aviación de Combate 601: Subteniente Silea; Cabo Primero Molina MiguelEpílogo
Para pensar
Según datos aportados por el Ministerio de Defensa, al 30 de octubre de 1983 el total de personal destacado al TOAS fue de 16.964 efectivos, cifra que incluye al personal de la Prefectura Naval Argentina y al de Gendarmería Nacional.
Para 1997 según informara la Comisión Nacional de Ex Combatientes de Malvinas, la cifra trepaba a los 23.081 efectivos, lo que representa un incremento de aproximadamente un 36%.
Según las fuentes consultadas la cifra real de efectivos involucrados podría llegar a los 14.000.
Según cifras oficiales a nivel nacional se pagan aproximadamente 22 mil pensiones. Nadie supo precisar quiénes y por qué cobran el resto.
En ninguno de los casos los "combatientes continentales" son tenidos en cuenta.
El final
Desencuentros, polémicas, sea por protagonismos, sea por...
A estas alturas parece oportuno formular los siguientes interrogantes. ¿No generó ya bastante dolor la guerra por Malvinas? ¿No generó ya incontables actos de injusticia? ¿Resulta productivo continuar generando antinomias sobre una cuestión tan cara al sentir nacional?
¿Representa alguna demostración de inteligencia continuar confundiendo el objetivo?
Vaya nuestro sentido homenaje a todos quienes participaron de la Gesta de Malvinas. Para quienes ya no están, el eterno recuerdo y una oración en su memoria. Para quienes permanecen, el anhelo de que finalmente Malvinas sea un camino de encuentro. Para todos el merecido y justo reconocimiento. De eso se trata...